Eugenio Montoro: Un régimen que está de toquecito

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Mucha presión se hace contra el régimen a fin de que abandone el poder y sea posible vivir en un país civilizado donde la gente pueda comer, trabajar, educarse, viajar y soñar con alegría. Las cosas avanzan y están dando resultados, pero con un poco más de presión interna estos bicharracos se caen pues están, como dicen mis paisanos, de toquecito.

            Para esto, hay que formar un grupo de acción coordinada y requiere, principalmente, que los partidos políticos sintonicen sus maquinarias regionales. Sin embargo, la posibilidad del acercamiento entre los partidos tiene importantes dificultades al querer utilizar la misma moral de los tiempos paz para los tiempos de guerra. Una guerra que demuestra el régimen no solo al poner presos o hacer desaparecer a los opositores molestos, no solo por matar a quema ropa a manifestantes pacíficos, no solo por robarse el dinero de los ciudadanos para comprar armas, no solo por destrozar el estado de derecho, sino también al permitir la presencia de guerrillas comunistas reclutando a niños de nuestros pueblitos o sonreír cuando una ministra cuenta como entrena a los presos comunes para defender el cartel.

            Pocos recuerdan que uno de los primeros aliados de los norteamericanos en pro de su independencia fue España quien vio en eso una oportunidad para debilitar a Inglaterra. En 1776, los españoles les enviaron 200 cañones, 30.000 rifles, miles de uniformes, 300.000 libras de pólvora y centenares de cosas más. Con eso los rebeldes gringos ganaron la batalla de Saratoga y animó a Francia a entrar también en la guerra.

            En 1813 un asturiano llamado Boves se convertía en el Atila venezolano destripando a cuanto cristiano defendía la independencia. Sus principales hombres eran llaneros a caballo que había reclutado en la población de Calabozo. Boves logró reunir un ejército de hasta veinte mil hombres y puso en peligrosísimo jaque a todo el proceso que conducía Bolívar. Su inesperada muerte en combate hizo cambiar la historia y, a falta de líder, la mayoría de sus llaneros se dispersaron y pasaron, de perversos malhechores, a heroicos patriotas al mando de un nuevo “taita” llamado Páez.

En 1939 Hitler y Stalin firmaron el pacto Ribbentrop/Mólotov para no agredirse y repartirse la Europa oriental. Stalin le dio a Hitler petróleo, madera, armas, bases militares y muchísimas otras facilidades como refuerzo a sus planes. Una cochinada, habrán dicho los líderes de ese tiempo, pero lo cierto es que, en 1943, Roosevelt, Stalin y Churchill hacían la conferencia de Teherán para continuar los acuerdos de guerra contra Hitler.

            Con estos conocidos episodios, trato de significar que en tiempos de guerra las alianzas más grotescas y con personajes intragables suceden y que es correcto recibir con los brazos abiertos a los antiguos enemigos, que se sumen a nuestra causa.

            Cuando leemos en las redes preciosuras intelectuales justificando reservas sobre antiguos enemigos ahora en nuestro lado o las molestias por las expresiones o acciones consideradas incorrectas o imprudentes o poco consultadas que hizo otro del mismo bando o acaloradas discusiones públicas entre nosotros, debemos concluir que no nos hemos dado cuenta que estamos en guerra y que llegó el momento de eliminar toda esta clase de pendejadas.

            En una guerra no se da el caso de que el general “A” acuse o pida cuentas, directamente o usando cancerberos, por la prensa o por las redes al general “B”, del mismo bando, por algo que supuestamente hizo mal. Sin embargo, esta idiotez la repetimos casi diario como si estuviéramos en una democracia de florecitas y bombones. El que no entienda que estamos en una guerra, es mejor que recoja sus peroles, se marche y no moleste. Aquí no se trata de ignorar o aceptar lo malo, pero sí hay que manejarlo con la prudencia y la astucia requerida en una guerra frente a un enemigo real.

            Un grupo de acción coordinada y dirigido por los partidos políticos es una urgente necesidad. Utilizar a los representantes parroquiales de todas las organizaciones políticas, dividiendo las parroquias en áreas geográficas menores que accionaría y dirigiría individualmente cada partido, es algo sencillo de implantar y tendríamos el equivalente a un enorme ejército que, sin disparar un tiro, haría de su acción extensa pero incisiva su poderosa arma de combate. Una mesa de dirección y una mesa de alta creatividad para generar las acciones de lucha serían los otros elementos necesarios.

            Con unos pocos buenos sacudones de este grupo de patriotas, actuando a nivel nacional en todas las parroquias, los inestables rojos “se van de jeta” y se les acaba el cuento.

                                                                             Eugenio Montoro

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