Si bien es cierto que el título de este artículo guarda semejanza con «El olvido que seremos», la película del director español Fernando Trueba que le acaba de dar a Colombia su primer premio Goya. No es menos cierto que la sociedad venezolana vive en medio de una muy acentuada vocación por la amnesia.
La película «El olvido que seremos» está basada en una obra homónima de Héctor Abad Faciolince, cuyo padre médico y defensor de los derechos humanos es asesinado por sicarios en Medellín. Una orfandad que nos abre a un relato de estremecedoras añoranzas y recuerdos. Porque ¿qué sería la vida si no la recordamos y la escribimos?
Desde hace mucho tiempo los venezolanos hemos preferido hacernos los ‘Willey Mays’ ante los vestigios de mejores tiempos. Y las pérdidas se suman cada día a nuestra existencia en un lugar que nos quiere acostumbrar a perder y a olvidar. También a dejar el pelero.
Así recuerdo en la entrada a la adolescencia, mi primera corbata. Era de algodón y tejida. Entremezclaba armoniosamente beige y marrón. Era hermosa y mi preferida porque era la única que tenía. Uno de mis mejores amigos, compañero de los inicios del bachillerato y vecino de la calle Progreso en el Punto Fijo de mi inolvidable Península de Paraguaná me la pidió prestada para ir a una fiesta. Yo sé la presté a regañadientes. En la tarde del domingo que culminaba ese fin de semana, una terrible noticia conmocionaba nuestra calle. Mi amigo se había ahogado en la playa. Era la primera muerte de alguien cercano a mí que recuerdo. Su velorio tenía la atmósfera de dolor adicional que conlleva un fallecimiento inesperado y temprano.
Al acercarme a la urna pude ver un rostro amoratado y en una siesta eterna, enfundado en un saco marrón….y mi querida corbata tejida. Hasta el sol de hoy, todavía me acuerdo con sentimientos encontrados de la pérdida de ese amigo asociada indisolublemente a la despedida de mi corbata favorita. ¿Será por eso que hoy en día evito en lo posible el uso de esa prenda?
Les estoy contando mucho para el tiempo que llevan leyéndome, pero les confieso que detesto a esos gurús de la espiritualidad que llaman a sobrellevar con residencia esta vaina loca que asesinó nuestra cotidianidad. Mi castigo divino es que a veces termino escribiendo como si fuera la reencarnación rediviva de Carlos Fraga.
El paso del tiempo ha alimentado nuestra nueva condición de país superviviente e inventor de triquiñuelas o marañero para traducirlo en idioma maracucho. Nos hemos acomodado en una desmemoria permanente dónde la historia ha sido reinventada a conveniencia de los precursores y patrocinadores de este paso de vencedores hacia el paleolítico y más atrás. Nuestra memoria está en cuatro bloques y pareciera que los recuerdos que dibujaron nuestra apariencia e identidad van desapareciendo, como la nada va devorando la tierra llamada fantasía, en aquella inolvidable película alemana llamada «La historia sin fin».
Cabrujas solía decir que Venezuela era una especie de campamento permanente, dónde desde siempre ha reinado la improvisación y tenía que llegar la imposición de un modelo político monopensador para dejar esa teoría más evidente que nunca.
Hoy valoro con todo el afecto de mi corazón terco a quién pueda contarme algo desde sus recuerdos, porque hasta la memoria de nuestros ancianos parecen haber sido secuestradas por el espíritu de la supervivencia en una cola eterna por una miserable pensión que no llega ni a un dólar. Tampoco los nuevos billetes del cono monetario.
Creo que para volver al futuro es necesario recordar de dónde venimos y lo que éramos para encontrar en alguna parte el sentido de pertenencia que hemos perdido de nuestra identidad nacional, la que han querido sustituir por una épica de oropel que no convence ni a sus autores intelectuales que de paso son realmente los sospechosos habituales de este atraso, este imperdonable olvido que dará un paso adelante, pero solo ante un precipicio.
Sé que en estos últimos tiempos nos hemos cansado de tanto perder que ya no creemos en nada ni nadie, pero como dice ese filósofo de la tautología Mario Moreno Cantinflas y se lo fusila de frente en sus editoriales mi boss, aquí en Caraota Digital, Miguel Ángel Rodríguez. Ahí está el detalle. Por eso creo que la nostalgia y los recuerdos pueden ser un comienzo para reconstruirnos a nosotros mismos (hoy estoy escribiendo tan serio que hasta asustado ando).
Por eso aplaudo de pie a quienes nos recuerdan que hemos vivido tiempos mejores, a quienes se rebelan ante esta epidemia de conformismo que para escribirlos en los mismos términos de la involución dominante, nos quieren inocular para que nos olvidemos de lo que realmente somos. Porque alguna vez habitamos un país dónde parecía que nada malo iba a ocurrir. Y ocurrió.