Oficialmente no, pero ya los grandes medios norteamericanos crearon la matriz de la victoria de Joe Biden, el pupilo de 77 años del establishment demócrata, sobre el polémico presidente, Donald Trump, candidato del partido Republicano. Figuras como los magnates multimillonarios como Bill Gates del gigante tecnológico Microsoft y Jezz Bezon de Amazon, George W Bush y su hermano Jeb, el senador Mitt Romney, de su propia organización, aplaudieron el triunfo del veterano político y su compañera de fórmula, Kamala Harris, en una actitud que evidencia las razones por las cuales muchos votaron por la hasta ahora opción ganadora.
A Trump le adversaron la forma como manejó la crisis del virus chino Covid 19 (salud y económico), los constantes enfrentamientos con los grandes conglomerados de la comunicación social y de la tecnología (Twitter, Goggle, Facebook, CNN, NYT), los polémicos comentarios relacionados con temas raciales, inmigración, derechos civiles y sus aliados internacionales, sus pugnas con las instituciones públicas como las garantes de la justicia. Estos asuntos proyectaron una personalidad política que para muchos era polémica e inestable, mientras que otros los consideraron como quien se atrevió a tocar temas – muchas veces de manera poco ortodoxa- que están cambiando a la sociedad, pero que no eran expresados.
Desde el inicio de la campaña electoral se entendía que Biden representaba el ala tradicional demócrata y de la sociedad norteamericana, y su liderazgo y capacidad para manejar un escenario de múltiples asuntos estratégicos internos y externos son cuestionables. Se le veía como el hombre del equilibrio y respeto a la institucionalidad. Pero la agresiva campaña de Trump lo afectó y sus posibilidades de ganar eran pocas. Quiso el destino que en 2020, su chance para llegar a la Casa Blanca aumentara con las revueltas raciales internas y la crisis generada por el Covid 19. La forma como se manejó la situación pasó su factura y la imagen de liderazgo del contrincante comenzó a sufrir los embates de la adversa evolución de casos y muertes.
Prácticamente se creó la matriz que al final se impuso: el enemigo era Donald Trump, había que votar en contra de él. Ese sentimiento progresivamente se aglutinó en torno a la figura de Biden, entre rabias y rechazos viscerales. Su descalificación la esgrimieron desde catedráticos, periodistas, líderes sociales y políticos, y personajes importantes de la sociedad norteamericana, y asombrosamente la contienda trascendió las fronteras y se convirtió en tema de la comunidad internacional. Así se evidenció, por ejemplo, en Venezuela, en donde las discusiones tomaron matices personales, más emocionantes que en un debate interno.
El polémico mandatario dividió a la opinión pública nacional. La razón, la política de presión de Trump hacia el régimen chavista encabezado por Nicolás Maduro, afectó las cuentas personales de la nomenclatura, los aterrorizó con el pago de gruesas recompensas por sus cabezas, el cerco militar aumentó el decomiso de drogas en el Caribe y redujo el flujo de narcodólares en la economía local, debilitó su poder con el apoyo al presidente encargado, Juan Guaidó, y la creación de un frente de más de 60 países que desconoció sus elecciones fraudulentas. Fueron acciones contundentes que entusiasmaron a los venezolanos.
La experiencia de Barack Obama era un aliciente para apoyar, en la distancia, a Trump. Durante los ocho años de gobierno, el demócrata hizo poco o casi nada por presionar al régimen chavista, su máxima acción fue calificarla de “amenaza para su seguridad”. Esa falta de contundencia contrastó con lo hecho por Trump en los dos últimos años. A los venezolanos poco les importó la confrontación con el establisment norteamericano y su institucionalidad, era suficiente sentir los efectos que sus actos de gobierno tuvieron en los bolsillos y miedos de la nomenclatura.
Con Biden habrá cambios. Una de las primeras acciones que serán modificadas se sustentará en que muchos organismos internacionales y el régimen de Maduro argumentan que el bloqueo económico agudizó la crisis humanitaria en Venezuela; lo cierto es que los indicadores económicos y sociales ya venían en caída desde el gobierno de Hugo Chávez, quien en sus inicios tuvo el aliciente del boom petrolero que le permitió proyectar su mal llamada revolución, despilfarrar más de un billón de dólares en planes inviables y corrupción, y quebrar al país en su infraestructura económica, petrolera, agropecuaria, de servicios públicos, redes tecnológicas y educativa.
La polémica sobre Trump en torno a su escasa experiencia política y su acertada vida empresarial, debe analizarse más allá de sus contradictorias declaraciones y actitudes como gobernante. Su ascenso al poder y su caída son producto de algo que en la democracia norteamericana no está funcionando bien. Más que descalificarlo superficialmente o por moda, deben observarse los fenómenos que están ocurriendo en el interior de su sociedad e incluso en la comunidad internacional, ahora que deben analizarse realmente los efectos de la globalización, la amenaza geopolítica china, los problemas ambientales, las amenazas tecnológicas, el terrorismo, la irrupción de los grupos minoritarios (por cierto la historia de Estados Unidos destaca la importancia de la crítica y la protección de estos sectores), la revisión del modelo federal y centrista que lo sostiene, -por ejemplo- en asuntos como el electoral, construido hace un par de siglos.
La confrontación Trump-Biden desnudó grandes debilidades del sistema norteamericano que deben perfeccionarse para que respondan con acierto a las demandas de la sociedad del siglo XXI. Justo es reconocer que la presencia de Trump como presidente y candidato activó a la sociedad de Estados Unidos. Eso es indiscutible. Aproximadamente 150 millones de electores votaron. Salieron a la calle a mostrar su apoyo a sus candidatos, demostraron que lo emocional puede más que lo racional porque alcanzaron puntos de violencia, irritabilidad, incomprensión, ofensa e irrespeto contra quienes opinaran diferente, en esto último incurrieron desde gente humilde hasta prestigiosos catedráticos de universidades nacionales y mundiales. Una experiencia que obliga a los investigadores a ir más allá de sus libros, laboratorios y aulas de clases, y adentrarse en lo que los ciudadanos de todos los estratos piensan, quieren o aspiran.
@hdelgado10