Antonio Fernández: Migración laboral y retorno al origen

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Catorce años puede ser mucho o poco tiempo. Todo depende en qué tramo de tu vida te encuentres, en qué situación, en qué país. Llegué a España en 2011 con mi esposa Sandra, buscando nuevas perspectivas, huyendo de un monstruo de crisis de todo orden en Venezuela que ya asomaba su cabeza.

Veníamos con poco ahorrado, pero con mucho entusiasmo, siendo parte de las primeras oleadas migratorias, que luego serían más y más. No sufrimos a Maduro, directamente, pero sí todo el período de Chávez. Y de qué manera.

En España teníamos el privilegio de la nacionalidad por medio de nuestros familiares directos, y poco más. Cuando migras prácticamente partes de cero. Acá no sirve de mucho haber sido un periodista con cierto nombre en los medios, con años de ejercicio profesional, con trabajo como reportero o en cargos de responsabilidad media o alta. Casi nadie te conoce y no conoces a casi nadie. Solo los pocos contactos de corresponsales que alguna vez estuvieron en Caracas y con los que entablaste una (valiosísima) relación de amistad.

Me quedaban contactos con medios en Caracas que fueron desvaneciéndose en la medida que el bolívar se devaluaba y ya no podían seguir sosteniendo puestos en remoto que cobran en dólares. Poco duró, meses, un trabajo a distancia con un medio venezolano que me proporcionaba cierto ingreso modesto.

En España tampoco la prensa estaba ajena a la crisis general del periodismo, afectado por el canibalismo de los medios nativos digitales, la potencia con que irrumpían las redes sociales desplazando los viejos canales de información, y sobre todo, por el colapso del modelo económico que sostenía a los grandes medios.

Medios que reducen plantillas o simplemente cierran, precarización de los salarios, altísima competencia… difícil conseguir un espacio para seguir haciendo lo que siempre has hecho, para lo que te has preparado, en lo que tienes sobrada experiencia. En las agencias de noticias la situación no es muy diferente.

Envías el currículum a decenas de sitios. Nada. Nada. Nada. Te queda tu red de contactos, a ver si alguien sabe de alguna oportunidad. Consigo algunas colaboraciones que pagaban muy bien en BBC Mundo, pero no son constantes. Finalmente, consigo conectar con un amigo en Washington que participa en un proyecto pequeño; me incorporo a él y es mi fuente de ingresos -ajustados- durante unos meses, hasta que el blog también comienza a naufragar y debe reducir costos. Ya sabemos lo que eso implica. Pronto ya estaba de vuelta a la calle nuevamente buscando oportunidades.

Un día perdido de 2015 una apreciada colega me habla de un “tigre” (trabajo extra, para los no venezolanos) en Univisión. Resulta que el “tigre” era un trabajo real; con contrato, horario (brutal, de 5:00 am a 01:00 pm), tareas propiamente periodísticas, un equipo grande y muy vibrante, un proyecto editorial ambicioso, un jefe con visión estratégica y un salario que jamás pagarían acá en España. Con sus altibajos, decepciones y momentos duros, estuve en Univision hasta 2023. Televisa había comprado la empresa y en la fusión salimos decenas de empleados.

Volví al punto cero. Intentándolo todo. Contactos, redes… nada. Cientos de postulaciones por LinkedIn al vacío. Echando mano a los ahorros. Me dí de baja como autónomo porque era simplemente insostenible; solicité el subsidio por desempleo.

Llegó el momento en que admití que el periodismo no era el camino. Me convencí de que podía hacer otras cosas, que podía desarrollar nuevas habilidades. Que podía cambiar el perfil. Recité el mantra sagrado: “ahora todo es marketing”, algo muy ajeno a mí.

Fui a los servicios sociales del Ayuntamiento a pedir ayuda. Una funcionaria me ayudó a rehacer mi CV y me convenció -no sé cómo- de que lo mío iba por la gerencia de proyectos. Tomé un pequeño curso de Proyect Management y de metodologías Agile. Empecé a postularme a ofertas. Me aprendí de memoria las respuestas de: “nos hemos decantado por un candidato que se ajusta más al perfil que buscamos”. Dejé de sorprenderme de las negativas. Me postulaba por si acaso, sabiendo que obtendría un portazo en la cara.

La respuesta -pensaba- era el marketing. Tomé dos cursos en línea. Reformateé el CV, me postulé a decenas de ofertas. Nada de nada. La respuesta no era el marketing sino, como me decían muchos colegas en España, hacerte funcionario para garantizar un puesto seguro y tu jubilación. Me inscribí en una academia para formación de personal de Correos; una de las peores decisiones de mi vida, en medio de la desesperación. A las dos semanas lo aborrecí al punto del vómito.

Llegué a un punto en que me sentí realmente perdido, desesperanzado y derrotado. Pedí ayuda psicológica del Ayuntamiento. Fui a un par de sesiones en las que la terapeuta me indicaba solo cosas que yo ya había hecho: rehacer mi perfil, sacar un certificado profesional, etc. Poco ayudó y más bien fue decepcionante.

Con la moral muy baja, intenté trasladarme a un oficio totalmente diferente: como cajero, como operador de almacén o empleado en una tienda. Mi CV parecía una pelota de baloncesto; botaba y botaba y botaba. Una amiga, que vive en Madrid y tiene un posgrado en LSE, habla inglés con soltura pero no se lo piensa ni un minuto para ganarse unos euros planchando ropa o cuidando niños, me recomendó que hiciera otro currículum con tareas muy básicas, porque mi perfil está sobrecalificado para esos puestos. No supe ni por dónde empezar. Ni siquiera he servido copas en un bar. Desistí de la idea.

Recordé que cuando participé en aquellos lejanos proyectos de rediseño me llamaba la atención el proceso que debe seguirse para montar una nueva página. Sabía de lo que trataba pero de manera totalmente empírica. Me inscribí en la universidad en un diplomado de Experto en experiencia de usuario, que disfruté mucho y en el que obtuve altas calificaciones. Al mismo tiempo hice un curso de diseño de contenido, que en inglés se conoce como UX Writing, y saqué una certificación de Google en diseño centrado en el usuario. Volví a rehacer el CV destacando mi perfil de investigador UX. Me postulé a muchos cargos. Nada de nada. La misma respuesta ya aprendida.

Supe de una colega periodista había conseguido un trabajo estable como analista de datos, una materia algo familiar porque en el diplomado vimos métodos cuantitativos que tienen mucha relación. En diciembre tomé un curso subvencionado de Big Data. Con esfuerzo -porque era el único del aula que no tenía un grado en informática o en ciencias- lo terminé y me apunté a otro gratuito en línea de una herramienta de análisis de datos llamada KNIME. Sí, efectivamente he buscado trabajo como analista de datos. Sí, efectivamente no me han seleccionado nunca.

Hace unos días vi en LinkedIn una publicación de un experto en recursos humanos que desarrolló una herramienta de ChatGPT para reclutadores, pero que estaban usando los propios aspirantes para evaluar y mejorar sus CV. Al evaluar mi currículum la respuesta fue clara: tu perfil como UX es muy reciente y no has trabajado en empresas que no sean medios de comunicación, lo cual es muy limitante cuando quieres abrirte horizontes en otras áreas.

Entonces, lo entendí todo. A veces hay que perderse para encontrar el camino de vuelta. Soy periodista, ha sido siempre mi pasión, mi oficio y mi profesión. Y esto es lo que sé hacer y para lo que estoy hecho: reportear, entrevistar, chequear, escribir, editar, titular. El resto ha sido ganancia, pero son simplemente añadiduras.

He vuelto.

@af_nays/ Medium