(*) El 26 de marzo de 2016, escribí este artículo en el portal de mi amigo Dámaso Jiménez, www.biendateao.com. Luego de ejercitar la memoria y analizar los hechos de hoy, en Venezuela, considero oportuno volver a repetirlo. La situación parece no haber cambiado, solo ha empeorado, como dice el SJ, Luis Ugalde:
Cada quien desde su flanco social hace lo suyo, y es eso lo que en su artículo “El Colibrí”, el humorista y politólogo, Laureano Márquez (Versión Final 27 de septiembre de 2014), quiso decir, para motivar a los venezolanos a que cumplieran con su labor ciudadana de hacer respetar sus derechos y asumir sus deberes con madurez democrática, no importa donde esté, lo verdaderamente válido es su accionar. De otro ángulo, pero igual de preocupado por las condiciones de vida en Venezuela, Leonardo Padrón declaraba recientemente (La Verdad 24 de abril de 2016) que “la crisis que vive el país hace que parezca como una situación de sobrevivientes de guerra y que si Venezuela fuera una novela la titularía Apocalipsis”.
Razones le sobran a Padrón, desde su punto de vista, “Los oficialistas son profundamente corruptos. Son dogmáticos y son incapaces… Lo más difícil es sentir que estamos batallando contra una gente que parece haber perdido el sentido común y el sentido de humanidad. Porque están desesperados por mantener los privilegios del poder”. Por otro lado, el escritor también le hace sus observaciones a quienes adversan a Nicolás Maduro y sus cómplices: “Le critico a la oposición que no calibre la urgencia del momento. Es obvio que por la naturaleza de la oposición donde están congregadas muchas corrientes ideológicas, algunas bastante opuestas, se generen a veces contradicciones o atomización en los puntos de interés. Hay unos que están apostando con mucha coherencia al cambio del país, pero hay otros que sin duda alguna tienen agendas propias y desafinan…”
En el escrito de Márquez narra: “Hay una fábula que cuenta la historia de un incendio en la selva. Los animales todos huían despavoridos; hasta el inmenso elefante corría a toda prisa en dirección contraria a las llamas. El mono, cual Tarzán, saltaba de árbol en árbol agarrándose de las lianas. Con mejor visión panorámica, observó a un pequeño colibrí que volaba a un lago cercano, recogía el agua que podía en su piquito y regresaba hacia el incendio. En uno de los viajes de vuelta, el mono detuvo al colibrí para increparlo por la extraña actitud: Pero bueno piazo e colibrí… ¿Tú crees que con esa ñinguita de agua que cabe en tu minúsculo piquito vas a apagar el incendio de la selva? Y el colibrí respondió…Es verdad; quizá no pueda apagar el incendio, pero mi única opción es cumplir con mi deber”.
Cada ciudadano al igual que los preocupados Laureano Márquez y Leonardo Padrón, pueden materializar el mensaje del colibrí:”….cumplir con mi deber”. Algunos críticos del sistema, lo definen como Oclocracia porque es el modelo de democracia que se mancha de ilegalidad y violencia (gobierno de la muchedumbre). Es el peor de todos los sistemas políticos, es el último estado de la degeneración del poder”. Y en Venezuela nada falta por ver para comprender el gran daño que el chavismo hizo.
La patria vive horas tristes. La angustia, el hambre y la miseria, en todas sus dimensiones, minan la esperanza de los venezolanos, sin que sus gestores chavistas se inmuten. En sus explicaciones irracionales, y vacías, los funcionarios rojitos buscan excusas para tapar su ineficiente y corrupta gestión. Venezuela recibió durante su gestión más de US $1,2 billones y fue incapaz de construir una infraestructura para de satisfacer las necesidades básicas alimenticias, de aseo personal, medicamentos, educación o trabajo. Nunca antes el entreguismo y la pérdida de la soberanía habían llegado a tales extremos, como los actos de supeditación de los intereses nacionales al dominio cubano y la cesión del Esequibo por apoyo internacional. Siempre los asuntos políticos suplantaron a los económicos, lo dijo Chávez y así fue hasta su muerte.
Los hechos muestran una radiografía nada atractiva, para un país que en antaño fue modelo de desarrollo, democracia, inclusión social y receptividad en tiempos de dictaduras en latinoamericana y hambre en Europa. Es común observar las colas interminables en todos los rincones de Venezuela para comprar productos básicos como arroz, azúcar, harina, jabón o crema dental; presenciar la inseguridad y delitos como la extorsión y el secuestro acompañada por la impunidad; sentir el colapso de los servicios de agua, telefonía, Internet, gas, aseo urbano y electricidad, producto de la corrupción y la ineficiencia; palpar el crecimiento del narcotráfico aupado por el sector militar; presenciar el paramilitarismo impulsado por el mismo gobierno en franca cooperación con las bandas delictivas colombo-venezolanas; leer en los medios informativos sobre el saqueo sistemáticos de minerales en la frontera con Brasil; y sentir el deterioro silente del sector salud que ya suma numerosas muertes por falta de atención o medicamentos;
La influencia de “la bota militar” es la consigna principal del ilegítimo gobierno de Nicolás Maduro. Están en todos los puestos claves de la gestión pública, en los escándalos de corrupción (caso Andorra o Panamá Papers), se benefician del tráfico de drogas; regañan a los venezolanos como si fueran los dueños del país. Hugo Chávez y sus secuaces verdes asumieron el rol de ser garantes de la disciplina, la obediencia y el castigo a quien no haga caso.
El mundo castrense tomó al país, delinquen sin moral alguna e imponen su autoridad acompañada de fusiles y tortura. Lo viven los estudiantes de las universidades, los ciudadanos cuando alzan su angustiante voz porque no consiguen alimentos para sus hijos o medicinas para paliar sus enfermedades, lo siente un país angustiado cuando un arrogante general anuncia un plan deshumanizado de ahorro energético, mientras vende a Brasil 3.1 gigavatios a precio de gallina flaca (US $43,5 megavatio/hora, Colombia lo cobra a US $ 300), para satisfacer la demanda de Boa Vista.
El chavismo adelanta una estrategia de provocación para generar una salida violenta, tal como lo hizo el héroe sin méritos, Hugo Chávez, en abril de 2002 para atornillarse al poder. Es lo que viene desarrollando Nicolás Maduro y su cómplice –aparentemente más cercano- Diosdado Cabello, con el apoyo cubano. En medio del gran estado de emergencia y caos, los revolucionarios ahora incitan a la violencia. Provocan desacato al mandato constitucional de la Asamblea Nacional, entorpecen su labor, sus decisiones, amenazan a los legítimos representantes del pueblo, tratan de quebrar la esperanza de una creciente oposición que le propinó la mayor derrota en sus 17 años de vida, para contra atacar y recuperar el terreno perdido.
Tienen responsabilidad en esta gran catástrofe nacional, quiénes llevaron a Hugo Chávez al poder en diciembre 1997; quiénes escogieron a los asambleístas que redactaron la nueva Constitución Nacional, y quiénes la aprobaron; quiénes lo legitimaron, lo reeligieron y moribundo lo volvieron a escoger; y luego, para colocar la guinda de la desastrosa gestión, votaron por el “ungido”, Nicolás Maduro. Obviamente utilizaron todos los artificios del Estado para mantenerse en el poder: dineros públicos y las leyes, pero ahora es responsabilidad de los mismos venezolanos remediar el entuerto.
O como escribía Laureano Márquez aquel septiembre de 2014: “Ese incendio no va a parar. La verdad es que, con todas las limitaciones, el único tiempo de progreso, civilizado y sostenido, que ha tenido el país es el que comenzó en 1958 con el Pacto de Punto Fijo. Un breve período en el que las llamas estuvieron bajo control. Alguien pretendió apagar el fuego con gasolina y así hemos llegado a esta trágica coyuntura. Uno se siente triste, desesperado, impotente…Pero, en medio del desastre, uno siempre puede escoger, en vez de un lanzallamas, ser un colibrí.”
@hdelgado10