A lo largo de 185 páginas, el teniente venezolano Ronald Leandro Ojeda Moreno escribió sus memorias: relatan su “adoctrinamiento” en el Ejército de ese país; su detención por una presunta conspiración en contra del dictador Nicolás Maduro, las torturas a las que fue sometido y su escape de Venezuela hasta llegar a Chile. “Esto no es un libro; es una denuncia y una advertencia”, reza el texto.
Pasaron nueve días desde el secuestro del teniente (R) Ronald Ojeda hasta que la PDI y el equipo de la fiscalía ECOH encontraron su cuerpo descuartizado dentro de una maleta en una toma en Maipú. Estaba bajo cemento, a un metro y cuarenta centímetros de profundidad. Tenía 32 años y familia en Chile.
El móvil del delito aún no está claro, aunque las líneas de investigación que ha llevado el fiscal Héctor Barros ha debilitado la tesis de que su desaparición haya tenido que ver con asuntos políticos. Un menor de edad de 17 años, extranjero, fue detenido por el posible delito de secuestro con homicidio. Su defensa la asumió la Defensoría Penal Pública Metropolitana Norte. Otras dos órdenes de detención faltan por concretarse.
La audiencia de control de detención fue realizada la mañana de este sábado en el Tercer Juzgado de Garantía de Santiago. Fue reservada. En ella, se decidió aumentar el plazo de investigación. Además, mañana lunes se llevará a cabo la formalización de este imputado. Barros confirmó que la data de muerte es de entre 7 a 10 días atrás desde el hallazgo.
El subsecretario del Interior, Manuel Monsalve, lamentó el hecho y envió las condolencias a su familia. Lo calificó como un hecho de “criminalidad extrema”.
De todo esto se ha enterado el hermano del teniente, Javier Ojeda, quien pide que la familia pueda reconocer personalmente el cuerpo que encontraron en Maipú.
Lo otro que cuenta Javier Ojeda es que su hermano, tras escapar de Venezuela luego de ser acusado de traición al régimen de Nicolás Maduro, se puso a escribir sus vivencias. El resultado son 185 páginas autobiográficas a las que tuvo acceso La Tercera. “No alcanzó a publicarlo, pero él sabía que el régimen lo estaba cazando -dice Ojeda-. Por eso me lo dio”, dice. A continuación, parte del diario de crudas vivencias que escribió Ojeda antes de su desaparición.
El primer secuestro
El 25 de marzo de 2017, el teniente de ejército Ronald Ojeda, casado con un hijo en camino, hacía guardia en su puesto de mando en el estado de Apure, al sur de Venezuela, cercano a una planta de la empresa estatal Petróleos de Venezuela. Ese lugar era estratégico por ser frontera con Colombia. “Es una zona de vital importancia para grupos insurgentes, radicales, liderados por la FARC y el ELN, ligados al narcotráfico, secuestro, extorsión y contrabando”, relató Ojeda.
Pero ese día todo cambiaría. Ojeda debía prepararse para viajar a Caracas, ya que lo habían citado para una reunión. Para preparar eso, se dirigió a la oficina de su superior, “el general de brigada Ovidio Delgado Ramírez”. El militar felicitó a Ojeda por su trabajo, y lo calificó de ejemplar. Le hizo varias preguntas. Luego, le dio un sobre con dinero.
“Desconocía por completo que a ese nivel se entregarán ‘premios’ de esta índole con tal ligereza e informalidad. ‘Toma Ojeda, para que compartas con tu familia y por el futuro niño. Hiciste un buen trabajo’”, escribió el teniente.
Ojeda narra que se retiró a su habitación para preparar el viaje. En eso, un sargento le pidió abandonar la unidad en 10 minutos. Tomó sus pertenencias y subió a su vehículo. Pero otro auto se le cruzó en el camino. A bordo iba uno de sus compañeros, quien minutos atrás lo había felicitado. “Era el coronel segundo comandante de la brigada Marco Tulio Álvarez Reyes, alias Machetico. Muy apresurado se baja, abre la puerta de mi vehículo y me apunta a la cabeza con su arma de reglamento. ‘Teniente, maldito traidor’”, recuerda que le dijo.
Ojeda escribió que fue trasladado a un aeropuerto abandonado. Allí había militares vestidos de negro, sin identificación, que portaban sólo un logo: el de la DGCIM, Dirección General de Contrainteligencia Militar venezolana.
El mismo general Delgado le puso las esposas. También le explicó por qué estaba detenido. “(Lo hizo) para entregarme al órgano de inteligencia de la tiranía; por un presunto golpe militar fallido contra el tirano Nicolás Maduro y sus acólitos”, explica Ojeda.
“Me dice: ‘eres un traidor, ¿estás conspirando?’. Si era verdad, no podía darle razones y, si era mentira, no podía darle elementos para crear supuestos. Así que mi ‘no’ fue muy sincero: ‘nada que ver mi general’”, sigue.
El teniente comenta que lo subieron a un avión. Lo interrogaron por el dinero que llevaba consigo, el mismo que le habían obsequiado hace unos minutos.
Allí comenzaron las torturas, denuncia en su escrito.
Lo primero fue una patada en la cabeza. Abrían la puerta del avión, amenazando con lanzarlo. Le rociaron gas pimienta en el rostro, y luego lo asfixiaron con una cuerda amarrada a su cuello.
Las preguntas seguían. Pero Ojeda pensó que la forma en que eran formuladas sólo delataba la falta de información de sus captores. “¿Qué sabes?; dinos todo y se acaba esto, si nos colaboras, nosotros podemos ayudarte”, decían. “No sé nada”, respondía el teniente. “Ahora con descargas eléctricas para ver si con eso lograban alguna respuesta. Sesiones interminables donde ataban los cables a los extremos de mis orejas, en los dedos meñiques de las manos, en los tobillos. Rociaban la capucha negra con agua, para evitar que entrara oxígeno”.
El avión aterrizó en Caracas. Pero el teniente estaba seguro que el aterrizaje sólo era el principio de algo más escabroso.
Ronald Ojeda recuerda que en su infancia algo le fascinaba de la vida militar. Por eso es que jugaba a marchar con una escoba bajo el brazo. Otra cosa lo acercó a eso: esas tardes de infancia y adolescencia en su casa, un hogar de bajos recursos, eran llenadas con el programa del comandante Hugo Chávez, una tarde completa de propaganda donde se hablaba de los avances del gobierno.
Esa pasión y amor por su país lo llevaron a alistarse en el Ejército a los 17 años. Ahí, dice que comenzó un fuerte “adoctrinamiento”. Ojeda describe que la idea era que al final del proceso él fuera otra persona distinta a la que entró.
“El producto final de cuatro años de formación militante es un ser totalmente sumiso, sin las capacidades idóneas para los futuros cargos, la meritocracia queda totalmente excluida en el desempeño de las funciones, sólo basta adular al sistema y al líder, para ganar algún cargo, puesto de preferencia o futuros ascensos. El militar no es fiel a la Constitución, principios, códigos o legado. Sólo obedecerá al poder del partido”.
Lo otro que Ojeda relata son supuestas irregularidades que vio en su carrera en el Ejército.
Lo primero es que, a pesar de que consideraba que gran parte de sus compañeros eran gente abnegada y dedicada, había “procesos corruptos”. Uno de ellos aparecía a la hora de designar oficiales para ciertos procedimientos en los que recibían pagos irregulares.
“Sólo por ser asignado, ya existía un pago y una remuneración constante con los jefes. (…) Si (la actividad) es lucrativa, se deja de lado todo trato castrense y se toma algo más aligerado como camaradas. Si no tiene ningún lucro: el trato es netamente castrense”.
Ojeda continúa este punto:
“Pero la actividad lucrativa no es espontánea: obedece a una línea de mando: (…) Los jefes que reciben el dinero a cambio, deben de hacer los respectivos pagos a sus jefes superiores, y así, se alimentó todo un esquema bien planificado que no puede ser alterado”.
Lo otro que denuncia Ojeda es la realización de ejercicios de tiro falsos. “La munición sólo desaparecía, con destino; abastecimiento de grupos irregulares de la FARC-ELN”.
Años después de ser testigo de todo eso, Ojeda despertó en una celda de una cárcel de la DGCIM sucia, totalmente oscura y sin luz.
Le arrojaban comida al piso, sin platos: una arepa y lentejas. Cuando terminaba, lo sacaban para más sesiones de tortura e interrogatorio, encabezadas por mandos medios de la DGCIM, denuncia. Allí, en plena oscuridad, escuchaba cómo torturaban también a otros acusados en celdas vecinas. Así describe esas sesiones:
“Las descargas eléctricas se convierten en una práctica rutinaria al momento de hacerte hablar. Comienzan con leves sesiones, que aumentarán progresivamente dependiendo el grado de información que le suministres. (…) La asfixia mecánica y golpes con barras metálicas envueltas en esponja es para demostrarte que la ley allí no existe. Los cuartos oscuros y celdas aisladas tienen como fin dominar tu mente, llevarte al conflicto interno para asumir la autoculpa, el autoseñalarte como victimario; decirle al sistema que aceptas lo impuesto como flagelo por el pecado cometido”. También detalla cómo era colgado de una pared durante horas, o que le sumergían la cabeza en un balde con agua “para que hablara y dijera algún testimonio que ellos querían que repitiera”.
Así fue durante 13 días. Ojeda, por la falta de aseo en esa prisión, desarrolló picazón y sarna. Su esposa dio a luz en esos días. Ella también lo buscó, pero sólo le respondían una cosa: “Él ha sido detenido por estar involucrado en actividades de corrupción, cuando fue detenido se le incautó un maletín lleno de dinero”.
Ojeda sostuvo hasta el final su inocencia. Estaba convencido, también, de que no tenían ninguna prueba en su contra.
Un día, lo llamaron a él y a 18 oficiales más que estaban en cautiverio. Les pedían firmar una declaración en la que aseguraban que fueron interrogados bajo su voluntad y que no recibieron tratos crueles.
Ojeda en su libro continúa relatando su cinematográfico escape de Venezuela y cómo siguió recabando, ya en libertad, información sobre sus captores, la DGCIM. Siguió obsesionado con eso y con la situación de su país hasta que lo sacaron a la fuerza en medio de la noche de su departamento en Independencia.
Ronald Ojeda escogió unas frases que introducen su relato. “La Libertad nació sin apellidos. Nació libre como el viento, con nombre de mujer y pare hijos con sangre de libertad. Hoy vinieron por mí; mañana irán por ti. Todos somos culpables, hasta que se demuestre lo contrario”.
Catalina Batarce y Gianluca Parrini / La Tercera de Chile