Tuvo una obsesión, el color, con una obra viva en las calles de ciudades como París, Londres, Nueva York y su natal Caracas. Venezuela celebra este jueves el centenario del natalicio de Carlos Cruz-Diez, un hombre que hizo historia en el arte moderno.
Cruz-Diez protagonizó desde este país caribeño, junto con otros artistas como Jesús Soto o Juvenal Ravelo, una poderosa corriente en el cinetismo. Sus fisicromías, mezclas de colores que danzan al ritmo del movimiento del observador, se convirtieron en símbolos del op art o arte óptico.
«Tiene una invención: la metamorfosis del color. Ocurre con el desplazamiento del espectador, con gamas de colores que no se perciben si estás estático frente a la obra. Una vez empieza el movimiento, ocurre la metamorfosis», comentó hace unos años a la AFP Ravelo, discípulo y amigo del maestro.
Un bus que emula un tranvía inauguró este jueves, a manera de homenaje, un recorrido por las obras de Cruz-Diez en Valencia (estado Carabobo, centro-norte). Los colores se reflejan en los anteojos oscuros de los asistentes, que toman fotos con sus celulares.
«Qué mejor excusa que su centenario para acercar al ciudadano a estas obras, para conocerlas con un poquito más de profundidad, para relacionarnos con el espacio público y también como una forma de promover la conservación de todo ese patrimonio», dice a la AFP Eduardo Monzón, coordinador de la iniciativa Más Valencia, que organizó el tour.
«El maestro Cruz-Diez es una referencia inequívoca», agrega.
«Continua mutación»
Nacido el 17 de agosto de 1923 y criado en el barrio caraqueño de La Pastora, el color enamoró a Cruz-Diez desde que era un niño, cuando mutaba frente a sus ojos al rebotar la luz en el vidrio de las botellas de gaseosa de la fábrica artesanal que regía su padre.
Siguió esa pasión hasta el final de sus días.
Jamás dejó de trabajar desde que empezó a estudiar en la Escuela de Artes Plásticas de Caracas en 1940. Con cabellos y barba grises por el paso del tiempo, murió en París por causas naturales el 27 de julio de 2019.
El color es: «una situación efímera, una realidad autónoma en continua mutación», comentaba Cruz-Diez, y, como los hechos: «tiene lugar en el espacio y en el tiempo real, sin pasado ni futuro, en un presente perpetuo», decía al analizar su propia obra.
Ganador del Premio Nacional de Artes Plásticas en 1971, adquirió fama mundial con reconocimientos en Argentina, Brasil, Francia, España y Estados Unidos, entre otros países.
«Arte para todos»
Aunque vivió en París desde la década de 1960, cuando la democracia nacía en Venezuela tras la dictadura de Marcos Pérez Jiménez (1952-1959), su obra está ligada a su país y muchas de sus creaciones son íconos de la venezolanidad.
La gigantesca Cromointerferencia de color aditivo cubre, con coloridos azulejos, el piso y las paredes del aeropuerto internacional Simón Bolívar, que sirve a Caracas.
Una foto en esta obra es el último recuerdo de millares de venezolanos que migraron huyendo de la crisis.
Su arte se exhibe en museos como el MoMA de Nueva York, el Tate Modern de Londres o el Centre George Pompidou de París, pero también en la calle.
Incluye penetrables, largos cables de colores que pueden atravesarse, haciendo que la experiencia del espectador sea no solo visual, sino también táctil.
«Arte para todos (…). El arte no se quedó entre cuatro paredes en colecciones privadas y museos. El cinetismo se incorporó a la arquitectura y después a la calle», asegura Ravelo.
AFP