Hugo Delgado: Transmutación Democrática

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El pequeño estado centroamericano de El Salvador, se ha convertido en referencia, en los últimos años, producto de las acciones de gobierno de su presidente, Nayib Armando Bukele (2019). Las acciones de este joven mandatario han colocado a la democracia de Latinoamérica en una compleja encrucijada, en la que sus métodos poco ortodoxos, comparados con las formas tradicionales de ejercer el poder de otros jefes de Estado, abren la discusión sobre la vigencia de sus prácticas.


La democracia enriquecida, durante siglos, por distintas corrientes del pensamiento de la humanidad, la actual transformación del ecosistema digital y su influencia en una sociedad globalizada, la democracia encara retos interesantes que obligan a sus gobernantes a crear nuevas formas de ejercicio de gobierno para responder acertadamente a las demandas de sus poblaciones.

En esa exploración opcional, el sistema ha tomado diferentes matices, en ese esfuerzo por interpretar contextos locales y externos, influidos por las amenazas de la mentira generalizada, la incidencia de la Inteligencia Artificial en el mundo académico, laboral y de las relaciones humanas; intereses heterogéneos del hombre y un relativismo que se ha convertido en problema en el momento de abordar el conocimiento y la aplicación de la ley.

En esa realidad surgió Bukele, en un pequeño país de escasos 21 mil kilómetros cuadrados, azotado por la delincuencia organizada, la corrupción política, un distorsionado acuerdo de pacificación (1992) atraso y la pobreza. Llegó a la presidencia impulsado por las redes sociales y su imagen jovial, a enfrentar el gran
problema económico y de inseguridad existente. Usando una estrategia poco ortodoxa detuvo a más de 50 mil delincuentes pertenecientes a las Maras, cuyo origen se remonta a las décadas de los 80 y 90 en Estados Unidos, y que se convirtieron en “el azote” del país, hasta convertirlo en uno con los mayores índices de homicidios del mundo: 106,3 por cada 100 mil habitantes (2015).

Con tasas de homicidios e inseguridad altos, era difícil generar inversión y estabilidad en el país. Bukele priorizó su gestión e instrumentó el Plan de Control de Gestión, cuyos resultados fueron contundentes en 2022, ya que disminuyó la mortífera tasa de homicidios a 7,6 por cada 100 mil habitantes, la más baja de Centroamérica. Ejemplo que ya algunos gobernantes y candidatos presidenciales latinoamericanos anuncian que replicaran en sus respectivos países.

Los operativos policiales y militares han generado una paz nunca antes vista por la población
salvadoreña, pero los grupos de derechos humanos, que no cuestionaron con contundencia las acciones delictivas de las Maras y la corrupción, ahora critican las políticas instrumentadas por Bukele, quien dice que estas organizaciones no defendieron nunca a quienes sufrían las consecuencias de estas sanguinarias bandas extorsionadoras, asesinas y narcotraficantes.

Su dura posición ante las organizaciones internacionales que lo cuestionan, no afectan ni la gestión de Bukele y mucho menos su imagen ante la opinión pública; ahora que El Salvador abre las puertas a la comunidad internacional para que la visiten, el impacto en sus países vecinos se hace sentir. Incluso se está comparando con el liderazgo regional que en su momento generó el expresidente de Colombia, Álvaro Uribe.

¿Buen o mal ejemplo? Es la opinión pública la que tiene la última palabra. Las prioridades establecidas como eje de gobierno están dando resultados y eso lo siente el común de la gente en el sistema de salud, seguridad, educación, bienestar o en la economía, algo que muchos gobernantes del continente no pueden mostrar, especialmente los de la izquierda, que arropados bajo el manto del Foro de Sao Paulo (FDS), y bajo la consigna anti imperialista-capitalista y humanista, solo refleja pobres resultados en beneficio de las mayorías y altos grados de corrupción.

¿Debe la democracia latinoamericana replantearse y ser más efectiva en materia de prioridades y acciones? El referente anterior a Bukele fue Álvaro Uribe, quien con su política de Seguridad
Democrática logró sacar a su país del Estado fallido, producto de la violencia, narcotráfico y debilidad institucional. Si ocurrieron actos de violación de derechos humanos, es difícil que en contextos tan complejos y violentos no ocurran fallas.

En el mundo de las relatividades, la aplicación de la justicia, de las políticas sociales y la exclusión de quienes tienen ideologías y valores diferentes, tal como lo dice el profesor de la NY University, Scott Galloway, desvirtúan la objetividad, con el subsiguiente mayor efecto negativo.

La izquierda ha demostrado ineptitud para manejar los asuntos prioritarios de la sociedad a la que trató de reivindicar teóricamente, porque desvió su camino y -por ejemplo- enfatiza en la dádiva como instrumento para reducir las desigualdades, sin plantear cómo generar los ingresos para financiarlas. Se han dedicado a llegar al poder, utilizarlo autoritariamente y dar ayudas con fines electorales y clientelares, sin medir las consecuencias futuras.

Esa visión de “ayuda vía subvenciones” puede utilizarse para subsanar una situación circunstancial, como dicen algunos especialistas, para favorecer a los menos favorecidos, pero las políticas efectivas deben dirigirse a la experiencia de los gobiernos de izquierda, que surgieron como alternativa a los de derecha, ha sido negativa porque terminaron en experiencias ineptas y corruptas, expresando un deseo egoísta por mantenerse en el poder, y explotar los debilidades del sistema y las necesidades de los sectores menos desfavorecidos, sin crear las bases sólidas para que los sectores más pobres tengan opciones viables en
materia de educación, emprendimiento, salud, vivienda y servicios públicos.

Bukele, al igual que Uribe en su tiempo, establecieron prioridades y actuaron, obviamente los
movimientos progresistas incrustados en los organismos internos y externos han actuado para reducir el impacto efectivo de ambos presidentes. La izquierda del FDS desaprovechó su momento para reivindicar a la población afectada por los problemas históricos de desigualdad y eso se observa en sus líneas de acción, que evidencian un lenguaje retórico y de confrontación, desfasado y con poco interés por resolver los problemas estructurales.

Sus gestiones reflejan pobres resultados y corrupción, como lo muestran la Argentina de los Kirchner, el Ecuador de Rafael Correa, el Brasil de Lula da Silva y Dilma Rousseff, el Perú de Pedro Castillo, la Venezuela de Hugo Chávez y Nicolás Maduro y el México de Andrés Manuel López Obrador.

La democracia constantemente debe renovarse, es una lección histórica que implica nutrirla y
fortalecerla. Sus peligros y amenazas no son nuevas porque su esencia de buscar y accionar con la verdad en cada etapa de la historia, es una praxis inconclusa que se repite desde hace 2400 años, con las críticas de Platón en su VI libro de La República, cuando advertía sobre esos asuntos.

“Su opinión sobre la democracia -en griego el gobierno del pueblo- como proceso para decidir qué hacer, era poco favorable” (BBC Mundo 6-02-2021). El filósofo ateniense decía que de la aristocracia nacería la oligarquía y de ésta, la democracia, ese «gobierno del pueblo» a su vez daría luz a la tiranía, una deducción que comparte la filósofa británica, Lindsey Porter. Igual criticaba el exceso de libertad ilimitada porque degenera en histeria colectiva, atrofiando la fe en la autoridad y provocando que la gente ceda ante los demagogos estafadores que cultivan sus miedos y asumen el rol de protector.

Si el tiempo le ha dado o no la razón al sistema democrático es un asunto de estudio, pero las evidencias están ahí, de distintas formas y en diferentes momentos. Un dato interesante lo reflejó una reciente encuesta realizada en Chile, relacionada con la percepción sobre el polémico dictador Augusto Pinochet (1973-1990), el resultado fue que más de las tercera parte de la población tiene una “percepción favorable” a casi medio siglo del Golpe de Estado con el que derrocó al socialista, Salvador Allende. Igual ocurrió con Uribe (2002-2010) cuya aceptación a ocho años de su gobierno era de 60% y ahora con Bukele (2019) con una imagen favorable que roza el 90%. ¿Qué ocurre en la sociedad Latinoamericana?

La respuesta pueden estar en las reflexiones de Platón:
Si estuvieras en medio del océano en un barco, ¿qué harías?: A. Convocarías una elección para ver como pilotear el barco o…B. Tratarías de averiguar si hay alguien a bordo experto en hacerlo? Si escogiste B, presuntamente piensas que los conocimientos especializados son útiles en este tipo de situaciones… no quieres que meros aficionados estén adivinado qué hacer cuando se trata de asuntos de vida o muerte (BBC Mundo 6-02-2021).

Ese vaivén de la política latinoamericana que experimenta un tiempo con la derecha y otro con la izquierda, solo muestra la inestabilidad de sus ciudadanos, con las subsiguientes consecuencias negativas sobre el aprovechamiento de sus potencialidades humanas y físicas. Ese comportamiento ha impedido reducir sus desigualdades, la corrupción que la azota y la impunidad que afecta la estabilidad social y rompe con la esperanza de su población y en especial la de sus jóvenes.

@hdelgado10