La vida es un eterno aprendizaje. Quienes sabiamente deciden aprender de las experiencias, buenas o malas, tienen mayores posibilidades de ser exitosos y enfrentar las dificultades para seguir avanzando en la vida.
Con frecuencia escucho a familiares y amigos que el 2020 nunca existió, que se vaya rápido y se lleve todo lo malo que nos ha dejado. Apartar todo aquello que nos hace daño, sin duda, es una sabia recomendación. Pero no pasemos tan rápido esa página sin antes evaluar qué podemos aprender de la profunda crisis que a todos nos afectó durante este año.
El 2020 nos dejó lecciones que debemos aprender; creo que encontraremos allí interesantes pistas para que en el futuro cercano podamos vivir en un mundo mejor, como el que aspiramos todos los seres humanos de buena voluntad.
Pensábamos que lo peor había sucedido. Las guerras mundiales, las hambrunas, las grandes crisis políticas y económicas dejaron profundas heridas en el mundo, muchas de ellas aún sin sanar, pero nada parecido a la pandemia del covid-19, considerada como la primera crisis de dimensión planetaria porque trastocó al mundo en general, incluyendo a grandes potencias y países pobres, a sociedades postmodernas y aquellas que carecen de lo indispensable para sobrevivir.
Todos hemos sido víctimas del virus, el mundo entero quedó paralizado y sus economías prácticamente destruidas. Esa es la primera lección que debemos aprender: el mundo es más vulnerable de lo que creemos pero, a pesar de la ambición y la falta de humanidad de la elite comunista china, hemos sido capaces de levantarnos una vez más, gracias a los esfuerzos extraordinarios de la tecnología y la ciencia médica. Vendrán tiempos mejores.
La segunda gran lección que nos deja la pandemia es la fragilidad de la vida humana. Nada es para siempre y, aunque la prepotencia y el orgullo humano lo desmientan, somos más débiles de lo que nos gustaría ser. El virus mortífero ha segado la vida de aproximadamente dos millones de personas, sin importar su estatus social y económico. Para el coronavirus no existen diferencias humanas de ninguna naturaleza. La lección aprendida debe ser más humildad y temor a Dios que todo lo puede y siempre nos provee. La debilidad humana jamás podrá superar la omnipotencia de Dios, sin su auxilio divino somos pequeños y vulnerables.
El confinamiento que hemos vivido a lo largo del 2020, nos dejó una tercera lección: valorar más a nuestra familia, amigos y vecinos. En la creencia que siempre los tendremos cerca, con frecuencia olvidamos compartir y disfrutar detalles pequeños que engrandecen el espíritu. Durante la cuarentena, cuántas veces anhelamos abrazar a quienes más amamos sin poder hacerlo. Pues bien, de ahora en adelante que no pase un solo día para ocuparnos de la familia, estrechar lazos y demostrar nuestros mejores sentimientos de felicidad y gratitud.
La cuarta gran lección es la paciencia y perseverancia para alcanzar lo que nos proponemos. Cuántos planes, proyectos y decisiones importantes se perdieron, o debieron posponerse, a pesar de los esfuerzos que realizamos para lograrlo. No siempre las cosas se dan cuándo, dónde y cómo queremos. Hace falta, entonces, una dosis de paciencia para saber esperar, sabiduría para actuar correctamente y fe para jamás desfallecer y sacar lo mejor que llevamos dentro para coronar con éxito nuestros planes.
Así como la pandemia afloró sentimientos de solidaridad a los que ya estábamos desacostumbrados, también es cierto que muchos se aprovecharon de las desgracias ajenas, aumentando sus ganancias a costa del sufrimiento de los enfermos de covid, especialmente, en el sector hospitalario y farmacéutico. Esa es otra gran lección aprendida: necesitamos más amor, solidaridad y compasión para construir una sociedad más justa y más humana.
Finalmente, la pandemia aceleró profundos cambios que venían gestándose desde hace tiempo atrás, especialmente, la digitalización en diversas áreas del quehacer humano: teletrabajo, educación a distancia, marketing digital, entre otros. Nos vimos obligados a ajustarnos a la nueva normalidad y vencer los temores y la resistencia que genera todo proceso de cambio. La lección es que, a pesar del vertiginoso avance de las nuevas tecnologías, no estábamos tan preparados para asumir el cambio; hoy día, sabemos que tenemos inteligencia y capacidad para caminar por los nuevos senderos que nos ha legado una normalidad que cambió para siempre nuestra manera de vivir.
Estas y otras lecciones más que nos dejan el 2020, deben llenarnos de fe, esperanza y fortaleza para iniciar con buen pie un nuevo año cargado de extraordinarios desafíos que, sin duda, estaremos en capacidad de superar para el bien de la humanidad.
A todos mis lectores les deseo un bendecido y venturoso año nuevo 2021.
Efraín Rincón/ (@EfrainRincon17
Profesor Titular Emérito de la Universidad del Zulia (Venezuela)