Con ese remoquete bautizaron a Alexandr (sic) Lukashenko presidente de Bielorrusia desde hace 25 años. Recientemente tocaban elecciones para presidente y como el Lukas vio que sus contrincantes podían ganarle, activó una danza de acusaciones y delitos inventados y puso presos a sus principales rivales. Las encuestas oficialistas mostraban al presidente ganando por más del 80% sin embargo en las encuestas de la oposición perdía abrumadoramente.
A principios de agosto de 2020 se celebraron las elecciones y, en efecto, la complaciente Comisión Electoral Central declaró ganador a Alexandr. Las reacciones por el fraude no se hicieron esperar y la población ha salido en centenares de miles a las calles especialmente en la capital Minsk.
Lukashenko es de orientación comunista y cercano a los países rojos, por esto no es extraño que Rusia, China, Siria, Cuba, Nicaragua y Venezuela lo felicitaran por su triunfo, mientras que Canadá, Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Alemania, entre otros muchos, desaprueban los resultados.
Bielorrusia está en la zona geográfica de transición entre la OTAN y los rusos y por eso es de interés para ambos. La situación interna es muy delicada y Alexandr se ha apresurado a pedir ayuda a su vecino Putin quien ya le ha prometido intervenir si es necesario. Bielorrusia limita al sur con Ucrania (en serios conflictos con Rusia) y perder la influencia sobre ese territorio sería una amenaza muy importante para los rusos.
Esta situación lejana, y al otro lado del charco, puede, sin embargo, tener una conexión con nuestro calvario. El paralelismo de las dos situaciones es enorme. Tanto allí, como aquí se trata de dictadores tramposos, que los ciudadanos quieren que se marchen y que piden protección a los rusos. Si la presión interna hace salir a Lukas sería una enorme referencia para lo que debemos hacer y si los rusos cometieran la idiotez de intervenir militarmente a Bielorrusia, no sería de extrañar que eso animara a los gringos a hacer algo similar en Venezuela.
Todo esto se encuentra en desarrollo y lo seguiremos con interés, lo que sí es anticipable es que toda Europa aplaudiría la salida de “el último dictador” de ese Continente.
La presión interna es fundamental para salir de las dictaduras. En otros escritos anteriores nos hemos referido a la posibilidad de organizar un grupo gigante utilizando los representantes parroquiales de los partidos políticos en todo el país u un grupo de creativos darían forma a las acciones diarias a realizar. La clave es conservar las líneas de mando de cada partido independientes para actuar “juntos, pero no revueltos”.
Ningún representante importante del régimen ni de sus cuerpos militares o de seguridad podría dormir tranquilo con este enorme grupo actuando coordinadamente. El resultado sería una espectacular derrota del régimen y el fin de la pesadilla.
No es muy difícil llevarlo a la práctica y, junto a otras acciones en paralelo, plantearían una gran actividad opositora a nivel nacional que terminaría cuando se logre el fin de la usurpación. Si se quiere operacionalizar la unidad entre los partidos de oposición, esta puede ser una buena opción. Un único objetivo claro con un mecanismo diario y sencillo, pero poderoso de lucha.
También, además de nosotros, muchos países amigos aplaudirán la caída del régimen más infame de nuestra historia. Tal vez, conservando el paralelismo de sus dictaduras, hasta Maduro y Lukas se marchen a Rusia.
Eugenio Montoro