“Un mapa del mundo que no contenga el país Utopía no merece siquiera un vistazo, decía el novelista irlandés, Oscar Wilde. En esta afirmación, decía Fernando Vallespín (El País 19-01-2020), subyace la idea de que necesitamos el aliento de llegar a este lugar misterioso para, una vez alcanzado, embarcarnos de nuevo a la búsqueda de otro mejor. En eso consiste el progreso…Hasta hace bien poco, al menos desde la Ilustración, este impulso por imaginar sociedades más perfectas constituyó el motor de nuestra civilización. Ahora ya las hemos borrado del mapa. Literalmente. Occidente navega hoy huérfano de utopías, ha dejado de creer en el progreso continuo y lineal. Todo su empeño consiste ahora en eludir esos otros territorios en los que podemos encallar, las distopías, el reverso radical de lo que sería un mundo más deseable”.
Venezuela no está ajena a este fenómeno mundial expuesto por Vallespín. La esperanza civilizadora de la democracia y de ruptura de la herencia militarista que la acompaña históricamente, se vio truncada cuando la sociedad construyó una confusa alternativa que “aparentemente rompería” con la corrupción y otros vicios generados por los encargados de ejercer la función pública y manejar la renta petrolera. Ese disparate desembocó en un perverso personaje, Hugo Chávez, que fusionó el pensamiento castrense y una concepción socialista que arrastraba antecedentes de fracaso en otros países.
En 21 años de experiencia, el chavismo no solo profundizó los males de la democracia venezolana, sino que rompió con la esperanza país — emoción sostén del espíritu utópico—, tornándola en miedo paralizante, fuente “de la que se nutren las distopías”, como sostiene Vallespín. Romper con la tradición aleccionadora, partiendo del resentimiento, la desesperanza y la violencia, ha demostrado que no tiene un final acertado, más si sus confusas ideologías se pretenden imponer con la fuerza, contraviniendo el axioma que los verdaderos cambios más impactantes de la humanidad se han dado sigilosamente, por ejemplo, el ingreso de Internet y la telefonía móvil a nuestras vidas ocurrió silenciosamente, nadie lo impuso, y ahora es imposible concebir la vida sin estas herramientas tecnológicas.
En cambio las revoluciones comunistas impuestas a la fuerza fracasaron por la involución social y la limitación de las libertades humanas que generó, mientras algunos políticos dinosaurios intentan revivirla. Igualmente la democracia y el capitalismo han creado condiciones de alarmismo anárquico, producto de la hipertecnología incontrolada –entre otros factores-, el mundo parece no saber hacia dónde va. Se evidencia la necesidad de ejercitar el mercado público de las ideas y la razón, la discusión sobre las sociedades utópicas como motores de cambio y progreso, para así reducir espacios a la desesperanza, nutrida por la exposición de los hechos de forma aislada y alarmista, que solo favorece a los usurpadores del poder.
El contexto de hoy se caracteriza por sentir las consecuencias de la mentira, el secretismo, la desesperanza y el miedo, como factores de perturbación y confusión; situación que propicia el surgimiento de falsos líderes que solamente explotan esos perversos sentimientos con el fin de controlar el poder, los recursos y monopolización la toma de decisión pública. En el contexto latinoamericano esa fraudulenta realidad predomina constantemente sembrando los temores e incertidumbres a sus sociedades, en especial a los jóvenes llamados a ser la generación de relevo.
Esta tendencia se acentúa por el constante revisionismo histórico de grupos de izquierda, unido al resentimiento y la respuesta violenta, que impiden consolidar modelos utópicos que crean instituciones y experiencias en constante evolución, y relaciones modernas en sus sociedades con ciudadanos responsables. Suficiente es observar la desesperanza de sus jóvenes preparándose para vivir en Europa o Estados Unidos, sin un ápice de identificación con sus países de origen y mucho menos con su futuro.
Una nación sin sueños no pude vivir. Sin este axioma una sociedad difícilmente prospera y menos si la generación responsable de su futuro no la sueña y la siembra de esperanza; vivirá en un eterno inicio de ciclos que no se cierran y las enseñanzas se diluyen en la incertidumbre, más cuando sus sociedades están fragmentadas profundamente por el resentimiento y una visión postmodernismo distorsionadora de los hechos que impide dimensionarlos y comprenderlos verdaderamente.
Las élites de tendencia derechista también son corresponsables de lo sucedido en Latinoamérica y específicamente en Venezuela, al acentuar las desigualdades y sus privilegios de clase dominante. Del otro lado, la izquierda resentida busca llegar al poder, no para reducir los problemas de sociales ni plantear soluciones civilizadas, sino para perpetuarse en el poder, intentando destruir las experiencia pasadas positivas, y plantar salidas violentas basadas en el miedo, para someter e imponer su verdad, generando enfermizas dependencias a través de la dádiva política, económica y social. Esa obcecada teoría comunista de creerse el último eslabón de la historia, rompe abruptamente las posibilidades de desarrollo de la responsabilidad ciudadana, la iniciativa individual, el emprendimiento y la creatividad.
De esa realidad no escapa la Venezuela del siglo XXI, cuyo éxodo poblacional limita las posibilidades de sacarla de las críticas condiciones a las que la llevó un errado proceso político, cuyo mérito fue desaprovechar la mayor bonanza petrolera y desembocar en la peor crisis de su historia republicana. Los testimonios de quienes huyen para “buscar calidad de vida”, crea un ambiente poco alentador. Olvidan que esa aspiración tiene dos componentes: el espiritual y el material. En un mundo capitalista mal entendido y más enfrascado en el consumismo desbocado, la mayor parte busca su estabilidad material, obviando los compromisos con la segunda parte y con su país.
El miedo es parte de las emociones humanas y sentirlo es natural. Edmund Burke decía: “Ninguna pasión despoja con tanta eficacia la mente de todos sus poderes de actuar y razonar como el miedo”. Él puede convertirse en un aliado para crear, hacer o paralizar, afirmaba el ex presidente Abraham Lincoln. Ahí se comprende porque la crisis de Venezuela, más que económica y política, es de carácter conductual e individual. Para el chavismo el poder se convirtió en su capacidad de generar terror y provocar “quietud”, de otra manera no se explica que la minoría adepta al régimen logra controlar al resto de la sociedad. Simplemente se decidió “no hacer nada” si me quedo, o huyo para “mejorar mi calidad de vida. Al venezolano de hoy -en general- se le olvidó soñar y prefiere la evasión al compromiso utópico.
También es cierto y vista las experiencias de las guerras mundiales del siglo XX –entre otros hechos-, que la humanidad ha demostrado a través de su historia que puede superar las grandes dificultades y hacer mejor las cosas. Más de medio siglo de relativa paz en Europa y la creación de su comunidad con intereses comunes, son demostraciones contundentes.
A pesar de los cuestionamientos a la política y la incapacidad de sus actuales élites demócratas-capitalistas de Latinoamérica –y en especial Venezuela-, por vincular “sus acciones con los intereses de todos”, Vallespín siembra un mensaje positivo: “Tomémonos en serio los mensajes distópicos, reenfoquemos el mito del progreso y no nos dejemos paralizar por el miedo. Pero, sobre todo, recuperemos la política… Lo que ahora necesitamos es una política épica de dimensión planetaria, previsora y eficaz”. Un llamado a sembrar la esperanza, controlando el temor y dar el gran salto.
@hdelgado10