“Las peores obras de una literatura sirven a veces de vehículo a lo bueno que hay en las más grande” (Albert Camus)
Cuando la realidad es evidente, no hay mucho que agregar. Los titulares y los principales voceros del mundo hablan despectivamente y critican sin piedad al ex presidente saliente, Donald Trump. Su estilo poco ortodoxo y su falta de diplomacia y de formación política generaron polémicas relaciones, rupturas y una inestabilidad poco recomendable para el cargo de mayor importancia en el mundo.
Pero ahora cuando Josep Biden Jr. (78) asumió como el 46 presidente de los Estados Unidos es preciso responder a la pregunta siguiente: ¿Fue electo por su liderazgo, carisma y capacidad, o por el voto en contra de Donald Trump? Es la gran interrogante que se responderá en los próximos cuatro años, destacando que el margen de acción generado por sus expectativas es estrecho, dado que los asuntos internos y externos demandan respuestas inmediatas con miras a forjar la visión de potencia a corto y largo plazo.
Las expectativas son el adversario principal de Biden. La derrota de Trump generó en sus opositores esperanzas de cambio y tranquilidad, que pondrán a prueba la madera de la que él está hecho. Los cambios profundos en las políticas internas y externas son compromisos escritos en MAYÚSCULAS que demandarán energía (sus 78 años la ponen en duda), liderazgo (ya se rumora que el poder detrás de él es Obama), capacidad de decisión, objetividad, creatividad, destreza negociadora y para sobreponerse a la adversidad, aunque en el Congreso y con el establishment político y económico ya tiene apoyos importantes, la interrogante fundamental es hasta cuándo durará la paciencia de la sociedad para esperar las respuestas.
Se añade la presión del tema relacionado con la seguridad personal de Biden, la cual afectará su interacción con los ciudadanos norteamericanos, según lo presagia, Vic Erevia (Atlantic Magazine 19-01-20221), encargado de la protección de Barack Obama de 2011 a 2013: “El período actual se siente claramente más peligroso que cualquier otro momento de mi vida. Creo que los desafíos que presenta van a persistir”.
Es relevante que la agenda de Biden ratifique, modifique o descarte a la adelantada por Trump, en los próximos años, como son los acuerdos de París y el Nuclear con Irán, el Start con Rusia, la salida de la Organización Mundial de la Salud (OMS), las políticas de inmigración hacia algunos países musulmanes y las medidas para el control del Covid19 chino; pero también habrá otras medidas que se mantendrán, pero sin mucha bulla, para no darle la razón al ex mandatario republicano, por ejemplo, el trato a la amenaza china, el reconocimiento explícito de Taiwán a pesar de las amenazas de Pekín, los reclamos a Europa para que inviertan y presten mayor atención al tema de la seguridad, la alianza con Israel y el liderazgo en Latinoamérica.
Otro tema de su agenda -algunos advierten será secundario-, es el caso Venezuela. Ya se rumora que las petroleras norteamericanas que financiaron al régimen chavista durante dos décadas, buscarán revisar las sanciones de Trump contra Nicolás Maduro y su nomenclatura, con el objeto de reiniciar el intercambio de petróleo por gasolina o diesel. Mala señal porque si se limita el asunto a un intercambio netamente comercial, el ilegítimo Nicolás se saldrá con la suya, ya que estos combustibles le darían un respiro en medio de la solapada pero evidente crisis, que ya escapa de sus manos.
El tema Venezuela es prioridad para los venezolanos que viven la crisis día a día y la seguridad de Latinoamérica; para Estados Unidos no lo es porque hay otros asuntos prioritarios que afectan su “supervivencia”; sin embargo, la posición del secretario de Estado, Antony Blinken (58), reconociendo al presidente encargado y diputado de la legítima Asamblea Nacional, Juan Guaidó, y calificando a Nicolás Maduro como un “dictador brutal”, marca el norte de la política exterior de la gestión hacia este país, reforzada por su visión “multilateral”, una tendencia marcada por los diversos gobiernos norteamericanos desde finales del siglo XX, que prevé una búsqueda de opciones para resolver problemas en unión con la Comunidad Europea y otros países del continente.
En un extracto de la obra “La noche de la verdad”, que recoge las inéditas respuestas del francés nacido en Argelia y Premio Nobel de Literatura (1957), Albert Camus, al referir a la novela norteamericana, decía: “La técnica novelesca norteamericana es la técnica de la facilidad”. La advertencia puede extrapolarse y ser aplicable a un gobierno que tratará asuntos cruciales para la supervivencia de su democracia.
El peligro de “tapar las causas del los problemas de la democracia de Estados Unidos”, puede relacionarse con otro comentario de Camus -más amplio-, sobre la novela norteamericana: “El gusto por la eficacia y por la rapidez, un gusto muy generalizado y que no desdeño, ahora se introduce en las técnicas narrativas. El relato calla entonces todo cuanto era hasta ahora el tema propio de la literatura, es decir, grosso modo, la vida interior. Describen al hombre, pero nunca lo explican o lo interpretan. El resto, la experiencia interior, la meditación, el conocimiento del hombre y del mundo, no hace falta”.
Una reflexión filosófica de Camus sobre una expresión cultural –como lo es la novela- de la sociedad norteamericana que puede extrapolarse y relacionarse con la amenaza de obviar la crítica de grandes sectores, contra los sistemas y sus procesos funcionales y de recompensa, dando respuestas rápidas y eficaces, pero descalificando o polarizando a quienes piensan diferentes, para escuchar solo a sus adeptos o responder a los intereses del “establishment”, buscando así calmar las aguas, mientras en su interior la “lava volcánica” amenaza con remover las placas tectónicas que la sostienen.
@hdelgado10