En una guerra lo primero que desaparecen son la Constitución y las leyes. La libre expresión no existe y tampoco el derecho a la vida y la libertad. Las torturas y los tratos indignos son usuales. No hay tribunales ni defensa y cualquiera puede ser detenido y preso. No existe respeto por la vivienda y la familia. Matar a los enemigos es recompensado.
En una guerra, los bienes de las personas son tomados sin miramientos. Con el fin de reforzar su bando, se contratan mercenarios y se hacen alianzas con cualquiera que ayude a la causa. El intercambio de armas por minerales o productos sucede y el delito en todas sus versiones florece.
Seguramente hay más horrores, pero con estos nos bastan para demostrar que el régimen que usurpa el poder en Venezuela realiza estas acciones típicas de la guerra. El irrespeto a la Constitución y leyes no hay que demostrarlo pues es público y notorio. La libertad de expresión se ha estrangulado mediante el control de todos los medios. La detención arbitraria de las personas y su tortura pasaron a ser cotidianos y los tribunales imparciales se esfumaron. El disparo a quema ropa y asesinato de manifestantes se convirtió en práctica común. Las expropiaciones de bienes fueron masivas y la compra de mercenarios (algunos recientes llamados alacranes) y las alianzas con grupos guerrilleros, terroristas y narco traficantes, están a la vista. El irrespeto a los derechos humanos, los pésimos servicios, la economía paralizada y una pobreza extensa e intensa completan el cuadro desolador de una guerra cruel y evidente para cualquier observador.
El régimen funciona en un clarísimo esquema de guerra contra sus enemigos. Tiene poder de represión y fuego y mantiene un solo mando central. Al enemigo que molesta lo hacen desaparecer o lo apresan y al aliado que molesta también.
Por la otra parte, está la oposición compuesta de partidos políticos y centenares de organizaciones civiles que quieren salir del régimen tiránico y volver a la paz, a la libertad y a la democracia. Curiosamente, a pesar de ser tratados a las patadas y como enemigos de guerra, no responden de la misma forma y tratan de respetar las leyes en todas sus dimensiones.
Tienen pocos medios para comunicarse y prácticamente limitados a las redes sociales. No tienen poder de fuego, pero tienen aliados internacionales que los ayudan en algo y los animan. Su deseo de vivir en democracia y libertad es intenso y, por eso, las discusiones sobre lo que se debe hacer se vuelven interminables y las redes sociales explotan en críticas mutuas y opiniones divergentes. No existe un comando único, aunque algunos han planteado el trabajar juntos.
Cualquier observador externo vería este combate tremendamente disparejo. Si fuese un ring de boxeo uno de los contrincantes aparecería vestido con una coraza de titanio rojo y armado con una motosierra y un lanzallamas y el otro contrincante entraría solo con sus guantes de boxeo reglamentarios y sus pantalones azules cortos.
A pesar de estas diferencias, la oposición ha obtenido victorias aisladas y mantiene enredado al régimen en algunas áreas, pero eso no es suficiente y hay que aumentar la presión. Esto comienza con la aceptación plena de que somos tratados como si estuviéramos en una guerra y que, en consecuencia, debemos responder de manera proporcional.
No se está proponiendo un conflicto civil armado ni nada por el estilo, pero sí, al menos, cinco cosas: 1-Asegurar la permanencia y el poder de la AN actual, haciendo caso omiso a la pantomima electoral que prepara el régimen, 2- Crear un comando único como lo requiere una guerra, 3- crear un ejército de conflicto civil diario, a nivel nacional, formado por líderes parroquiales de partidos políticos, 4-formalizar un grupo dedicado exclusivamente a aumentar la presión internacional y, sobre todo, 5- impulsar la toma de decisiones y acciones fuertes y contundentes con toda la sociedad apoyando las actividades.
Por ejemplo, la reciente decisión de reactivar la relación con la DEA es un duro y excelente golpe. Incluir a Venezuela en el Plan Colombia para perseguir narcos y guerrilleros en Venezuela podría ser una decisión contundente. Que ningún personero importante del régimen ni oficial militar de alto rango pueda volver a dormir tranquilo hasta que se rindan o se marchen.
Mucho por hacer, pero el camino es claro. Nos unimos y ejecutamos las acciones contundentes que sean necesarias. Mucha responsabilidad está hoy sobre nuestros líderes políticos para que esto ocurra, pero es la hora de la Patria y no hay excusa que valga.
Eugenio Montoro