Antonio Ledezma: El poder a costa de un país

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La situación de Venezuela cada día se empeora. La dimensión de la tragedia cuesta, a veces, que la entiendan y la admitan oyentes en algunas partes del mundo, que se niegan a dar por cierto el relato que les hacemos para tratar de impresionarlos, de alguna manera, y ganarlos a favor de la causa por la libertad de un país secuestrado por las más feroces mafias.

Por eso insisto en que es necesario contarlo todo, aunque seamos repetitivos. Hay que recalcar con detalles, con ejemplos y con cifras incuestionables, la catástrofe más grande que país alguno de nuestro continente haya experimentado. Esta posición obedece al hecho cierto de que hay interlocutores que nos toman por exagerados cada vez que les mostramos imágenes y cifras que evidencian la hambruna que afecta a un país cuya población, al mismo tiempo, se la pasa las horas del día dando saltos de un lado a otro a ver si consigue comida, medicinas o gas doméstico, para no hablar de los apagones y de las maratónicas colas que deben hacer, forzosamente, los que aún poseen un vehículo que debe ser surtido de gasolina.

Esa tragedia no conmueve a los dictadores que usurpan los poderes públicos. Actúan con la mayor frialdad y de allí que más bien a la gente, que ya bastante padece con la situación antes descrita, les responden con actos crueles. La poca comida que reparten lo hacen de forma discriminatoria. Si no estas anotado en las listas del partido, de los colectivos o de los comandos que responden al aparato del régimen, entonces estas sentenciado a morirte de hambre. Así como lo leen. Esa es la pura verdad. Y si te quejas o protestas en las calles, atente a las consecuencias porque es allí donde aparecen los rostros con calaveras que simbolizan el terror: los agentes del FAES. Expertos en ejecuciones extrajudiciales, tal como consta en el informe de la Comisión de Derecho Humanos de la ONU. Se hacen llamar Fuerzas de Acciones Especiales, pero en detener arbitrariamente a los ciudadanos, especiales para torturarlos o para matarlos.

Ante semejante cuadro Maduro pinta “tranquilo y sin nervios” en su poltrona mirafloriana. Para él, nada significa que mueran miles de niños porque están desnutridos, o que en Aroa, estado Yaracuy, los vecinos se encarguen de enterrar a sus deudos, llevando su cuerpo inerte en parihuela, porque carecen de servicios funerarios. Tampoco «le hace cosquillas ni le produce calor o frio», que en pueblos como Curiapo, estado Delta Amacuro, lleven ya, más de ocho años sin agua potable, sin luz y sin transporte por lo que tienen que fajarse a canalete para trasladarse de un lugar a otro. Y cuando le informan que miles de familias perdieron sus corotos como consecuencia de los aguaceros y desbordamientos de ríos en Aragua o en Zulia, Maduro se hace el que no escucho nada.

Mientras tanto la devaluación avanza como un deslave y a la par el COVID19 continúa castigando la paz y la vida de los venezolanos. Ante esa calamidad, ya sabemos que los capos del régimen seguirán adelante sin reparar que lo hacen pisando los restos del país que van destruyendo.

Para Maduro lo que cuenta es seguir aferrado al mando, aunque sea de un ataúd en que reduce a la nación. Frente a esa verdad la lucha de la resistencia por la libertad no debe, por ningún respecto, ceder la estrategia valida que apunta a buscar el cese de la usurpación, meta que no alcanzaremos mediante elecciones fraudulentas en diciembre o después.

@alcaldeledezma