No podemos ocultar que la vida de la nación se ha visto obstaculizada por la inconstancia, la falta de reconocimiento de quienes somos, y de qué somos capaces. La educación sustentada en valores nos debe obligar a reencontrarnos con nosotros mismos. Integrados en una misma sociedad, capaces de construir un futuro con equidad. “Debemos educar al ciudadano para que aprenda a utilizar el poder en forma compartida”, nos dice el gran escritor mexicano Carlos Fuentes.
La integración entre las universidades, el sector productivo y la sociedad civil organizada debe ser el germen de formación de un liderazgo colectivo que asuma con mayor responsabilidad la reconstrucción de la nación, que sepa interpretar sin complejos las implicaciones del proceso de globalización y la conformación de distintos bloques económicos; la liberalización del intercambio y la aceleración de las innovaciones tecnológicas. El estudio profundo de los escenarios modernos debe estimular la conformación de alianzas que faciliten el diseño de respuestas regionales y nacionales, que enfrenten con acierto las complicadas relaciones de este siglo.
El entendimiento de la globalización y del predominio del conocimiento y de la información, conforman los nuevos elementos con los cuales deben lidiar las instituciones. En Venezuela es urgente establecer una estrategia coherente, inclusiva, que conduzca a la conformación de políticas de desarrollo bien definidas y de largo plazo, sostenidas en el tiempo. Por eso la necesidad de insistir en la importancia que tiene el desarrollo de las actitudes competitivas y colaborativas, el refuerzo de la autoestima, la innovación y la creatividad; cuidar la permanencia del personal en las organizaciones, valorar el trabajo, la motivación por el logro obtenido, fortalecer la relación educación-éxito y estimular la calidad, que siguen siendo factores claves para incrementar la productividad.
Como nos dice Gibrán, es necesario un equilibrio entre la razón y la emoción, porque la razón si gobierna sola, es una fuerza que limita y la pasión sin guía es una llama que arde hasta su propia destrucción. La historia económica y política de Venezuela nos revela una relación de hechos, afortunados en unos casos, y desafortunados en otros, de francos desatinos, cuyas consecuencias sociales se han venido arrastrando en tumultuosa sucesión hasta llegar a la indeseable situación de hoy. Nos hemos caracterizado por ser una sociedad que busca “para cada problema complejo una respuesta sencilla. . . y, generalmente equivocada”, como nos dice Mencken.
Es inconcebible observar en el pensamiento de ciertos liderazgos, nacionales y mundiales, en plena revolución de la riqueza, que asumen y tratan de imponer su ideología como un dogma de fe. La ideología encubre mientras que la ciencia descubre, nos dijo hace tiempo el profesor Ludovico Silva. No debe confundirse el adoctrinamiento como un proceso de transformación educativa, ni una visión de sociología rural como alternativa ante el arrollador desempeño de la economía global. Es inadmisible hoy día tener una visión e interpretación particular, distorsionada y acomodaticia de la historia, regocijarse con una aplicación casuística del derecho y con una inclinación discriminatoria en la forma de hacer justicia.
La exclusión del sector privado y su capacidad de inversión para fortalecer la diversificación del aparato productivo interno, así como el acoso y la aplicación de normas atenazadoras e inconstitucionales desestimulantes de de la libre iniciativa privada, ha llevado al país a niveles indeseables de dependencia económica centrada en la actividad petrolera, cuyos niveles de producción y fijación de precios escapan de la gobernabilidad por parte de la nación venezolana, lo cual ha colocado nuestra economía en una peligrosa vulnerabilidad.
Neuro J. Villalobos Rincón
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