Creo que lo mejor de Teodoro fue su capacidad de aprender, de mutar, de evolucionar.
Su permanente cuestionarse y cuestionar las ideas que abrazaba para evitar que se le hicieran dogmas y cárceles del pensamiento.
Amó la libertad de tal manera que no sólo se escapó de cualquier cárcel en que lo metieron, sino que también huyó de la carcel del pensamiento dogmático, totalitario, estalinista, y de fanatismos anquilosantes.
Su aporte intelectual a la reflexión crítica sobre el Comunismo (el cual abandonó y cuestionó) y sobre el Socialismo borbónico, que desenmascaró en sus libros y escritos, cobró dimensiones globales y en múltiples países le abrió los ojos a quienes estaban seducidos por la promesa (siempre incumplida) de la justicia social, la igualdad y redención del socialismo. Afortunadamente ayudó también a cambiar la manera de abordar la lucha política en millones de venezolanos que dejaron atrás la quimera socialista y abrazaron la Democracia y la defensa de los derechos humanos y de las libertades fundamentales, como principios indeclinables.
Pensar libremente, optar por la Democracia, perfeccionarla y ampliar su alcance, en lugar de defender sectores, trincheras de ideologías dogmáticas, idolatrías o seguir caudillos …
En aquel mundo de trampas encasillantes que todo lo etiquetaba en izquierda o derecha, él mandó al zipote la solidaridad automática, la alineación forzosa, la incoherencia y la sumisión a cualquier bando de obediencia ciega.
Ser libre parece haber sido su anhelo, y ayudarnos a pensar crítica y libremente, su intención.
Y lo intentó todo para lograrlo.
Gracias Teodoro.
Sergio Antillano A. @sergioantillanoarmas





































