Dámaso Jiménez: La metamorfosis

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El 28 de julio de 2024 quedará marcado para la historia como la fecha en la que el régimen de Nicolás Maduro fue derrotado electoralmente al mismo tiempo que llevó a cabo un golpe de estado, luego de desconocer rotundamente su derrota y los resultados de la soberanía nacional.

Hasta la servilleta sacada de la nada para ser rayada con los falsos resultados del delito fue extraviada, pero las matemáticas y la tecnología no mienten y los datos abiertos a la vista del mundo desde la página web macedoniadelnorte.com tampoco y se encargaron de develar los resultados que 3 meses después el régimen aún se niega a dar desde el secuestrado organismo electoral.

Y no se trata de un cerrado1.8% por ciento que fue la diferencia entre Lula y Bolsonaro en las pasadas presidenciales en Brasil, ni los 3.13 puntos porcentuales de diferencia que arrojó la contienda en segunda vuelta en Colombia entre Petro y Rodolfo Hernández. Fueron casi 40 puntos abismales de un país que gritó en silencio a toda una  comunidad internacional sorda, indolente y atrapada en el limbo: “Basta de tanto abuso de poder, muertes, de tanto dolor, separaciones y miedo”.

Sin embargo lo que está ocurriendo en Venezuela es un sombrío presagio para todo el continente.

Tal como ocurrió con Gregorio Samsa, el célebre personaje de Franz Kafka, la democracia, no solo de Venezuela, despertó al siguiente día de un sueño intranquilo, muy temprano una mañana y se encontró sorpresivamente en la cama convertido en un monstruoso insecto.

El 29 de julio Venezuela ya no era un país que había ejercido su derecho a decidir. Era el rehén de una corporación criminal acorazada, oscura, viscosa, surcada por curvadas callosidades y numerosas extremidades armadas, dueños absolutos de la riqueza mal habida, de los recursos expropiados, de regiones convertidas en terrenos baldíos con las FARC disidentes y el ELN explotando minerales en el sureste del país, la Guardia Iraní sacando cantidades de uranio para sus plantas nucleares, Hezbollah entrenando milicias y resguardando sus propios intereses en el oriente del país, el castrismo cubano y las mafias rusas al frente de las FANB y las estrategias de Estado, los chinos y turcos apoderándose de grandes propiedades en un país arrasado y abandonado, el narcotráfico y la corrupción reforzando las finanzas de un consorcio delictivo negado a marcharse y que tiene en Nicolás Maduro, al único CEO que puede garantizarles la cohabitabilidad y la tranquilidad de los negocios desde una guarida impenetrable, resguardada y segura. Un fuerte capaz de contener cualquier ataque o penetración invasiva.

La presencia del narcotráfico como un pilar del poder en Venezuela es una de las característica más alarmantes del régimen de Maduro. Diversos informes han señalado la infiltración del crimen organizado en las estructuras del Estado, utilizando al narcotráfico no solo como fuente de financiamiento, sino como una forma de controlar territorios y ganar lealtades. El Estado venezolano ha abandonado sus principios republicanos para convertirse en un mecanismo de supervivencia para una élite militar y política profundamente corrompida.

Una implosión de este complicado animal convertiría a Venezuela en una nueva Yugoslavia dividida por los 4 puntos cardinales. Lula, que conoce el lenguaje de la corrupción y de los dineros incontrolables, sabe que esta metamorfosis se llevará cualquier sistema por delante, incluyendo un demócrata en soledad. Sabe que las actas, el reconocimiento de la derrota, el Estado de derecho y las normas internacionales no forman parte del lenguaje que habla este monstruo dispuesto a tragarse todo lo que respire en disidencia a su alrededor.

Maduro -distanciado cada vez más del máximo líder de la izquierda en el continente, Lula Da Silva, por liderar el clamor mundial de que muestre las pruebas del delito (es decir, las actas), y caminar así un proceso pacífico de transición en el continente-, ha decidido darle una patada a la mesa y juramentarse el próximo 10 de enero, haciendo caso omiso a las advertencias mundiales, los resultados electorales en EEUU y los daños colaterales que causará tal acción a futuro en los próximos procesos electorales de América Latina.

Maduro está dispuesto a forzar el sueño de Pablo Escobar de que el narcotráfico pueda tomar el poder a la fuerza sin cuidar las formas.

Según Anne Applebaum, especialista en regímenes autoritarios y autora del libro  “Autocracy Inc”,  desde el momento que un líder en el poder se niega a aceptar la derrota electoral, el país ya no puede ser considerado una democracia, tratamiento que le siguen dando en EEUU y Europa.

En lugar de eso, lo que queda es una estructura corrupta y autoritaria, donde el uso del terror y el control absoluto de las instituciones del Estado se convierten en herramientas para prolongar su mandato ilegítimo. En este sentido, Venezuela, bajo el mandato de Maduro, es el modelo más claro de cómo la corrupción y el narcotráfico pueden fundirse en una estructura armada que simula ser inquebrantable.

La negativa de Maduro a entregar el mando y reconocer su derrota ha intensificado los temores de que el país entre en una fase aún más represiva. Ya no es solo el control económico y militar lo que le asegura su permanencia en el poder, sino la violencia ejercida contra sus propios ciudadanos.

Forzó el exilio del presidente electo Edmundo González, mantiene a la líder María Corina Machado en la clandestinidad tratando de forzar igualmente su salida, mientras mantiene tras las rejas a 2.500 presos políticos, civiles y militares, tras el contexto post electoral, con cientos de opositores secuestrados, torturados, algunos ya fueron asesinados en el marco de un sistema de terrorismo de Estado, que busca a su vez castigar a quienes se atrevieron a votar en su contra o continúan visibilizando su derrota.

Para agravar aún más la situación, Maduro ha mantenido una campaña de desinformación, tratando de ocultar los procedimientos sanguinarios que caracterizan a su régimen. A pesar de las denuncias internacionales y de organismos de derechos humanos, el aparato propagandístico del régimen sigue negando cualquier responsabilidad, manipulando la verdad y alimentando una narrativa de victimización ante lo que llaman una “guerra imperialista”.

El CEO de la corporación criminal sigue una táctica similar a la mencionada por Applebaum, donde autócratas se apoyan entre sí para evitar sanciones y evadir los controles internacionales.

Su régimen ha forjado alianzas estratégicas con otros gobiernos autoritarios como los de Rusia, Irán, y Cuba, que le han permitido recibir asistencia militar, inteligencia y apoyo político, además de ser claves a la hora de eludir sanciones internacionales y seguir financiándose a través de redes ilegales.

La analista subraya la corrupción como el nexo fundamental entre autócratas para mantenerse en el poder, involucrándose en el lavado de dinero, el narcotráfico y la minería ilegal. Estas actividades ilícitas no solo financian al gobierno, a las fuerzas armadas y a grupos paramilitares como los colectivos motorizados, consolidando el control sobre el país, a pesar de la grave crisis económica y social, sino que además enriquece infinitamente a sus líderes.

Applebaum advierte además sobre el uso de esta economía ilícita para debilitar las democracias. En el caso de Maduro, sus actividades ilícitas afectan no solo a Venezuela, sino también la estabilidad de otros países democráticos de la región, ya sea a través de la migración masiva o el tráfico de drogas, generando inestabilidad política y caos social, penetrando diferentes países a través de bandas delictivas para exportar terrorismo urbano.

Las alianzas de Maduro en actividades ilegales como el narcotráfico y el lavado de dinero refuerzan el análisis de Applebaum sobre cómo las autocracias modernas colaboran entre sí, aprovechan la corrupción y utilizan la economía paralela para mantenerse en el poder, todo mientras debilitan el orden democrático internacional.

La inestabilidad política y el ejercicio del poder del narcotráfico en Venezuela no solo es una tragedia para nuestro sufrido pueblo, sino una advertencia para el resto del continente. En palabras de la periodista, el fin de la democracia en un país rara vez es un evento aislado. La negativa de Maduro a entregar el poder el 10 de enero podría tener repercusiones en otras naciones de la región, donde líderes populistas podrían ver en su ejemplo un camino para apoderarse indefinidamente de todo, utilizando solo tácticas de represión y control del libro abierto que es Venezuela.

Pasan los días

Digo: (a pesar de todas las críticas que llueven cuando no se lee lo que todos quieren) que si a estas alturas -faltan 2 meses y 9 días-, la llamada comunidad internacional (sea lo que sea eso) y los factores de fuerza armada de las naciones libres, no presionan lo suficiente para que el presidente electo por los venezolanos, Edmundo González Urrutia, sea juramentado como presidente constitucional el próximo 10 de enero desde la Asamblea Nacional en Caracas (luego de desmantelar la corporación de facto por supuesto), la metamorfosis habrá hecho su trabajo, la democracia habrá muerto y el “mundo libre” no sabrá qué hacer a la mañana siguiente, cuando amanezca convertido en un torpe escarabajo.

@damasojimenez