“El triunfo del verdadero hombre surge de las cenizas de su error.” Pablo Neruda.
Nos dice Paulo Coelho que las alas de la tragedia rozan la vida de los seres humanos en la faz de la tierra alguna vez. Lo inevitable puede suceder justamente en el momento en que se siente uno más seguro y confiado. Eso nos ha sucedido a los venezolanos no sólo individualmente, sino también, colectivamente, como país.
Es de esperar que después de superar esta amarga experiencia los venezolanos nos hagamos refractarios al engaño seductor, a la mentira patológica. Estoy convencido que más de un 80% de nuestra población aspira a recuperar el orden, es decir, el respeto al Estado de Derecho; la vigencia y cumplimiento de las leyes que respondan a sus necesidades como sociedad civilizada; el funcionamiento responsable de las instituciones; a un trato con equidad, traducido en garantizar la igualdad de oportunidades para todos; a un comportamiento ético dirigido a rescatar los valores y principios de la cultura nacional y universal; a exhibir capacidades gerenciales que hagan eficiente el funcionamiento de la Administración Pública, y que podamos trabajar con entusiasmo por el país con unidad y ánimo de reconciliación entre los venezolanos honestos e íntegros, que somos la gran mayoria.
La dirigencia política debe analizar cuidadosamente las demandas y exigencias de la sociedad venezolana. El recto proceder sustentado en principios correctos permite el bien para sí mismo y para los demás. El ejercicio de la política no puede seguir respondiendo al mero cálculo personal ni constituirse en patrimonio exclusivo de unos cuantos vivos e inescrupulosos. La política es consustancial a todos en cuanto ciudadanos en una sociedad libre. En ese sentido, decía Borges, que los irresponsables -sépanlo o no- son los enemigos viscerales de la libertad.
Es que la responsabilidad es la otra cara de la libertad. El futuro de la democracia y de la libertad determina el futuro de la Patria. Debemos ser responsables ante el mundo que ya ha advertido con nuestra propia tragedia, lo que no debe ser y lo que no debe hacerse desde el gobierno. Debemos reaccionar con fuerza para evitar, en lo posible, que las alas de la tragedia rocen a nuestras futuras generaciones y a otros en otras latitudes.
Recordemos las enseñanzas positivas de nuestros antepasados y miremos con optimismo hacia el futuro porque “ciego a las culpas, el destino puede ser despiadado con las mínimas distracciones”, como nos advirtió J. L. Borges, y los venezolanos llevamos muchos años prestándole atención a todas las distracciones que las bandas de delincuentes, circunstancialmente en el poder, se les ocurre.
Hemos demostrado una enorme capacidad para la distracción. Estamos más pendientes de lo que hacemos nosotros mismos para atacarnos con fiereza, que lo que hacen los adversarios que nos destruyen el país.
Después de tantos años de prédica del odio y de incitación a la violencia es imposible creer en la palabra amor pronunciada por algunos sobre todo cuando se acercan períodos electorales, suena hueca, fingida e hipócrita. No obstante, hay que dejar atrás el pesimismo y la desesperanza. Hay que mirar siempre adelante y procurar hacer ciertas las palabras de nuestro Libertador, “el éxito es el premio a la constancia”. Asumamos con entudiasmo y prudente optimismo, responsablemente, el urgente cambio de rumbo de la Patria.
Neuro J Villalobos Rincón