El 2 de abril de 2005, la noticia se regó por todo el mundo: Juan Pablo II murió, luego de una larga agonía. Plegarias, llantos y la tristeza invadieron a los mundos católico y de otras tendencias religiosas, y político, cuyos líderes espirituales mantuvieron relaciones de amistad con el carismático Papa número 264 de la iglesia católica romana.
Comentaban periodistas de las grandes cadenas de noticias que más de dos millones de feligreses llegaron a Roma a despedirse del Karol Wojtila, cuyas exequias se realizaron el 6 de abril. El 16 de octubre de 1978 asumió como máximo representante de la iglesia, luego del breve papado de Juan Pablo I, y durante 27 años gobernó el mundo católico, llevando su mensaje a 129 países de la mano de la biblia, la verdad y la justicia.
El carisma del ex obispo de Cracovia (su natal Polonia) se basó en sus mensajes llenos de convicción y fe, en el encuentro con los jóvenes, y su férrea lucha por la justicia, expresada en su confrontación tenaz contra el comunismo dominado por el bloque Soviético que casi le cuesta la vida, cuando el terrorista turco, Mehmet Alí Agca, en combinación con la temible policía secreta, KGB, atentaron contra su vida en la plaza del Vaticano, el 13 de mayo de 1981. Posteriormente y luego de muerto, se conoció la historia de un segundo intento de asesinato, entre el 12-13 de mayo de 1982, consumado por el sacerdote ultra conservador, Juan Fernández Krohn, en la localidad de Fátima (Portugal).
El atentado dejó secuelas en su salud. Sin embargo, eso no impidió que prosiguiera en sus luchas, estableciendo lazos cordiales con otras creencias, al punto que en sus actos fúnebres sus representantes acudieron, al igual que políticos de todos los continentes, convirtiéndolo en el funeral “más grande de la historia” y al que mayor cantidad de líderes de ambos mundos acudieron.
“Cuando rezaba se blindaba espiritualmente”, decía un representante de la iglesia católica zuliana cuando narró la experiencia de compartir sus vivencias en El Vaticano. “Me iluminó, me transformó y ahora soy creyente, lo vi de frente en París durante su primera visita y me impactó tanto que desde ese día cambió mi vida”, comentaba una feligresa norteamericana. “Irradiaba una inexplicable energía que parecía tener un halo”, decían testigos que lo vieron personalmente.
Desde puntos de vista racionales o espirituales, lo cierto era que el “carisma” de Juan Pablo II era una realidad. Lo demostraron los millones que visitaron la Plaza de San Pedro el día de su funeral, lo reflejaron políticos, representantes de la sociedad mundial que pudieron compartir algún momento con él. Y esa admiración la corroboraron sus seguidores cuando asistieron a su beatificación el 1 de mayo de mayo de 2011 y su canonización el 27 de abril de 2014.
Las dos visitas realizadas a Venezuela (1985 y 1996) constataron su liderazgo espiritual. Esa imagen proyectada en la iglesia católica aún permanece intacta, a pesar de la preparación intelectual y cambios sustanciales realizados por sus predecesores, los papas Benedicto XVI y Francisco. Con sus mensajes fundamentados en el evangelio, visitó países de distintos modelos políticos, conversó con los líderes de las potencias mundiales, visitó naciones con diversas visiones religiosas, asumió duras posturas contra el comunismo soviético, partiendo de sus experiencias en su amada Polonia dominada por Moscú, contribuyendo con su caída no violenta, y el posterior derrumbe del Muro de Berlín en noviembre de 1989.
A 16 años de su desaparición física, la sociedad de hoy ha cambiando notablemente, influenciada por una democracia anarquizada que lucha por estructurar sus nuevos sistemas, procesos y funciones; la peligrosa influencia y la necesidad de regulación del Internet y los medios electrónicos; el predominio de la post verdad y la pseudo ciencia en detrimento de la verdad; la influencia del materialismo y el consumismo desmedido; las fallas y falta de respuesta de la iglesia católica en aspectos morales y de credibilidad; el fanatismo y la mala interpretación de las religiones; y lo más preocupante es la ausencia de sólidos liderazgos que trabajen en función de reducir las desigualdades e injusticias.
Se une a este cuadro, el último año de pandemia Covid19 provocada por la negligencia, arrogancia y prepotencia China, país éste incapaz de aceptar su responsabilidades moral, económica y social; crisis también aupada por gobiernos y sociedades negligentes más interesadas en los negocios, el egoísmo, las irresponsabilidades y las falsas alianzas políticas, en detrimento de la humanidad y la verdad. Ahí radica la vigencia del poderoso mensaje y liderazgo de Juan Pablo II basado en la libertad y la justicia, en el reconocimiento de la importancia de los jóvenes como futuros conductores de la humanidad y en la necesidad del entendimiento de las naciones.
En tiempos de Semana Santa es razonable tomar su ejemplo de vida y reflexionar sobre sus padecimientos de los últimos años, para relacionarlos con el viacrucis de Jesús y su sufrimiento por la humanidad cuando marchó hacia el Gólgota. Con su hablar pausado y reflexivo llevó el mensaje de Jesucristo al mundo, vivió a plenitud su grandeza espiritual y asumió con valor sus enfermedades con entereza, siendo ejemplo por su firmeza y persistencia para lograr sus objetivos. Definitivamente el carisma de Juan Pablo II ha sobrevivido al tiempo, manteniendo la vigencia de sus palabras en la generación que compartió su espiritualidad y en la que vendrá.
@hdelgado10