Por espacio de veinte años, los venezolanos hemos experimentado las nefastas consecuencias de un modelo ideológico cuya única vocación ha sido destruir a un país y secuestrar el presente y el futuro de sus habitantes. De ser el país con mayores potencialidades en Latinoamérica, Venezuela exhibe hoy indicadores que la ubican como la nación más pobre de la región. El legado de Hugo Chávez se tradujo en el aniquilamiento de la República y de las instituciones democráticas; la devastación de la economía y de la iniciativa privada; el éxodo más gigantesco de la historia latinoamericana, cuantificado en más de 4 millones de emigrantes; la subordinación del Estado al poder del narcotráfico, la guerrilla, el terrorismo, el paramilitarismo y al castrocomunismo como fuerza de dominación extranjera en Venezuela. Lo que hasta finales del siglo XX fue referencia de estabilidad democrática, se transformó en el siglo XXI en unade las dictaduras más feroces, incapaces y corruptas del continente americano.
Con la llegada de Hugo Chávez al poder en 1998, Cuba vio la oportunidad que tanto tiempo esperó para exportar con éxito su revolución castrocomunista; disponía para tal propósito de un líder carismático y populista con suficiente dinero para financiar los proyectos de una izquierda regional sin poder y bastante desprestigiada. Fue así como Chávez aprovechó hábilmente la descomunal riqueza petrolera venezolana, producto del precio de 100 dólares por barril durante diez años consecutivos, para consolidar su proyecto ideológico denominado socialismo del siglo XXI.
El proyecto castro-chavista se desarrolló en dos direcciones, en el ámbito doméstico y a nivel internacional. Internamente, Chávez utilizó la gigantesca riqueza petrolera para instaurar un modelo populista que le permitió crear un sistema clientelar y de control social que garantizó su hegemonía político-electoral. Con esa gigantesca fortuna compró además la lealtad de las fuerzas armadas para transformarlas en un ejército pretoriano y chavista, y la de los otros poderes públicos para crear una “institucionalidad” a imagen y semejanza de la revolución. Cual mafiosos, Chávez y Maduro, compraron un país en el que se fraguó la más grande estafa ideológica de la contemporaneidad latinoamericana.
Mientras tanto, la chequera petrolera venezolana logró el empoderamiento de la izquierda latinoamericana, financiando partidos, proyectos, líderes e insurgentes de todos los confines de la región. Los tentáculos chavistas llegaron a la Argentina kirchnerista, a la Bolivia de Evo, al Ecuador de Correa, al Brasil de Lula, a la Colombia de las FARC, a la Nicaragua sandinista y a otras tantas naciones cuyos líderes se embriagaban con el “sueño liberador” prometido por el inefable Fidel Castro, el controversial Hugo Chávez y el portentoso Foro de Sao Paulo creado por Lula Da Silva.
Hoy, Latinoamérica está experimentando en carne propia los desafueros de la revolución bolivariana. Desaparecido Hugo Chávez, el proyecto continúa en manos de Nicolás Maduro, absolutamente fiel a la Cuba castrista y a un proyecto político cuya pretensión es instaurar el comunismo en la región, en circunstancias donde la izquierda amenaza nuevamente con conquistar los espacios perdidos.
Los trágicos acontecimientos de Ecuador dejan al descubierto la participación de Maduro y de sus aliados, en la pretensión de desestabilizar al gobierno del presidente Moreno. La injustificada xenofobia peruana contra los venezolanos, es un elemento que amenaza la tranquilidad del país y le otorga beneficios al régimen venezolano. El regreso de la violencia a Colombia, liderada por las FARC, es un experimento para desarticular a la institucionalidad democrática y fortalecer a la insurgencia armada y a la revolución chavista-madurista. Faltan otros episodios para completar el laberinto latinoamericano; es bastante posible que el kirchnerismo regrese a Argentina y Morales vuelva a ganar en Bolivia. Todos estos eventos conspiran contra la permanencia de la libertad y de la institucionalidad democrática en Latinoamérica.
Existen suficientes evidencias que el régimen chavista-madurista es una real amenaza para la seguridad y libertad del continente. Quien lo ponga en duda, desconoce las oscuras y malévolas intenciones del régimen venezolano. El resurgimiento de la guerrilla colombiana, la protección y alianza con el narcotráfico y el terrorismo internacional, el apoyo económico y logístico a grupos violentos en Ecuador y Perú, las consecuencias de una diáspora que huye literalmente de Venezuela, sin control y en cantidades gigantescas, son factores que alimentan la desestabilización de América Latina. Urge que los gobiernos democráticos del continente y del mundo, evalúen con objetividad y actúen con celeridad para combatir la perniciosa influencia del chavismo-madurismo en la región, permitiendo el fin de la usurpación del poder en Venezuela. De lo contrario, dentro de poco podríamos vivir bajo el control de regímenes violadores de la libertad y de la democracia, aliados del comunismo cubano y del autoritarismo ruso. Es el momento de la democracia y de los ciudadanos. No podemos permitir que la oscuridad del comunismo pueda vencer la luz que irradia esplendorosamente la libertad.
Profesor Titular Eméritus de la Universidad del Zulia