Hugo Delgado: Dos mundos

El país de la dimensión desconocida. Esa es la frase que expresa la realidad que vive la Venezuela del socialismo del siglo XXI. Sus indicadores económicos están en rojo. Los problemas de salubridad aumentan a ritmos alarmantes hasta convertirse en crisis humanitaria. Los informes sociales muestran el estado de su descomposición, producto de la desintegración familiar, falta de solidaridad, la mala educación, la carencia de valores y principios éticos, y la corrupción, entre otros aspectos. La institucionalidad resquebrajada está en cuidados intensivos, mientras las dirigencias políticas de todos los bandos están más preocupadas por el control de poder o llegar a él y usufructuar los dineros públicos.

A parte de los indicadores económicos negativos (crecimiento, hiperinflación, desempleo) ya conocidos, en 2019 se recibió con mayor fuerza el impacto de las remesas de divisas enviadas por venezolanos radicados en el extranjero (estiman que oscila entre 3 y 4 mil millones de dólares), y que por diferentes vías nutren a los hogares de quienes se quedaron. Este flujo de dólares ha generado otra Venezuela. Sin apreciar el esfuerzo de los suyos, muchos han tomado el camino de pagar lo que sea por un producto o servicio, generando un repunte de precios ya no en bolívares sino en dólares. Sí, ahora hay una inflación dolarizada, con un agravante, muchos consumidores aumentan su ego y manejan la moneda norteamericana con especial orgullo y prepotencia.

Fiestas con insumos y servicios pagados en dólares, “markets” con productos importados de calidad y bebidas alcohólicas costosas; vehículos, ropas y calzados, más caros que en el exterior, forman parte de los comentarios cotidianos, en una Venezuela indiferente a su descomposición. Es un mundo distinto, totalmente ajeno de aquel sector de la sociedad que muere lentamente de hambre o en las puertas de los hospitales.

La dolarización es un hecho inminente, ya varias empresas combinan el pago en dólares y bolívares de sus empleados, otros lo hacen completamente en divisa americana, provocando una distorsión que afecta negativamente a quienes reciben su remuneración en la inútil moneda nacional. Los empresarios sin titubeo alguno referencian sus inventarios en dólares, colocando el precio que “les da la gana”, por eso muchos optan por quedarse porque saben que en el exterior la “cosa no es tan fácil”, Venezuela es todavía “un país melón”.

Eso del control y los pactos para colocar los precios de los productos básicos quedó en el papel y saludos a la bandera, porque en la realidad no existe. El sentido de solidaridad empresarial mucho menos, el canibalismo llegó para quedarse. La lógica en la economía venezolana no funciona, al igual que los valores, la ética y lo principios. Los 20 años de chavismo sirvieron para potenciar los males que arrastraba la sociedad venezolana, la corrupción se encargó de romper los débiles principios y permeó todo el estamento económico y de las instituciones públicas responsables del manejo del sector productivo nacional.

Al fenómeno de la hiperinflación, se une el factor seguridad que encarece los costos operativos de las empresas, unidades productoras agropecuarias, etc. El descaro de los grupos delictivos aliados con cuerpos de seguridad y gobernantes es evidente. Es el “pan nuestro de cada día”. Las mafias de la extorsión, el secuestro y el sicariato, dominan el país, y se unen a un poder judicial mediatizado por el control de un ilegítimo gobierno que lo utiliza como el gatillo para perseguir a sus enemigos, amedrentarlos o simplemente encerrarlos, además del alto grado de corrupción de jueces y fiscales que se venden al mejor postor en dólares.

Esta corrupción presente en todos los estamentos de la sociedad venezolana ha propiciado la ruptura de los valores y principios de la nación. El Estado todopoderoso controlador de la riqueza petrolera y de todas sus instituciones públicas, generó un pulpo que afecta cada instancia de la vida nacional, lo más grave es que limitó el desarrollo de una democracia con demócratas y ciudades con ciudadanos. La crisis acentuada en los 20 años de gobiernos chavistas agudizó los vicios de un modelo rentista petrolero con una población dadivosa, parrandera e irresponsable, que necesitaba superarse para migrar hacia otro generador de riqueza, con un bienestar social sólido basado en instituciones y normas modernas, e individuos responsables.

A la Venezuela opulenta, bonchona y gastadora de dólares, se le contrapone otra que languidece bajo el imperio de la desnutrición, la mortandad y la dependencia enfermiza de cajas de clap y bonos inoperantes que solo alargan su angustiante vida y limita sus posibilidades de aspirar a una vida digna. Hasta 2019 se estiman más de 4 millones de inmigrantes, para 2020 se proyecta la preocupante cifra de 8 millones si no se revierte la actual situación.

Con “el juego trancado”, el próximo año es difícil que la situación económica, social y política se revierta y traiga cambios profundos, más cuando en la dirigencia chavista y opositora prevalecen los intereses mezquinos y corruptos de sus grupos, poseen negocios en común, les importa poco modificar la situación porque viven de la crisis, mientras que otros esperan, impacientemente, comerse una torta que no termina de prepararse y meterse al horno al terminar la pesadilla roja. Es un fenómeno que castiga a Venezuela desde la colonia.

Dos mundos, dos realidades contrapuestas en una Venezuela sin rumbo. Como escribió el historiador Ramón J. Velásquez, el dilema “es no saber qué vamos hacer, es la pregunta ¿qué va a pasar? Es la pregunta de no saber a quién escoger, es la pregunta de siempre ¿a dónde y con quien vamos?”.

@hdelgado10