“… Las calles de Caracas están llenas de huecos y charcos. Ello se debe a que los encargados de repararlas se roban el dinero. Los empleados de Hacienda se hacen todos ricos y ostentan su opulencia, siendo tan raros los que no abusan, que puede sostenerse que cuantos manejan o administran rentas, se las roban. Las pruebas son tantos ingresos que delatan los fraudes fiscales sin que jamás se castigue a los defraudadores”.
El relato ocurre entre 1820 y 1830, y es del dominicano residenciado en el país, el licenciado José Núñez de Cáceres, en Memorias sobre Venezuela y Caracas, en la que refleja sus características delictivas, la opulencia del funcionario corrupto, la rareza del funcionario honesto y la impunidad. La situación evidenciada en el siglo XIX prevalece en el XXI, demostrando su involución histórica.
En la transmisión televisiva de las eliminatorias para el mundial de fútbol Qatar 2022, los canales responsables de cubrir cada juego, incluyendo a los de Venezuela, mostraban una propaganda que llama la atención. Los anunciantes son organismos públicos: Petróleos de Venezuela (Pdvsa), Cantv y el Banco de Venezuela, principalmente. Se deduce que ambas plantas de TV tienen relación con algún “enchufado”, porque en estos momentos qué servicios o productos pueden, por ejemplo, ofertar la petrolera o la telefónica, cuando se sabe que la quiebra de ambas es evidente y no tienen nada que mostrar.
Sin embargo, al observar la propaganda oficial se muestran mensajes falseadores de la realidad. El régimen de Nicolás Maduro, manejando los principios del propagandista nazi, Joseph Goebbels, proyecta organizaciones inexistentes, servicios de Internet y telefonía que millones de usuarios saben que no se prestan, y una petrolera que no fabrica la gasolina que se consume en el país, tampoco genera el gas para atender la demanda de la población y mucho menos explota hidrocarburos. En este apoyo económico y publicitario, solo prevalece un interés netamente personal y de promover con mentiras una gestión deficiente.
Es una manera vulgar y pública de hacer negocios con los últimos recursos económicos de un país arruinado y devastado por la ineficiencia y la corrupción. Con el agravante de tratar de proyectar la imagen de un régimen decadente. Pero es que el chavismo entró en una fase crítica de “arrasar con todo”. Su política tributaria se ha convertido en el hacha destructora de lo poco que queda de industria y comercio, porque a falta de recursos hay que meterle la mano en los bolsillos a quien pase por el frente, para mantener contentos a los alcaldes, gobernadores y militares, que lo apoyan.
La situación es tan grave que sin importar las consecuencias ambientales han convertido el delicado ecosistemas del sur de Venezuela, en un reducto de explotación indiscriminada de oro y otros metales, para cubrir los oscuros negocios del régimen, mantener alianzas internacionales y nacionales, tratando de sobrevivir hasta que ocurra algo y se elimine el bloqueo económico que lo afecta –principalmente- en materia de deuda externa y la entrega de Pdvsa a los chinos, rusos, iraníes, italianos y españoles.
El efecto langosta alcanza a las empresas públicas que arruinadas y sin mantenimiento, comienzan a vender sus maquinarias y equipos como chatarras, comercializadas por compañías enchufadas que tienen el monopolio. Ya las denuncias de asiduos periodistas comienzan a tocar el tema, así como también se está haciendo con la Cantv, cuyos servicios de telefonía e Internet prácticamente desaparecieron, para dar paso a empresas paralelas, que utilizando su infraestructura atienden la demanda con tarifas dolarizadas.
El saqueo de la cosa pública no cesa. Mientras el venezolano pasivo y sin aspiración sobrevive, mostrando una opulencia generada por las remesas en dólares que recibe de sus familiares residenciados en el exterior y que -a su vez- alimentan el motor de la hiperinflación que no cesa. Esta oxigenación facilita el control chavista del poder, mientras sus funcionarios -sin escrúpulo alguno-, continúan su labor destructiva, mostrando sus villas, yates, aviones personales y camionetas, obtenidos con el robo al erario público y la extorsión, tal como ocurría –en otra dimensión- durante el siglo XIX.
Son los vivos de siempre, los “empleados de Hacienda” ricos y opulentos, de los encargados de reparar los huecos de las calles de Caracas que “se roban el dinero”, tal como lo narraba Núñez de Cáceres en la Venezuela del siglo XIX y que se mantienen vigentes, mostrando una completa involución histórica, reflejo de un país arruinado, castigado por el militarismo, el mito de un mal entendido pensamiento bolivariano, por la carencia de valores y el resentimiento de unos hijos, más preocupados por sus egos e intereses personales.
El saqueo de Venezuela generado por “el efecto langosta”, es consecuencia –entre otras- de la violencia de la conquista; de la falta de justicia, la impunidad e ineficiencia de los servicios públicos, de la colonia; y del militarismo caudillista enfermizo y la mezquindad personalista del período independentista. Son legados del pasado lejano, pero como dice Arráiz: “Están ahí… asomándose al presente a cada instante”. Y los venezolanos no se han atrevido a abordarlo de forma integral para sanear sus males y superarlos, más ahora que la humanidad ha desarrollado suficientes conocimientos e instituciones que pueden acortar los tiempos de respuesta.
“La historia nos enseña que las uniones alrededor de un programa son trabajosas, difíciles y sólo pueden instituirse democráticamente, si no quieren dejar las heridas abiertas”, escribió Rafael Arráiz en su artículo “El recuerdo de Venecia”. La Unión Europea pudo hacerlo y en la experiencia nacional, luego de múltiples aciertos, fracasos y luchas, Rómulo Betancourt logró pensar y establecer la democracia en el país, esparciendo una semilla que creció y ha impedido que el efecto langosta del chavismo arrase con Venezuela.
@hdelgado10