En Venezuela el desencuentro político pasó de una incidencia
lógica y natural, a un fenómeno de reacciones preocupantes.
Las relaciones entre organizaciones partidistas dejaron de ser,
hace tiempo, una confrontación normal y constructiva. Ahora las
diferencias que son propias del ejercicio político, aunque
parezca una conducta cavernaria, se dirimen violentamente,
como si se tratara de una contienda a muerte entre enemigos.
Lo que sucede con respecto a esa dinámica ubica a nuestro país
en un escenario de salvajismo. Tal calificativo luce temerario,
pero es difícil, dado el nivel de polarización existente, usar
términos extraídos de la benevolencia, porque entonces el
enfoque perdería credibilidad. ¡Es público y notorio la saña, la
rabia y el odio contenidos en el discurso político!
Ese comportamiento del liderazgo partidista, nada edificante ha
construido en el país, en los últimos veinte años. El resultado se
traduce en la situación dramática que acusa Venezuela en todos
sus sectores sociales, económicos y culturales,
fundamentalmente. Las calamidades han crecido
ininterrumpidamente y todo hace pensar que seguirán
creciendo.
El conjunto de todas ellas constituyen hoy una
tragedia que ya apunta hacia la irreversibilidad. Sin embargo,
es casi imperceptible la preocupación, si es que tiene alguna, de
la clase política. El pueblo en general sufre más cada día: el
hambre, la miseria, el miedo y la muerte son su presente y con
muchas posibilidades de que sea también su porvenir. ¡Pero
este cuadro dantesco encuentra poco eco en las cúpulas
político-partidistas, a pesar de la obligación que a éstas
compete!
Pues bien, en el marco de ese panorama desesperanzador, la
Asamblea Nacional y el Poder Ejecutivo, conjuntamente con la
Organización Panamericana de la Salud (OPS), se han puesto de
acuerdo, en función de lograr recursos y apoyo internacional,
con la finalidad de atender, con la urgencia requerida, los daños
socioeconómicos derivados de la pandemia china.
Es obvio que las secuelas del COVID-19 han empeorado sustancialmente la
profunda crisis que ya existía cuando el virus hizo aparición en
Venezuela.
Es indudable que un acuerdo de esa naturaleza es
muy alentador. Y lo es más, puesto que el convenio está
avalado –es lo que se comenta– por Juan Guaidó, en
representación de la Asamblea Nacional y Nicolás Maduro, por
parte del Poder Ejecutivo. ¡Al fin, después de tantos años, una
buena señal!
ANTONIO URDANETA AGUIRRE
Educador – Escritor
[email protected]
@UrdanetaAguirre