El asunto a pensar no es que una alcaldesa comunista asuma en Santiago de Chile, o que un candidato proponga un modelo marxista en Perú, o que un dirigente de protestas plantee la tan cacaraqueada inclusión social en Colombia, que también se ha convertido en un asunto que comienza a tomar cuerpo entre quienes defienden el capitalismo-democrático-liberal, o que las negociaciones que andan por Venezuela tengan o no el éxito esperado.
Lo que es de obligatoria reflexión es qué proponen estos dirigentes para superar sus crisis. Algunas alternativas planteadas son más de lo mismo, tienen respuestas que ya fracasaron tiempo atrás, pero que la corta memoria latinoamericana se encargó de borrar, o toman banderas históricas y las envuelven en intereses particulares (narcotráfico, comunismo, obsesión por el poder, revanchismo, etc.) para venderlas como asuntos reivindicadores de sus sociedades.
La ética, los valores, los principios democráticos, cuando de emociones se trata se van al “pote de la basura” y se olvidan, permitiendo que corruptos, mentirosos, ineptos o figurones circunstanciales lleguen al poder, en detrimento de las democracias, las libertades y del imperio de la ley. La reducción de la aplicación de “la salida de fuerza” aplicada a lo cowboy americano, por el líder occidental, Estados Unidos, -décadas atrás- ha favorecido la aparición del comunismo disfrazado de reivindicador de los pobres, afectados históricamente por las desigualdades.
Bajo el esquema de la negociación y la presión diplomática y económica, la modalidad de diálogo esgrimida por Estados Unidos y sus aliados europeos, esta nueva tendencia revisionista disfrazada, trata de colarse en el modelo democrático para perpetuarse en el poder (tal como lo plantea Carlos Marx, porque se creen los dueños de la última etapa de la evolución histórica de la sociedad y -por tanto- los llamados a controlarlo en nombre del proletariado), comportamiento expresado por Daniel Ortega en Nicaragua, Hugo Chávez y Nicolás Maduro en Venezuela y lo intentaron hacer otros representantes de esta tendencia en Latinoamérica.
Y como ya las potencias democráticas no “dan garrote”, estos revisionistas del poder aprendieron a negociar para dilatar las crisis y salirse con las suyas, sin que la justicia los sancione y no terminen en una fría celda pagando por sus pecados. Los mejores ejemplos de impunidad fueron Fidel Castro y Hugo Chávez, murieron por causas naturales o enfermedad, sin saldar sus culpas.
Ahora que se rumora sobre otra negociación política y diplomática en Venezuela para resolver una crisis que ya cumple 22 años, la sociedad entra en una encrucijada que parece preocupar poco a los venezolanos, más interesados en ver como sobreviven o cómo huyen de una realidad que parece no tener fin. El punto central no es que se logre mayor o menor impunidad entre los corruptos o violadores de los derechos humanos aliados del régimen chavista, o se canalicen elecciones más justas o parcializadas para cambiar los factores de poder regional o nacional, o liberen a los casi 400 presos políticos; lo que se está obviando es el gran esfuerzo por el cambio estructural del país, en momentos cuando las instituciones llamadas a pensarlo están desmanteladas o destruidas.
Cuando se lee o escucha a los políticos, empresarios o expertos en lo que sea, preocupa su limitada visión del país que vendrá cuando se termine el modelo petrolero. La mayoría siguen enfatizando el potencial minero del país y poco explican sobre su transformación estructural y humana, la cual no se rescata solamente con traer algunos préstamos y ayudas económicas, y colocar nuevas caras en las instituciones u organizaciones, sino que demanda cambios más complejos.
Dejar esa tarea a políticos profesionales, zorros viejos o a los especialistas de oficio es un riesgo alto, porque los intereses personales, la desconfianza en las organizaciones políticas y sus líderes, la corrupción y la debilidad de las instituciones públicas y privadas, incluyendo a las devastadas universidades, deja poco espacio para la esperanza y mucha duda sobre el futuro de Venezuela.
Si el daño es mayor, la solución debe estar a la altura. En su artículo “los estragos de Prometeo” (Venezuelausa.org 03-06-2021), el ex rector de la Universidad del Zulia, Neuro Villalobos, advierte sobre los efectos de la crisis en la sociedad venezolana: “La tesis del mal extremo desarrollada por el Dr. Martínez Meucci, se refiere a aquél que excede las normas de lo normal y convencional”. Mientras que el “daño antropológico”, expuesta por Raúl Fornet-Betancourt del Centro Gumillas, es cuando además del “deterioro en los órdenes social, político y cultural existe, fundamentalmente, un daño a la condición humana como tal”.
Establecer prioridades solo sobre las respuestas inmediatas para luego no saber qué hacer con el dantesco deterioro del país es un gran error. Suponer que un chorro de dinero solucionará todo y que vendrá para invertirlo en la industria petrolera es un supuesto fantasioso que solo demuestra el pensamiento cómodo de una sociedad anclada todavía en el modelo rentista, burocrático y facilista, que excluye lo planteado por Villalobos
Venezuela cambió. La pérdida de 7 millones de habitantes, la destrucción del aparato productivo y las instituciones públicas y privadas, la corrupción sin límites, la desaparición del imperio de la ley, el incremento de la delincuencia organizada, el narcotráfico y los problemas fronterizos, son asuntos que no pueden improvisarse, hay secuelas que demandan mucho esfuerzo de una ciudadanía que debe asumir el concepto de responsabilidad en toda su dimensión, para mover al país hacia otra dimensión histórica.
@hdelgado10