“Todo el problema del mundo radica en que los tontos y fanáticos están siempre muy seguros de si y la gente sabia está llena de dudas. B. Russell.
Una sociedad no es una masa amorfa de donde conviven miles o millones de seres humanos enyugados al grupo, a la tribu, sometida su personalidad a lo gregario.
Una sociedad es un constructo, dentro del que en la modernidad participan individuos conscientes y discernientes. Cada “asociado” intenta realizar la información genética que porta, en sus circunstancias personales. Convienen en actuar dentro el grupo porque el grupo lo arropa, no porque el grupo lo arrolla.
Cuando en un grupo humano la mayoría arrolla a la minoría, la sociedad deviene en suciedad. Ese grupo vive su liderazgo cercenando opciones y posibilidades futuras que no sean su criterio. Asesinan el futuro comiéndose ideas y vástagos que disientan de su autoritarismo.
En las sociedades de insectos, en los cardúmenes de peces o en la bandada de aves, se subyuga totalmente el individuo al grupo. En realidad, entre los animales, apenas existe individualidad. Ya entre felinos, monos y mamíferos, los individuos tienen roles más diferenciados, aun así, la esencia del individuo continua arrodilla a las necesidades del grupo. En el ser humano primitivo, en los orígenes de la civilización, el individuo apenas dejaba de ser un animal arrodillado a la tribu. Vivían unos 20-25 años, no tenían tiempo para tomar consciencia de su divinidad.
Por miles y tal vez millones de años, el Homo Sapiens ha venido escalando en el proceso evolutivo, adicionando a su origen animal un toque divino. Ya algunos individuos dejan de ser masa amorfa, ya no viven enyugados a la tribu, sometida su personalidad a lo gregario.
Durante milenios, la evolución cultural fue lenta. Pequeños grupos humanos, vivían en eterna pugna por sus miserias. A veces, lo avanzando culturalmente en decenas de años, se perdía en unos minutos de violencia. Y casi siempre el criterio de una minoría armada se imponía a la mayoría.
Aun en las sociedades feudales europeas, siglos X a XV, el siervo de la gleba aún era un marranito dentro de la piara humana. Y los grupos humanos eran manejados militarmente por hombres de a caballo (los caballeros), que se declaraban enérgicos defensores de un territorio, nobles y elevados por su heroicidad, es decir, su capacidad de matar o dejarse matar. Aquellas sociedades eran una permanente lucha entre esos gobernantes hombres de a caballo y los gobernados plebeyos. Se trataba de territorialismo, o sea, territorios donde un soberano se declaraba guardián de la soberanía.
En las sociedades modernas, personas de origen militar se hacen del poder, someten a los ciudadanos a criterios militares. Cuando Hugo Chávez se hace del poder en Venezuela, le impone sus criterios militaristas, y elimina la libre competencia industrialista y capitalista en su rico país. Convirtió aquella sociedad en mero campamento militar. Por ello le preocupa tanto la soberanía. En un mundo que comerciando ha ido dejando diluir sus fronteras, ellos pretenden ser soberanos para defender al pueblo en su territorio, tal como declaraban hacían los caballeros feudales.
Pero no creamos que hoy se trata de un burdo y simple criterio militarista de quien tiene la espada. Numerosos intelectuales y académicos le dan artificial sustento, sosteniendo una serie de asertos e ideologías. Estos teóricos del buenismo están llenos de inspiraciones y wishful thinking, convertidos en resultado científico por arte de magia. En los hechos, el alto edificio de la cultura occidental, su moral, sus mitos, sus hitos, montados modularmente como algo coherente y viable en todo un proceso civilizatorio de siglos, está siendo desmontada desde la arrogancia incompetente de algunos de estos profesores y escritores. Mencionaremos a modo de ejemplo a Marcuse, Foucault, Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero, Gustavo Bueno, Enrique Dussel, Oscar de la Borbolla, Atilio Borón, José P. Feinmann, Darío Sztajnszrajber, Gabriel Salazar, Arturo López-Levy, etc., etc., etc.
Andrés Rodríguez