Alberto Barboza: Nuestra imperfecta y bella democracia

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El viejo proverbio “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”, es una irrefutable verdad que la psicología lo relaciona con el “nivel de conciencia”, cualidad que tenemos los seres humanos para valorar las cosas en su justa dimensión, percibir lo que es correcto y lo que es incorrecto, y con base en la fuerza de esta percepción, poder ejecutar, controlar, vigilar y evaluar nuestras acciones, de acuerdo con el bien y el mal, lo justo e injusto, lo honesto y lo deshonesto. Por lo tanto, un alto grado de conciencia nos permite asignarle valor a lo que tiene valor, y no darle valor a lo que no tiene valor. He aquí un dilema ¿Cómo dar un alto valor a lo que intrínsecamente vale, y menos valor a lo que no vale tanto? Pues bien, ello depende de dos cualidades; la inteligencia para manejar el proceso de evaluación y la sabiduría para elegir lo correcto. Cuando estas cualidades fallan, cometemos el “craso error” de no valorar las cosas importantes; como un buen padre, madre, hermano, pareja, hijos, amigos y trabajo. Por ejemplo, cuando subvaloramos a una pareja, asignándole un valor por debajo del que realmente posee, al final nos dejará y habremos perdido una oportunidad de ser feliz, caso contrario, en el mundo de los negocios, cuando sobrevaloramos a un socio, asignándole cualidades morales que este no posee, estaríamos corriendo el riesgo de perder patrimonio.

Asimismo pasó con nuestra democracia, que aunque imperfecta, muchos no percibimos lo hermosa que realmente era, después de 40 años de democracia, debimos haber trabajado para perfeccionarla, como la mayoría de los países latinoamericanos, nunca haber experimentado otorgársela a gente que la usó como vehículo para llegar al poder, para luego destruirla, por estar seguros, que ese mismo vehículo los hubiese regresado al sitio donde originalmente se encontraban.

En un documental sobre el caso del Estado norteamericano contra el gran atleta Mohamed Ali, quien fue juzgado por negarse a participar en la guerra de Vietnam, aduciendo que su religión no le permitía agredir a personas, que según él, nada le habían hecho, en el proceso un magistrado de la Corte Suprema de Justicia, reflexionando llegó a la conclusión de que Mohamed Ali era inocente y no debía ser despojado de su licencia de boxeador, del título de campeón mundial y mucho menos ir a prisión. Así que este Magistrado comenzó a hacer una especie de “lobby” con sus colegas tratando de convencerlos de su posición, y aquí ocurre el momento cumbre de la historia, la plática con su jefe, el Presidente de la Corte Suprema de los Estados Unidos, en ese momento el Magistrado le expone sus argumentos y el Presidente de la Corte le contesta: “Justamente hace algunos días estuve conversando sobre el tema con el Presidente de la República”, quien era Richard Nixon para entonces, acto seguido el Magistrado le pregunta: “Pero jefe usted habla con el Presidente de los Estados Unidos”, y este le responde: “Si, algunas veces tenemos comunicación”. Sorprendido el Magistrado le dice: “Yo creo que usted no debería estar hablando con el Presidente de los Estados Unidos, porque de filtrarse esa información en los medios, que opinarían de nosotros, sobre nuestra independencia y autonomía” y termina diciéndole: “Desde que yo soy Magistrado de la Corte ni siquiera voy a votar en las elecciones”.

Este relato, pudo haber ocurrido en esos términos o exagerados por parte del Director de la obra, lo cierto, es que así funcionan las naciones donde impera la separación de poderes y el estado de derecho. Aquí formulo la siguiente pregunta: ¿Quien “carajo” dijo que el Presidente de la República es el dueño de un país?, el Presidente de la Republica de cualquier nación civilizada es apenas el gerente general del Poder Ejecutivo, y tiene que gerencial en armonía y coordinación con otros gerentes generales que están a su mismo nivel y que representan los otros poderes del Estado, como el Legislativo y el Judicial. El equilibrio y respeto mutuo entre estos poderes, es la garantía de vivir en una República democrática con un mínimo de tres principios universales, humanos e inalienables; la libertad, el derecho y la justica.

La gran meta que tenemos los venezolanos, no solamente es emerger de la peor crisis política, económica y social jamás experimentada por sociedad alguna que se tenga conocimiento, también es la restauración de la democracia, pero en esta oportunidad, con una verdadera independencia de los poderes públicos y un impecable estado de derecho que sean el gran marco para la progreso de nuestro país.

Alberto Barboza

Coach Gerencial en liderazgo, planificación y productividad

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