Entre finales de los años 60 y principio de los 70, surgió uno de los movimientos artísticos más importantes de la música latina: la Fania All Star. Durante más de medio siglo esta gesta se ha mantenido vigente -con su salsa- en el mundo musical; ritmo éste al cual calificó su desaparecido director, Johnny Pacheco, como de realismo mágico porque “logro unir a un grupo de pavos reales en un corral”.
Todos los músicos eran como los pavos reales, muy buenos con cada instrumento y en los diversos ritmos que tocaban. El asunto era articular sus virtudes en una agrupación y tocar armoniosamente. El milagro sucedió. La Fania logró integrarlos, meterlos en el corazón de los latinos new yorkinos, los caribeños y de gran parte de Latinoamérica. Fue una marejada feliz, como dice la canción de Roberto Roena, desde los más humildes habitantes de las barriadas urbanas del continente, hasta bailadores de la exótica Kinshasa (capital de la antigua Zaire hoy República del Congo 1974) movieron sus cuerpos al ritmo del Quimbara de la “eterna y querida negra”, Celia Cruz, y las tumbadoras del “manos duras”, Ray Barreto .
Fue la búsqueda de la respuesta musical al potencial artístico de los diversos pueblos del continente latinoamericano, y el éxito de un grupo con diferentes visiones y capacidades, en el que confluyeron humildes y académicos, hablando un mismo idioma. Como es natural en todo contexto social la diversidad humana se aceptó. El éxito y el error, el auge y la decadencia, caminaron de la mano durante la larga vida de la Fania, pero el objetivo se logró.
Esa experiencia muestra la capacidad que tiene el continente Latinoamericano para buscar sus talentos y ponerlos en sintonía con intereses constructivos supremos, en el que la diferencia de pensamiento no es obstáculo para edificar “cosas comunes”, en beneficio de ese pueblo necesitado de respuestas que solventen males históricos como la desigualdad, generadora de exclusión, violencia y segregación.
Desde la época de la colonia, Latinoamérica replicó el modelo del imperio español: Los vicios, arrogancias de la clase dominante, obsesión por el poder, burocracia, facilismo, falta de preparación para asumir responsabilidades públicas, corrupción, discrecionalidad en la aplicación de la ley, la mentira entronizada en la sociedad, la exclusión, el resentimiento, y el trato injusto hacia el indígena, el negro y la mujer.
Esa consecuencia tectónica no ha cambiado en su esencia, por el contrario se han potenciado en algunos aspectos y prácticas. Observen –por ejemplo- la figura del presidencialismo y la falta de preparación para ejercer la función pública. Históricamente quienes asumen la presidencia se convierten especies de “reyes”. Se creen amos y señores de la “cosa pública”, la manejan a su antojo, cambian constituciones y leyes, si quieren estar más en el poder o imponer algún interés disfrazado de legalidad, como ocurrió con Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales o Daniel Ortega; permanencias éstas que resultaron perversas para sus respectivas sociedades, porque degeneraron en corrupción, impunidad, autoritarismos y empobrecimiento.
A esta práctica se unen la impunidad ante el hecho doloso (corrupción y violación de los derechos humanos) tal como ocurre en Venezuela o en la Brasil de Ignacio Lula da Silva (padre del Foro de Sao Pablo que tanto daño le ha hecho al continente) con el caso Lava Jato y a quien la justicia lo reivindicó y ahora aspira descaradamente a la presidencia; el irrespeto a la institucionalidad y división de poderes; el desfase de los partidos con sus realidades y la desconfianza generada en los ciudadanos que, en su afán por buscar respuestas a sus males, caen irresponsablemente en manos de encantadores de serpientes (Chávez y Correa) y generan más problemas de los que ya existen.
Trato aparte merece el factor “diálogo” ausente en casi todas las democracias latinoamericanas, básicamente porque el concepto acentuado en los últimos años es el de ver al contrincante como un “objetivo a destruir”. Más en estos momentos de pandemia china cuando el Estado se ha debilitado en el aspecto fiscal y generando la crisis económica que acentuó los problemas de desigualdad y pobreza, dice el profesor de la Universidad de Harvard, Steven Levitsky (BBCMundo 8-04-2021), abriendo espacio para que los destructores del sistema asuman un rol más protagónico.
Es el caso Colombia en donde sus gobernantes son los mismos desde la época de la independencia, al igual que su violencia, irrumpió una izquierda supuestamente reivindicadora que solo dialoga con las armas y tiene más de medio siglo cometiendo las mismas atrocidades contra las que lucha, hasta convertirse en un vulgar cartel del narcotráfico. La violencia es su lenguaje, la mentira su bandera enarbolada sobre las causas sociales (pobreza, desigualdades, ambiente, etc.). Su agotado discurso le imposibilita construir una propuesta civilizada, de diálogo y validada por la sociedad, porque en sus gestiones como alcaldes o gobernadores sus indicadores no son nada positivo. Son más de lo mismo.
En esta época de rápidos cambios, el continente puede abrir opciones que modifiquen sus prácticas políticas, sociales y económicas. Explorar nuevas fórmulas de desarrollo que permitan reducir las desigualdades y den esperanzas a más de la tercera parte de su población que vive en condiciones de pobreza. Esto implica concebir una visión, liderar el proceso y construir modelos adecuados a cada contexto.
En Singapur- por ejemplo- Lee Kuan Yew estuvo al mando del país por tres décadas y es considerado el artífice de su «milagro» económico”. Diseñó un amplio programa de reformas para convertirlo en un país industrializado y moderno, bajo un modelo capitalista con férreo manejo estatal, incluso con estricto control de la vida privada y la supresión de libertades individualidades. Atacó la corrupción y propició la inversión extranjera. Instrumentó un excelente sistema educativo en el que se respetó la diversidad étnico-cultural y practico «una muy buena gobernanza y política económica predecible». En su modelo referenció el capitalismo democrático y liberal pero le integró los valores de la cultura asiática.
Los dirigentes chinos de la era post Mao referenciaron la experiencia de Singapur y con un malabarismo peligroso han mantenido un fuerte control del aparato político, social y económico del centenario Partido Comunista Chino, dice Anthony Saich del Ash Center de la Universidad del Harvard, sustentado con un modelo de producción capitalista programado a 30 años, manufacturero con uso de mano de obra intensiva y exportador. Es un sistema desigual, protegido, con baja calidad en sus productos masivos y profundas contradicciones entre la ciudad y el campo.
El PCCh es un partido Estado, dice el experto en China de la Universidad Baptista de Hong Kong, Jean-Pierre Cabestan, por eso controla todo. «Económicamente China hoy está más cerca del capitalismo que del comunismo», señala –por su parte- la analista internacional, Kelsey Broderick (BBC Mundo 3-07-2021). Saich, al ser consultado sobre si la China de Xi Jinpin se está haciendo más capitalista o más comunista, opina que ninguna de las dos opciones es acertada: «Es más estatista». El docente de la Universidad de Northwester, Jairo Lugo, opina que “la rosca” del partido solo controla el poder, la realidad es que el resto del país es totalmente capitalista.
Las reflexiones que se extraen de las distintas experiencias de la Fania, Singapur y China, son las visiones y las capacidades para hacer las cosas, considerando el contexto y las potencialidades humanas. La flexibilidad para asimilar los cambios y adaptarse a las nuevas realidades exigidas por la sociedad, es un factor a considerar, de lo contrario, como está ocurriendo en China y Latinoamérica, las rígidas estructuras de control del poder pueden quebrarse y darán paso a otras nuevas.
@hdelgado10