Luego de 100 días de una guerra provocada por Rusia en Ucrania, Europa parece enfrentar un grave problema de fondo, más allá del conflicto energético y alimentario que pende filosa sobre el viejo continente como una espàda de Damocles, que tiene que ver con el grave problema de los refugiados que huyen del terror implacabe de Vladimir Putin.
En tan solo 3 meses los ucranianos han superado en número a los venezolanos que libraron una batalla de persecución, muertes, una devastadora inflación y la destrucción de su economía; y a los sirios que llevan años en un conflicto del que solo quedan ruinas, en un volátil proceso migratorio sin control, sin corredores, ni acuerdos humanitarios, sin normas, ni leyes, expuestos a las peores condiciones de discriminación, acoso y violaciones, que pueda resistir cualquier grupo humano que deba pasar por tan voraz experiencia.
La Unión Europea ha activado un sistema de de emergencia para paliar la situación de los que han logrado escapar de los horrores de las invasiones y ataques a comunidades civiles incluyendo hospitales, residencias y escuelas, principalmente en la fronteriza Polonia y algunos paises del bloque occidental, que han logrado dar cobijo y empleo, asistencia médica y educación a un primer contingente de personas, pero la destrucción masiva ordenada por los rusos ha multiplicado en poco tiempo una caravana del tamaño de un pequeño país que se mueve indigente y casi sin recursos atravesando lo desconocido, después de ser una nación prospera, considerada la granja alimenticia de buena parte del mundo, hoy convertida en polvo.
Esta situación supone un gran revés, no solo para Ucrania sino también para una Europa aún dependiente, casi en su totalidad, de los recursos energéticos de la expansionista federación exsoviética, decidida a llevar a a extremos su intención de dejar sus secuelas y alimentar un conflicto mundial.
Los ciudadanos ucranianos pueden moverse libremente, sin necesidad de visa, por los países de la UE durante 90 días desde su admisión, pero el problema es que la guerra parece extenderse y con ello las necesidades de una diáspora, que como ocurrió con la venezolana o la siria, tendrán que reinventarse una vida fuera de sus fronteras, buscando nuevos hogares, empleos, y formas de sostener sus familias como migrantes, la mayoría empobrecidos luego de perderlo todo, deambulando en un continente en crisis, con un consumo per cápita afectado, y una fuente de empleos y de inversión muy por debajo de lo vivido durante los 2 años de recesión experimentados como consecuencia del coronavirus.
«Hasta que no pare el conflicto, los ucranianos van a seguir huyendo”, concluye el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, ACNUR, Filippo Grandi, sobre un tema complejo desde que asumió las riendas de la organización. De hecho las últimas recomendaciones ante el crecimiento de los refugiados en Europa han cambiado drasticamente a la espera que se disipe la incertidumbre del conflicto.
«Es hora de que las armas se callen, para que se pueda brindar la asistencia humanitaria que se requiere para salvar vidas», ha reiterado Grandi, en lo que es el principal compromiso de los países vecinos con las víctimas.
Según las estimaciones del ACNUR, la cantidad de ucranianos que abandonaron su país desde el 24 de febrero superan los 6.8 millones de personas que no volverán a sus lugares de origen, en su mayoría mujeres, niños y ancianos, a los que se unen otros 8 millones de desplazados internos en Ucrania, por lo que la herida del drama humanitario tiene las venas abiertas en Europa sin doliente alguno en el mundo, como suele suceder con todos los refugiados en el planeta.
Dámaso Jiménez