Hugo Delgado: La hipocresía norteamericana

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El largo viaje hasta Bogotá no sirvió de nada para que el implacable funcionario de la embajada de Estados Unidos negara la visa a la esposa del periodista venezolano, públicamente opositor y crítico del régimen chavista. Pero la reflexión que se desprendió de la frustrante experiencia fue: ¿Cómo hacen  los funcionarios del régimen y sus familias para obtener visas? ¿Cómo personajes avaladores de negocios y oscuras sentencias logran la aprobación? ¿Cómo corruptos del régimen y bolichicos colocaban sus dineros robados en bancos norteamericanos, cuando las leyes y sus cuerpos de seguridad son implacables con los simples mortales?

Casi medio siglo después del estreno de la película El Padrino (1972), basada en la obra de  Mario Puzo y producida por Francis Ford Coppola, las reflexiones del afamado novelista sobre los patrones morales de las sociedades norteamericana y siciliana resultan interesantes para extrapolarlos a la relación entre Venezuela y Estados Unidos, en los últimos 22 años.

En uno de los episodios de la producción cinematográfica, Michael Corleone ( Al Pacino) en una conversación con Tom Hagen (Robert Duvall), el consigliori alemán-irlandés de la familia,  relacionada con una difícil decisión le dice: “No es nada personal, sólo son negocios”. Una forma de justificar moralmente la acción y deslindarla de los valores y los principios éticos de la sociedad.

Este episodio trae del mundo de los recuerdos la bonanza petrolera con la cual se oxigenó la revolución de Hugo Chávez, resultado de una sólida cooperación que se estableció entre las grandes petroleras –principalmente las estadounidenses- y el gobierno venezolano; eran estos los mejores clientes de la “revolución” por su pago puntual y confiable, pues el resto de los clientes eran malas pagas o recibieron el petróleo como una dádiva para acometer “otros planes” (caso Petrocaribe).

En esa época de vacas gordas los dólares corrieron por la estructura del gobierno.  22 años después, las interpretaciones cuantitativas y cualitativas, a pesar de los intentos justificadores de la propaganda izquierdista venezolana y mundial,  muestran indicadores negativos. Inexplicablemente y luego de recibir más de un billón de dólares de ingresos petroleros producto del incremento del precio del barril entre 1999   y 2014,  y –además- solicitar préstamos internacionales para cubrir gastos corrientes, que oscilaron entre  US $136 mil millones y los 184 mil millones, la cifra es inexacta porque no hay cifras oficiales, el país muestra pobres resultados sociales y económicos, reflejados en un deterioro creciente en sus sistemas de educación, salud, servicios públicos,  seguridad ciudadana, industrial y agropecuario .

Eran tiempos de un noviazgo feliz, que no media las consecuencias de lo que vendría con la injerencia de Venezuela con sus petrodólares en los asuntos internos de varios países latinoamericanos y en la organización de una estructura chavista que reduciría la institucionalidad democrática local y continental. Cuando los daños colaterales de la revolución comenzaron a afectar los intereses y la seguridad de Estados Unidos el presidente  Barack Obama  (2016) declara, a su buen socio, como una “amenaza para su seguridad”.

Hasta ese momento la frase de Michael Corleone dominaba la relación petrolera entre Estados Unidos y Venezuela: “No es nada personal, sólo son negocios”. Mientras las relaciones políticas y diplomáticas se deterioraban entre ambas naciones, los asuntos petroleros se respetaban: Compras de hidrocarburos, importaciones de aditivos y gasolina, equipos, tecnología y servicios de mantenimiento. Por otra parte, el país comenzaba a mostrar el deterioro en la institucionalidad democrática, las violaciones de los derechos humanos comenzaban a echar raíces, el perfil autoritario se evidenció y el ventajismo en las contiendas electorales se acentuó.

La indolencia hipócrita norteamericana ante el daño del régimen chavista a los  valores democráticos generó consecuencias adversas, gracias a los petrodólares que el régimen recibió y le permitieron construir su andamiaje de poder y manipulación, interna y externa, y financiar a gobiernos  como  la Nicaragua de Daniel Ortega, la Cuba de Fidel y Raúl Castro, la Bolivia de Evo Morales, la Argentina de Néstor y Cristina Kirchner,  y los grupos de izquierda que causaron daños a las democracias de Chile, Ecuador y Colombia.

Ahora cuando la inestabilidad de las democracias crece en el continente, Norteamérica asume un rol más activo y con una mayor presión diplomática y económica busca enfrentar los problemas que negligentemente ellos estimularon con sus negocios. O es que acaso sus cuerpos de seguridad y legales no sabían de las inversiones inmobiliarias en Florida y Texas de financistas chavistas; o de los depósitos y negocios con dineros provenientes de la corrupción; o de las visitas a los parques de diversión de Orlando de los grupos familiares de funcionarios corruptos, militares y de los bolichicos; o  de las operaciones de blanqueo  de los banqueros de las principales entidades nacionales. Eran secretos a voces que su justicia sabía.

La negación de la visa a la esposa del periodista opositor en una muestra de la contradictoria moral  norteamericana, reflejada en la obra de Puzo, en la que se confrontaron los principios y valores de la sociedad estadounidense caracterizada por ser más una fachada, por el caos, por el predominio de las emociones, por el apego a los falsos preceptos y por las contradicciones; y los de la pobre región italiana de Sicilia definida por el predomino del diálogo, la lealtad, el compromiso, el cálculo emocional, la disciplina y  la claridad en sus objetivos, estos últimos muy similares a los  del chavismo.

Sin duda, Estados Unidos es el país más imitado del mundo, es el más atractivo para vivir y es el sueño de muchas personas de los distintos continentes, pero su visión borrosa entre el bien y el mal, periódicamente les causa problemas, precisamente porque cuando los asuntos son estrictamente de negocios, los valores y principios sufren los embates del “juego de suma cero”,  en el que unos ganan y otros pierden, en detrimento de una causa, en este caso la democracia venezolana.

En un continente en el que  el ex presidente de Colombia, Juan Manuel Santos (2010-2018), reconoce que “en política, la traición es casi la regla y no la excepción” (El País 4 de septiembre de 2021), y los gobernantes y empresarios norteamericanos hacen negocios petroleros con sus “aparentes enemigos chavistas”, hay poco espacio para aclarar la visión de la fina línea entre el bien y el mal, dándole la razón a Michael Corleone de Mario Puzo cuando dice: “La política y el crimen son la misma cosa”.

@hdelgado10