Ángel Lombardi Boscán: Notas sobre el 5 de julio de 1811

441

El 5 de julio de 1811 puede ser visto también como un salto al vacío. El suicidio de la clase mantuana, criolla y blanca que estaba llevando a cabo un acto preventivo de “intención conservadora en lo social” ante el  abandono metropolitano luego de que Napoleón Bonaparte invadió España en el año 1808. Lo sucedido en Haití en 1791 les paralizó de miedo y cuando el “traidor” Francisco de Miranda les vino a dar la “libertad” en el año 1806 se pusieron de parte del Capitán General Manuel Guevara Vasconcelos. Perdieron la confianza y se decidieron actuar. Miranda fue tanto traidor como héroe. Y Bolívar entregó a Miranda al jefe canario Monteverde en 1812 a cambio de salvar el pellejo evitando ser fusilado y ganar un pasaporte para el exilio.

                El “grito de libertad” de Caracas en 1810 con el primer paso autonomista negó otros gritos de libertad diferentes como le sucedió a Coro que pudo repeler el intento de invasión de las fuerzas armadas de Caracas con el marqués Francisco Rodríguez del Toro bajo su comando. Otro tanto les sucedió a la ciudad de Valencia que no quiso acompañar el acto del 5 de julio de 1811. Robert Sample, viajero inglés y testigo de éste suceso anotó lo siguiente: “Si la naturaleza humana no fuese siempre la misma, nos sorprendería ver a los caraqueños, en la propia infancia de su república, negando a otros el derecho de elegir su forma de gobierno, después de que tan celosamente ellos lo habían ejercido para sí y llevando a cabo, como su primer acto, un ataque contra sus hermanos, por el solo hecho de que estos eran adictos al rey”.

                Lo demás no es difícil adivinarlo. Los llamados sectores “viles” que conformaban a la “multitud promiscual” (pardos, negros e indios) al abrirse el dique de la anarquía y acabarse el equilibrio consensuado en torno a un rey paternal ahora ausente y descabezado se lanzaron por la vía de la violencia. Violencia apocalíptica y nada gloriosa: una brutal degollina. Una carnicería sin miramientos. 200.000 fallecidos de una población de apenas un millón de habitantes. Desapareció el 20% de la población y el país quedó destruido y el siglo XIX fue un siglo invisible.

                Los radicales y extremistas se atrincheraron en dos partidos: uno monárquico y otro republicano. La guerra civil o incivil, una empresa de saqueo descomunal, ante la desintegración de las instituciones coloniales, crearon las condiciones de muchas guerras a muerte. El año 1813 con Bolívar y su Decreto de Guerra a Muerte y Boves con su cruzada de venganza social y étnica en 1814 hicieron trizas desde las cenizas los anhelos libertarios de una nueva sociedad republicana pensada y pactada en 1811.

                La «estrategia de la derrota» de la Metrópoli desde 1811 hasta 1820 radicó en optar por la vía represiva para aplastar a los rebeldes sin contar con los medios militares, logísticos y de dineros para acometer la empresa. Y además le dieron la espalda a la realidad sociológica del país: se enajenaron el apoyo de las mayorías populares y pensaron ganar la guerra irregular como si se tratara de una campaña punitiva de policía. Morillo pensó como Hernán Cortés en el siglo XVI aunque se le olvidó acordar con los enemigos de los patriotas. Tamaña soberbia impolítica le hizo morder el polvo.

                Morillo en Margarita en 1815 desembarcó con 10.000 expedicionarios peninsulares dando a la guerra una calificación de internacional que las veleidades y durezas del trópico en dos años se tragó a esa fuerza de reconquista sobre la Costa Firme. Nos sobran los testimonios de los actores contemporáneos señalando que en las tropas del rey los peninsulares fallecidos eran sustituidos por los oriundos del país.

                Venezuela fue la «América militar». En ningún otra parte del continente se peleó y mató con tanta furia. Muchos jefes y caudillos dan la nota de un proceso que se puede resumir con una sola palabra: anarquía. Bolívar, rayo de la guerra, tuvo el mérito de ganar militarmente. Aunque el anhelo libertario se haya desdoblado en los campos de batalla por la motivación del pillaje, el saqueo y el botín. El famoso Negro Primero, llamado Pedro Camejo, le confesó a Páez que para él y los suyos, los de su clase, la Patria se reducía a una montura o uniforme robado.

                El 24 de junio en el campo de Carabobo se culminó ésta guerra de significados tan dispares como de conclusiones encubridoras de los hechos en sí. Tarea del presente es aprender del pasado y estudiarlo sin las «jaulas ideológicas» que hoy imperan.

                El sabio Andrés Bello (1781-1865), y muchos otros más, prefirió huir del incendio descomunal y no apoyó la Independencia porque se dio cuenta que la guerra civil sepultaba al pasado colonial con el cuál se sentía directamente identificado y representado. La Independencia dio como resultado la negación de la cultura colonial, abrasando con su continuidad y lanzando al abismo a una población maltrecha sin un referente de identidad definido. Hoy es necesario revalorizar lo hispánico como parte esencial de la venezolanidad.

                Finalizada la Guerra de Independencia, el triunfo no fue del Pueblo, ni de los mantuanos que la iniciaron en 1810, sino de los caudillos revestidos de condecoraciones, ejércitos privados y grandes latifundios. En esencia las dinámicas de la economía colonial se mantuvieron y sólo de manera nominal en las constituciones aéreas se ejerció un tipo de sociedad liberal, conservadora, goda, federal, legalista, republicana y mixta. Un simulacro en toda ley.

@lombardiboscan