“La democracia no puede vivir sin la verdad, el totalitarismo sin la mentira”. (Jean- François Revel, El conocimiento inútil, p. 21).
Dos ejemplos referenciales en el mundo de hoy pueden indicar el camino que algunos países y hasta los continentes toman para conducir a sus pueblos. Son los casos de Singapur, el modelo del sudoeste asiático, y la Cuba de los románticos reivindicadores de las desigualdades históricas que han generado un continente Latinoamericano injusto, violento y pobre.
Ambas naciones tomaron dos rumbos históricos distintos en la década de los 60, una rompió con el colonialismo de la Inglaterra imperial en 1961, la otra derrocó una dictadura militar aliada a Estados Unidos con su “revolución de los barbudos”, en 1959. Seis décadas después estos países muestran antagónicos legados, entendiendo también que se convirtieron en referentes para sus vecinos y para el mundo.
Singapur, con la férrea mano de Lee Kuan Yew y su Partido Acción Popular (PAP), este abogado y filósofo egresado de las universidades de Cambridge, Londres y Singapur, trazó el rumbó de este reducido conclave ubicado en el extremo del sudoeste asiático con escasamente 5.7 millones de habitantes (último censo). Durante seis décadas este político influyó en la vida del país como primer ministro (30 años), y creó la ruta hacia el desarrollo: Reconocer la multi-cultura, inversión social (vivienda, educación y salud), manufactura y fortaleza institucional. Esa definición a largo plazo dio estabilidad y seguridad a la sociedad y a los inversionistas.
La ruta económica de Kuan Yew fue modificada. Luego de ser un polo de manufacturas de exportación para el comercio mundial, amplió sus actividades con la refinación petrolera, la industria de alta tecnología y servicios portuarios y aeroportuario, convirtiéndose así en centro financiero, comercial y un paraíso fiscal. Los resultados son contundentes, todos los organismos mundiales evaluadores colocan a Singapur entre las primeras naciones con calidad educativa, salud, bienestar social, producción constante, y estabilidad institucional y legal.
La Perla de Asia, compuesta por 64 islas, es ahora uno de los exitosos cuatro tigres asiáticos (los otros son Hong Kong, Taiwán y Corea del Sur) pasó de ser, como la calificó Kuan Yew “un pozo negro de la miseria y la degradación», a referente mundial, ejemplo para superpotencias como China y su aliada y protectora incondicional Estados Unidos. Siete décadas después, la inversión en su capital humano dio resultados contundentes: En 2018 las reservas internacionales superaban los US $362 mil millones de dólares, el Producto Interno Bruto fue de $491 mil millones, su ingreso per cápita $87 mil y su crecimiento de 3,3%, según reseña la BBC Mundo (29-01-2019).
La visión capitalista y humana de Kuan Yew, a quienes algunos califican de dictador o autoritario por su drástica aplicación de las leyes y disciplina social (al extremo que prohibió –por ejemplo- el consumo de chicle por ser agente contaminante), no solo consideró los aspectos productivos y de bienestar social; comprendió que el estar en una zona de confluencia cultural (china, malasia, india e inglesa) implicaba unir las razas, la cultura y la lengua, para sustentar los negocios. En la educación y las normas legales y sociales, respetó la diversidad de costumbres, así como sus “lenguas maternas”, pero el idioma de mayor uso es el inglés. El ideal del “Padre de Singapur” fue referenciar la democracia occidental y resaltar los valores asiáticos.
Ya cumplido su objetivo económico de estar entre las naciones más ricas del mundo, ahora el gran salto es hacia “la sociedad creativa”, decía el periodista y docente de la Universidad de Northwestern, Jairo Lugo. Un salto cualitativo que indica el camino que van a seguir y mostrar al mundo la capacidad evolutiva de un modelo único que combina factores culturales autóctonos, la fuerza del capitalismo, la disciplina social y política, el parlamentarismo inglés, la fortaleza institucional y la visión como aliado del desarrollo.
Al otro lado del mundo, Cuba, de la mano férrea de Fidel Castro, se convirtió en referente político, de redención histórica y de irrupción ante el imperialismo yanqui. Ese fervor revolucionario generó en los círculos académicos, culturales, empresariales y sociales desde los 60 hasta el presente, consecuencias que el tiempo se encargó –cual juez implacable-, de mostrar.
El discurso cubano de culpar a terceros de sus desaciertos permeó en quienes fanáticamente insisten en aplicar este modelo fracasado (caso Venezuela). El escritor Carlos Alberto Montaner define la esencia que marcó al régimen comunista: “La isla tiene un sistema absolutamente parasitario e improductivo al servicio de los militares y no quieren cambiarlo “.
Primero, Fidel se encargó de engranar a Cuba en la órbita soviética, generando un modelo subvencionado económico y político. Caído el Muro de Berlín, logra penetrar al gobierno de Hugo Chávez para aprovechar sus petrodólares y aprovecha la oportunidad para expandir su ideal desestabilizador en el resto del continente Latinoamericano, de la mano del Foro de Sao Pablo y su líder el corrupto ex presidente de Brasil, Ignacio Lula da Silva.
Sus indicadores muestran algunos avances en educación y salud, pero las cifras son poco confiables. En los parámetros de calidad de vida, sus números están en rojo. Pero la empresa más exitosa ha sido la de “explotar el resentimiento y las frustraciones de la sociedad latinoamericana”. Fidel fue un extraordinario vendedor de ilusiones, ante él se postraron figuras de todos los continentes. Se burló de las democracias occidentales, de sus sanciones por sus innumerables violaciones de los derechos humanos, de los compromisos morales y de sus valores. Como fiel seguidor del propagandista de José Stalin, el alemán Willi Münzenberg, aglutinó en torno a su figura a escritores (Jean-Paul Sartre, Gabriel García Márquez, Pablo Neruda, Miguel Otero Silva, etc.), cineastas, artistas, empresarios, y líderes de izquierda y derecha.
Murió a los 90 años, siendo la vedette en un continente plagado de encantadores de serpientes, corruptos, ineficientes, mentirosos y explotadores de las miserias humanas; obsesionados con el poder, de ilusos y desesperanzados creyentes (indígenas, excluidos, esclavos, etc.) que creen en la deuda histórica que la sociedad debe pagarles. Ese es el mundo en el que Fidel lanzó su mala semilla. Es la América que va y viene, en un devenir histórico que le impide aprovechar los avances de la humanidad, para darles calidad de vida a sus pueblos.
Es la lección de dos fuentes de inspiración, la ejemplar, rica y próspera Singapur que se levantó de su pobreza invirtiendo en su capital humano e irradió -con su ejemplo- a sus vecinos; y la de una Cuba derruida por el tiempo, explotadora de las miserias, que busca la eterna respuesta ante la agresión de Estados Unidos y que en su afán de aferrarse al poder, llenó de sangre y violencia al resto del continente, porque es incapaz de construir propuestas basadas en el diálogo civilizado y democrático.
@hdelgado10