Hugo Delgado: La Catarsis Social

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En un artículo publicado en El País (15 de octubre de 2020), el historiador escoses y docente de las universidades de Harvard y Stanford,  Niali Ferguson,  explicaba el origen del populismo del actual presidente Donald Trump. El autor predijo en 1989 la caída del Muro de Berlín, la victoria del Brexit en la Gran Bretaña, la victoria del polémico republicano en 2016 y en enero de 2020  advirtió sobre la pandemia del coronavirus chino Covid-19.

Es poco serio descalificar con simples adjetivos un fenómeno, que más que un error, es producto de la evolución histórica de las sociedades. Sucedió con Adolfo Hitler en Alemania (1933), Francisco Franco en la  convulsionada España de la guerra civil (1936), Augusto Pinochet en la Chile socialista (1973), Hugo Chávez en la Venezuela de finales del siglo XX, etc. La interrogante abierta por Ferguson es por qué surgen estas figuras en ciertos momentos  de la vida de ciertos países.

Los revisionistas, anti eurocentristas y anglocentristas, quieren convertir por arte de magia a las sociedades en las que se desenvuelven. Critican a Trump superficialmente y derriban las estatuas de Cristóbal Colón como si con eso desaparecerá el legado histórico de este personaje facilitador del encuentro entre América y Europa. Obvian las circunstancias en las que ocurren los hechos, sacando conclusiones o fundamentando protestas partiendo de las perspectivas actuales, las cuales en muchos casos, son producto de un resentimiento generado por el trato injusto, excluyente y desigual hacia las mujeres, los negros  y los pobladores locales.

Lo peor es que esos revisionistas aupados por los grupos de izquierda deseosos de monopolizar las consecuencias, explotan el resentimiento social para buscar simplemente el poder, que por cierto cuando lo han tenido, no han resuelto nada, más bien han profundizado las heridas y se han dedicado hacer proselitismo político con las dádivas extraídas de los dineros públicos, para atrapar a los incautos votantes. Venezuela, Cuba, Nicaragua, Argentina, Brasil, Chile, Ecuador, Colombia y Bolivia, entre otros, reflejan lo afirmado.

Ahora que se avecinan las elecciones en Estados Unidos, la polémica en torno a la figura del presidente Donald Trump se centra en sus contradictorias declaraciones, su forma de hacer política, divorciada de los preceptos tradicionales, los logros económicos –producto más de los esteroides fiscales y monetarios, según Ferguson-,  su pugna con China o sus negociaciones con el Tratado de Libre Comercio de Norte América con México y Canadá; sus aciertos en el medio oriente; sus conversaciones con el dictador de Corea del Norte, Kim Jong-un.

El historiador predice que, luego de estas elecciones, no se dará la crisis institucional  que auguran los especialistas y los medios de comunicación. Arguye que la llegada de Trump y el populismo se habían tardado. Era predecible una reacción social producto de la crisis de la “América media”, que se cree agraviada por la globalización, la inmigración y los efectos de las élites liberales, personificadas en el complaciente establishment demócrata. Esta conjunción legitimó la victoria republicana de 2016.

A  pesar de darle el favoritismo  a Joe Biden, critica a los demócratas porque no asimilaron la derrota de 2016 y escogieron a un candidato de la vieja guardia, en edad avanzada y débil, contrario a las razones de la selección y razones de la victoria de Barack Obama, quien a diferencia de John McCain, representó el rejuvenecimiento de la democracia, su oxigenación y el relanzamiento de su fe. Sin embargo, su segundo período  no fue acertado y propició el surgimiento de un populista como Trump, ya que las políticas del establishment demócrata no variaron, y con Biden van a repetir el error.

El discurso de Biden se ha sustentado débilmente en las protestas racistas y la crisis de la pandemia china Covid-19. Su candidatura es tan frágil que enfrentado a un vulnerable Trump, nunca estuvo seguro de una victoria contundente, más bien de obtenerla, será por “el voto contra” el polémico mandatario.   Un posible gobierno tendrá una demanda de esfuerzo externa producto de la segunda guerra fría que se avecina, y le  dificultará  atender los asuntos internos.

Este conflicto futuro se activó con la política de “línea dura” de Trump hacia China, que ha sido acertada, lo aceptan ambos bandos, y tiene sólidos fundamentos: la denuncia de la irresponsabilidad de su gobierno ante la pandemia de su Covid-19, el gigante asiático ha crecido económicamente tomando las ventajas dadas por la demanda internacional aupadas por Estados Unidos, su irrespeto a las normas internacionales relacionadas con la propiedad intelectual, el comercio y las leyes laborales, sus constantes violaciones a los derechos humanos y sus ambiciones territoriales que no cesan.

A pesar del fatalismo y los anuncios a cuatro vientos de un “crisis institucional”, el proceso electoral 2020 en Estados Unidos activó el interés de los indiferentes ciudadanos ante los asuntos nacionales, su masiva participación así lo demuestra. Por otra parte, la polarización  también estimuló dos de los fundamentos  que históricamente han movido a la nación norteamericana: la defensa de la crítica y el apoyo a las minorías cuestionadoras.

Con uno estilo nada político y mucho menos diplomático, Trump  avivó asuntos como el tema chino,  la política hacia Latinoamérica y el medio oriente, en especial con Venezuela en donde revirtió la estrategia demócrata y acertado o no logró arrinconar e intimidar al régimen chavista y a la comunista Cuba; al mirar hacia adentro abordó asuntos como: economía doméstica, empleo, salud, educación, inmigración, seguridad ciudadana, justicia, monopolios tecnológicos, rol de los conglomerados de la comunicación masiva  y derechos humanos. Sin mucha coherencia estos asuntos se tocaron y avivaron la discusión de los norteamericanos para tratar los temas relacionados con su futuro como nación y como potencia.   En medio de las discusiones populistas, anárquicas y acaloradas,  siempre hay lecciones interesantes.

@hdelgado10