El pasado fin de semana se cumplieron 30 años de la caída del muro de Berlín. Tras décadas de ser invulnerable, trastornado y grotesco, cedió a la necesidad de unir a una misma nación y compartir ideales correctos. Fue desgajado por el mismo pueblo a porrazo limpio y con la fe entrañable de que todo cambiaría.
Alemania del este vivenciaba en aquel otoño certero, cómo se desbordaban sus calles por la necesidad colectiva de progresar y el deseo irremplazable de modificar esa realidad de miseria. Era un sueño remoto que se hacía realidad.
Quitarle las barbas de hierro al gendarme despiadado de la división no fue tarea fácil. Pero más duro ha sido el unificar dos realidades tan distintas como contradictorias.
Esa Alemania era la que heredó la Unión Soviética tras la Segunda Guerra Mundial. Fueron cuatro tajadas del pastel y esta terminó siendo la más agria; empobrecida, contrariada y perseguida. Las otras tres quedaron en manos de Francia, Reino Unido y los Estados Unidos.
Con el transcurrir del tiempo, las demás zonas se unieron sin resuellos de angustia, siendo precisas, notables y federales. Mientras éstas se ensamblaban como la Alemania Occidental y esbozaban su propio privilegio para el desarrollo, la comunista se dedicó a edificar en 1961 su afamado muro, desde donde se tejieron historias inconmensurables de delación, tormentos, pobreza y martirio.
Por eso no es de extrañar que los rusos de este tiempo quieran propagar la desventura a partes iguales. Su aversión a la superación de los demás países es tan grande, como su lucha por complicarle los planes a los gringos. Todo lo anterior es un ejemplo menor para las maneras toscas de Putin de husmear en la maldad.
Ahora, con una bolsa llena de pretextos, Maduro recibe montos considerables por parte de los rusos, para superar una crisis económica que él mismo ha dispuesto con planificación y ha cumplido sin desmayos. Han sido 315 millones de dólares para unos fondos de emergencia. Han llegado en aviones privados cargados de efectivo, como si los bancos fuesen adornos de estantería, pues las sanciones norteamericanas hacen mella y todo debe efectuarse de manera casi subrepticia.
Se incuba en mi memoria la interrogante de quién presta a un país que no tiene cómo pagar. Las ideologías no dan para convencer a los acreedores y Rusia debe manejarse con los argumentos correctos, como para convencer a sus propios empresarios sobre el rumbo nacional. Existen evidencias de los trasfondos, que van más allá de los rumores inciertos de que Pdvsa pasaría a manos de éstos o que prevalece un entramado cruel para perturbar a medio hemisferio.
@Joseluis557