Las preguntas que se hacen los investigadores se repiten entre sí: ¿Cómo será el planeta tras el Coronavirus? Si hay algo que podemos afirmar, es que, en estos momentos, somos incapaces de imaginar un mundo sin Coronavirus.
Resulta, como poco, curioso ver los distintos comportamientos que van adoptando las sociedades con situaciones y escenarios como el que nos acontece. El Coronavirus y los efectos del distanciamiento social están provocando e impulsando abruptos cambios en los hábitos de las personas. Cambios que podrían trasladarse a la vida diaria, una vez la situación haya amainado y vuelto a la normalidad. Pues, si de algo estamos seguros los economistas es que esta crisis dejará secuelas en una sociedad que, hasta la aparición del virus, cosechaba la más larga temporada de calma y serenidad en el planeta.
Pese a que estamos ante una de las sociedades más formadas de la historia, gran parte de esta ha vivido los desastres y los fenómenos que más han incidido en el planeta a través de la lectura. Desde las distintas guerras mundiales que ha vivido el planeta hasta las pandemias que han sacudido a nuestro mundo en épocas anteriores, todas han sido estudiadas y leídas, pero no vividas por una sociedad que gozaba plenamente de un estado de bienestar, por mejorable que sea, incomparable con etapas predecesoras. Una sociedad, desde el punto de vista histórico, acomodada y bajo unas condiciones de vida, salvando a aquellas personas en situación de exclusión social, más que aceptables.
Sin embargo, la historia, o lo que algunos incluso llegaron a considerar ficción, ha sufrido un choque con la realidad. Nuestro estándar de vida, tal y como lo conocíamos, dio un vuelco de 180 grados con la aparición del Coronavirus. La vida de las personas, así como sus hábitos, han sido sustituidos por otros completamente distintos. Nuestras rutinas diarias se han visto alteradas como nunca antes lo habían hecho. La situación ha cambiado, el escenario es distinto, y la sociedad ha sufrido la incapacidad de grandes economías para hacer frente a unos fenómenos que, hasta ahora, eran considerados como un suceso imposible.
Un cisne negro se cruzó por el horizonte y la sociedad no supo cómo actuar ante tan desconocido fenómeno. Sin embargo, las secuelas son palpables. Europa repleta de mascarillas quirúrgicas, y no quirúrgicas, para evitar los contagios; las cuales marcarán la foto de cualquier ciudad durante los próximos meses, y pese al Coronavirus. El teletrabajo se ha convertido en una alternativa, por primera vez, real para las empresas. La higiene se ha convertido en nuestro hábito diario prioritario; ante una sociedad que, de la misma forma, ha aprendido a adoptar hábitos de higiene efectivos.
En resumen, una revolución sociológica para el planeta, el cual, junto a los fenómenos y los cambios citados, no volverá a ser el mismo cuando la tormenta amaine. El Coronavirus vino para quedarse y así pretende hacerlo. Pues quizá llegue un día que no infecte a más gente, quizá llegue ese día en que este contagioso virus no siga matando personas, quizá llegue el día en el que los noticiarios no abran con titulares sobre el virus que sacude al planeta. Sin embargo, este virus siempre estará presente en nuestra sociedad. Aunque desaparezca de los periódicos, la sociedad ha sido marcada por un virus que, queramos o no, nos ha cambiado.
Una tormenta sociológica
Hace unos años, los propios ciudadanos occidentales miraban con muecas en sus rostros, asombrados, esa extraña manía de los ciudadanos orientales por ir a todos los lugares con una mascarilla quirúrgica. Una manía que, hasta entonces, parecía una locura impulsada por ciudadanos asiáticos, los cuales habían hecho de una protección medioambiental, una prenda de uso cotidiano e incluso personalizada y adaptada a la moda vigente en el país. Un escenario que para los europeos, como es comprensible, resultaba, como poco, curiosa.
Sin embargo, de la noche a la mañana, las mascarillas y el uso de estas en la vía pública ha dado la vuelta al mundo. París, Londres, Madrid, Amsterdam, Roma. Las grandes capitales europeas, todas y cada una de ellas, muestran una foto que, vista por ciudadanos europeos años atrás, pensarían que están ante una foto de una ciudad asiática y no una ciudad europea. Incluso siendo su ciudad natal, la imagen que muestran las principales capitales en estos momentos es desoladora. Ni que decir de Times Square. La icónica calle de Nueva York que albergaba miles y miles de turistas diarios, ahora vacía y deshabitada.
Nuestros hábitos de vida han sido modificados por un distanciamiento social impuesto que, hasta ahora, parecía una auténtica locura. Solo el hecho de andar por la calle en estas fechas muestra esa precaución social, pues es cada vez más común el ver ese miedo en la cara de las personas, el ver cómo apartan el rostro, e incluso el propio cuerpo, al cruzarse en el camino con otro ciudadano. Un simple gesto que, anteriormente, pasaba desapercibido entre el estrés y los quehaceres diarios; los cuales nos impedían, incluso, detenernos a ver a nuestros familiares y hablar con ellos.
Incluso en tierra hostil, hasta los hábitos religiosos se han visto modificados. Las iglesias no albergan a creyentes. La rutina diaria que mantenía activa a la sociedad se ha visto paralizada, afectando incluso a quienes menos pensábamos que este virus iba a afectar, a Dios. La suspensión de la actividad ha obligado a los creyentes a suspender todo rito religioso, el cual, hasta ahora, había sido vital en la vida de estos ciudadanos. Una situación que ha llevado a las iglesias a adoptar vías alternativas de comunicación como internet para seguir transmitiendo su mensaje a los creyentes. Días tan marcados para esos fieles cristianos como la reciente Semana Santa, han pasado de largo en nuestro calendario, sin siquiera, percibir su característica influencia en la sociedad.
En resumen, el cambio que está viviendo la sociedad no está dejando indiferente a nadie. Es más, en el ejercicio de una autoevaluación comparativa de nuestro comportamiento, así como el que mostrábamos meses atrás, podemos darnos cuenta de la cantidad de hábitos que, considerándolos imprescindibles, han pasado a ser una mera utopía ante una pandemia que no tiene miramientos. Es un hecho que el Coronavirus y sus efectos pasarán de largo por este mundo; sin embargo, si hay algo que también es cierto, es que esta sociedad no volverá a ser la misma tras un virus que ha trastocado los cimientos de nuestro planeta. Al menos, el que menos, cambiará un pensamiento que, hasta ahora, le llevaba a pensar y reflexionar sobre la inmunidad de un orden mundial impenetrable ante cualquier catástrofe, el cual ha reflejado esa vulnerabilidad que lo hace humano e impasible ante la incapacidad.
Una modificación económica
Continuamente, al encender el televisor o mirar los principales diarios económicos, estamos viendo los continuos efectos que, los analistas, pronostican para la economía cuando esto pase. Se habla de decrementos en el producto interior bruto (PIB) de hasta el 15%, de un deterioro presupuestario para los países, un comercio estancado ante el cierre de fronteras, unas empresas que no pueden operar ante el confinamiento y un bloqueo de la actividad económica. En resumen, se habla de unos efectos que, como muestran los indicadores, ya son palpables y previsibles en la economía, agudizándose con el paso de los días.
Sin embargo, hasta ahora, poco se ha establo hablando de esos intangibles que, de una forma u otra, hacen que nuestra economía funcione como funciona. Pese a que la guerra académica entre ortodoxos y heterodoxos ponga sobre la mesa la capacidad de medir matemáticamente todas aquellas variables que inciden, o influyen, en la economía, debemos saber que la economía no sería economía sin las personas que la integran. Unas personas que, como bien diría Keynes, son impredecibles, al menos, en su espíritu más animal, dejando esta vez de lado el racional. Y es que, ante una pandemia, el espíritu de supervivencia y las emociones que nos envuelven ante lo que está sucediendo dejan apartado ese espíritu racional tan perfecto y medible.
La economía se forma, valga la redundancia, gracias a los agentes socioeconómicos. Unos agentes socioeconómicos que, como decíamos anteriormente, están cambiando sus hábitos por completo. En este sentido, ante un cambio en los hábitos de la sociedad, la economía se verá salpicada, tanto para bien como para mal, de estos cambios. Cambios que, por poner un ejemplo, ya podremos observar —cuando esto pase— en aspectos como la digitalización de las empresas. Sí que Bill Gates dijo que las empresas debían estar en internet, sí que todos sabíamos que era necesario, pero un ratio del 33% sobre el total de empresas, en aquellos países más digitalizados, no refleja ese conocimiento previo que tan arraigado creíamos tener.
Los propios hábitos de consumo de la población también se están viendo alterados. El confinamiento ha llevado a mucha gente a reflexionar y adoptar nuevos métodos de consumo e, incluso, nuevos métodos de vida. Muchos aprovecharon este confinamiento para estudiar, otros para aprender a tocar la guitarra, otros para leer, otros para hacer deporte, otros para dejar de fumar y otros, como es nuestro caso, para investigar sobre los efectos de este Coronavirus. Cada uno motivado por un distanciamiento social que le impedía llevar a cabo actividades alternativas que, por otro lado, les impidiese seguir con esas actividades que, en este confinamiento, comenzaron a realizar.
Llevamos más de un mes confinados, al menos en Europa. En este sentido, los hábitos domésticos que se han adoptado se han convertido, sin siquiera darnos cuenta, en nuestros nuevos hábitos del día a día. Lo que, a priori, parecía una excepción, hoy se ha convertido en la norma. Mañana, lo que anteriormente era la norma, será la excepción y miraremos extrañados determinados comportamientos y actitudes que, hasta el día de hoy, eran, incluso, incuestionables. Así, la economía se verá afectada por estos nuevos hábitos, pues ya sea por una mayor digitalización, una vida más sana y deportiva o una vida más higiénica, las variables se han modificado y, muchas de las que hasta ahora componían la economía, mañana habrán desaparecido.
Aún es pronto para pronunciar todos esos cambios que vendrán cuando el Coronavirus pase a la historia, pero como digo, sabemos que, al menos, pasará a la historia; y quedará marcado en ella. Nadie, y cuando digo nadie es nadie, volverá a mirar al planeta con esa confianza con la que, hasta ahora, lo mirábamos. Esa seguridad que nos hacía inmunes a enfermedades que, para entonces, se consideraban propias de países menos desarrollados, se ha visto trastocada, al toparnos de frente con una realidad muy distinta de la que, hasta ahora, los políticos de todo el mundo andaban presumiendo.
En definitiva, sea como sea, estamos viviendo un duro cambio para nuestras economías. Ni la globalización, ni la tecnología, ni el orden mundial, así como todo aquello que concierne a la economía, volverá a ser lo mismo tras esta pandemia. Es bien conocido el dicho de que la sociedad solo aprende cuando comete los errores, pero es que es así de cierto. Sistemas sanitarios que, a día de hoy se han considerado extremadamente preparados, han pasado desapercibidos por ese colapso al que han tenido que enfrentarse, mostrando todas sus vulnerabilidades a la sociedad. Una situación que quedará grabada en nuestro subconsciente de por vida.
Cuando todo esto pase, al igual que oíamos a nuestros abuelos, bisabuelos y tatarabuelos hablar de los grandes desastres que tuvo que enfrentar su sociedad, el planeta se partirá en dos nuevamente: los ciudadanos del Coronavirus y los ciudadanos del renacido mundo. Esperemos que todos esos cambios que se avecinan en el horizonte, al menos, impongan un nuevas ideas en la sociedad, reduciendo aquellas que hasta ahora primaban sobre el resto. Una idea basada en una incertidumbre real; una incertidumbre que muestra la vulnerabilidad del ser humano; una incertidumbre incapaz de medir con modelos matemáticos, por mucha fiabilidad que estos aporten. Y es que, si hay algo que caracteriza al cisne negro, además de que este no se puede predecir, es, como diría el autor de la obra “El cisne negro”, el economista Nassim Taleb: “Nuestro conocimiento es frágil. La incapacidad de predecir las rarezas implica la incapacidad de predecir el curso de la historia. Sobreestimamos lo que sabemos e infravaloramos la incertidumbre. Los sucesos históricos y socioeconómicos o las innovaciones tecnológicas son fundamentalmente impredecibles.”
Francisco Coll Morales / economipedia.com