Cuando los políticos buscan “chivos expiatorios” para tapar su ineficiencia o mediocridad, es síntoma de la inviabilidad e incapacidad de sus propuestas para resolver los asuntos sociales. Esta reflexión cabe en la interpretación que se puede hacer a las infames declaraciones de la actual alcaldesa de la capital de Colombia, Bogotá, Claudia López, el pasado 30 de octubre de 2020, relacionadas con el auge de la delincuencia en esa localidad, con las que endosa tamaña obra a los venezolanos, que agobiados por la crisis humanitaria desatada por el chavismo en su país, han tenido que huir.
A la vista de los bogotanos –conscientes- están las verdaderas intensiones del burgomaestre de limitar el pie de fuerza policial y sus consecuencias en los indicadores delictivos, efectos que se observan en el momento de actuar contra la delincuencia y- en especial- contra quienes generan caos, saqueos y daños a la propiedad pública y privada, durante las manifestaciones. El argumento es “su visión humana” de la protesta social como derecho, pero se le olvida que ese beneficio legal no es una licencia para destruir y violar los derechos ajenos.
Pero el sol no se puede tapar con un dedo, también es cierto que en la última ola de emigrantes venezolanos –principalmente- salieron delincuentes menores y grandes grupos delictivos, que buscaron ampliar sus irregulares operaciones en Colombia y mantener las ya existentes en Venezuela. Esa imagen estereotipada ha generado que los empleadores colombianos también asuman comportamientos despectivos, humillantes y de explotación (no pagan los salarios legalmente establecidos).
Una especie de venganza social, porque en Venezuela durante muchos años el tratamiento hacia los neogranadinos fue negativo en muchos casos, más cuando gran parte de esa masa emigrante provenía de la costa colombiana y especialmente del campo, con limitantes educativas y antecedentes vinculados con la guerrilla, la delincuencia y el narcotráfico. Es como si la historia en sus ciclos implacables, se encargó de cambiar los roles de sus protagonistas.
Pero la acepción xenofóbica hacia los colombianos no fue extrema, como sí está sucediendo con los venezolanos, un trato injusto hacia un país que desde los años ´30 del siglo pasado, los recibió, atraídos por la creciente bonanza petrolera y su relativo clima de paz y aceptación, en esa desesperada huída producto de la inestabilidad interna generada por la violencia política, la guerrilla, el paramilitarismo y el narcotráfico.
Comentaba una madre de un periodista y docente de una importante universidad de Bogotá, que sus hijos –algunos colombianos y otros venezolanos, todos profesionales- se formaron completamente en Venezuela, hasta que la situación crítica local los obligó a buscar otros horizontes. Esta familia que goza de gran estabilidad económica es reflejo de innumerables grupos familiares cuyos hijos, luego de estudiar en las universidades públicas, volvieron a Colombia, se fueron a Estados Unidos o a Europa, mostrando indicadores de calidad de vida mucho mejores que sus padres cuando salieron de la madre patria.
Un diplomático neogranadino, en conversación privada, comentó hace más de una década que muchos colombianos “conocieron el concepto de la vida urbana” en Venezuela. En esa época –decía- había aquí más de 5 millones de personas. Muchos –por ejemplo- eran docentes en la Universidad del Zulia, en ciencias básicas (matemáticas, física, química), ingeniería, medicina y áreas humanísticas; otros trabajaban la carpintería, la mecánica, la construcción y las fincas nacionales contaron con una gran cantidad de esa mano de obra, “movían prácticamente al sector agropecuario nacional”. Decía la propietaria de una finca hace más de dos décadas: “eran los mejores”.
En los dos ejes de mayor actividad económica y social Zulia-Guajira y Táchira-Norte de Santander, la línea fronteriza prácticamente no existía. Y eso es histórico. Lo que ha sucedido es que las políticas hacia esas regiones instrumentadas desde las capitales de las repúblicas no responden a las características particulares de los grupos humanos que allí cohabitan.
La inestable y crítica situación que vive Venezuela hoy intensificó los problemas entre ambos países. Colombia tradicionalmente -a pesar de su gran potencial económico- ha sufrido las embestidas del narcotráfico y la guerrilla, de una corrupta élite política y el Estado colombiano ha tenido dificultades para llevar su autoridad, instituciones y beneficios a toda la diversidad de sus regiones, generando una histórica inestabilidad. Actualmente, las condiciones venezolanas son diferentes, pues la prosperidad petrolera se esfumó, dejando una tétrica crisis humanitaria y un régimen rechazado mayoritariamente, soportado por militares, una alianza narcoterrorista, China y Rusia.
El auge del resentimiento social ha provocado que los colombianos que habían comenzado a mejorar sus indicadores económicos y sociales, y recibir los beneficios más equitativamente, ahora ven como sus posibilidades de empleo, educativas y de salud, se ven limitadas por la llegada de una gran oleada de venezolanos – se calculan 1.8 millones- que amenazan su estabilidad, pero olvidan que su país también recibió los beneficios de la inversión venezolana y de una generación de técnicos petroleros que les permitió aumentar su producción hasta superar el millón de barriles diarios.
Digno es reconocer que recibir el impacto de 1.8 millones de emigrantes es para cualquier país un golpe fuerte, pero Colombia, a pesar de recibir esa gran cantidad de emigrantes y los efectos -en 2020- del Covid chino, muestra todavía indicadores aceptables, mientras los de Venezuela continúan deteriorándose: 80% de pobreza, caída, en 2020, del PIB de1 25% y de la producción petrolera 350 mil b/d. Se espera que en 2021 la cifra de emigrantes aumente y los países vecinos están preocupados.
Se dice que en los momentos difíciles es cuando se conocen a los verdaderos amigos, Venezuela a pesar de sus imperfecciones democráticas permitió a los colombianos superar su crisis de seguridad y echar raíces familiares, y es injusto que en estos momentos cuando el régimen chavista recrudece su represión y acentúa el deterioro del país, no exista solidaridad para con la que fuera el paraíso de los inmigrantes latinoamericanos (colombianos, peruanos, ecuatorianos, chilenos, argentinos y uruguayos), sirios, chinos, españoles, portugueses e italianos. El trabajo de las naciones aliadas es consolidar políticas y acciones que canalicen los recursos económicos y la atención social, para organizar y reducir el impacto de los casi 5 millones que calculan extraoficialmente, ya salieron del país.
@hdelgado10