José Lombardi: ¿El arquitecto del caos? Trump y el colapso del orden internacional

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Ceguera obstinada de lo visible, contradicción permanente, entender lo imposible que es posible, contradicciones entre pares de una misma alma.

En menos de cien días, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ha puesto al mundo de cabeza, más que por acciones concretas, por un discurso disruptivo y, a mi modo de ver, descontextualizado, alejado de una realidad global que dista mucho de la que él y su entorno parecen entender. Se ha enfocado en temas sensibles que requieren de la mejor de las diplomacias para evitar el caos, como es el caso de la imposición de aranceles económicos, utilizando fórmulas alegres y disparatadas. Si algo tiene la economía es que debe tratarse con la delicadeza con la que un jardinero cuida sus flores.

Trump ha pretendido también imponer una paz que, como todos sabemos, no se decreta, sino que se construye. Ha mostrado, además, una cara despiadada frente al rostro desgarrador de los cientos de miles de inocentes que caen muertos a diario, ofreciendo una paz a cambio de tierras con minerales raros o pactándola sobre proyectos inmobiliarios. Todo esto para “cobrar” la participación norteamericana, desnudando así valores humanos esenciales, subordinándolos al dinero.

Ha coqueteado con las fuerzas invasoras, justificando así una visión darwiniana de la supervivencia del más apto, junto a la concepción hobbesiana del orden social impuesto a la fuerza. Del discurso a las acciones concretas el desmarque y ruptura con organismos multilaterales, el desconocimiento de los peligros del cambio climático y el cierre de la oficina del fondo de ayudas para los países en crisis. A esto debemos sumar las múltiples arbitrariedades en materia migratoria, hoy objeto de numerosas causas judiciales, siendo el caso de Kilmar Abrego García el más emblemático por el abierto enfrentamiento entre los poderes judicial, legislativo y ejecutivo, abriendo así un peligroso espacio de erosión para las nociones básicas de la República.

Estos son apenas algunos de los hechos y consecuencias de una política desordenada y caótica, destinada a desequilibrar un orden —el actual y cualquier otro. Podríamos pensar que para que se restablezca un orden debe necesariamente existir primero un desorden, o crear este para volver al orden. El problema es que, cuando hablamos de orden mundial, hablamos de actores globales donde todos cuentan y son importantes, y la única manera de construirlo es a través del justo equilibrio entre todos, siendo las organizaciones multilaterales los espacios civilizados para lograrlo.

El legado del Papa Francisco apenas comienza. Pensando en el absurdo comportamiento humano, sus mensajes, después de su muerte, serán tal vez más efectivos que cuando los promovió en vida. En su encíclica Fratelli Tutti nos dice:

«La política ya no es así una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todos y el bien común, sino sólo recetas inmediatistas de marketing que encuentran en la destrucción del otro el recurso más eficaz. En este juego mezquino de las descalificaciones, el debate es manipulado hacia el estado permanente de cuestionamiento y confrontación.»

Una vez más, la humanidad se enfrenta a un desequilibrio forzado por el hombre y su absurdo accionar. Lewis Carroll, autor del libro Alicia en el País de las Maravillas —obra con apariencia infantil, pero con profundas reflexiones psicoanalíticas sobre la conducta humana—, nos deja frases memorables como:

“¡Que le corten la cabeza!”

“¿Quién soy yo? ¡Ah, ese es el gran enigma!”

“¡Qué curioso es todo hoy! ¡Ayer las cosas eran como siempre!”

Orden y caos seguirán presentes en la humanidad. El poder impondrá sus intereses y seguramente el más fuerte prevalecerá, pero la esperanza en la justicia es infinita y más poderosa aún. El ser humano, en estas contradicciones, seguirá caminando hacia adelante. Y habrá que recordar —como he intentado hoy— que sólo puede haber orden si hay paz; el desorden no es más que caos. Usar el caos en beneficio propio y en detrimento del bien común siempre será repudiable.

José Lombardi