Richard Haass: La Doctrina Trump

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La segunda administración del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, tiene apenas cuatro meses, pero ya hay señales del surgimiento de una doctrina de política exterior. Y, como muchas otras cosas de su presidencia, representa una ruptura notable con el pasado. 

Las doctrinas desempeñan un papel importante en la política exterior estadounidense. Con la Doctrina Monroe, anunciada en 1823, Estados Unidos afirmó que sería la potencia preeminente en el hemisferio occidental y que impediría que otros países establecieran posiciones estratégicas competitivas en la región. Al comienzo de la Guerra Fría, la Doctrina Truman prometió apoyo estadounidense a los países que luchaban contra el comunismo y la subversión respaldada por los soviéticos.
Más recientemente, la Doctrina Carter señaló que Estados Unidos no permanecería impasible si una fuerza externa intentaba tomar el control de la región del Golfo Pérsico, rica en petróleo. La Doctrina Reagan prometió asistencia a fuerzas y países anticomunistas y antisoviéticos. La Doctrina de la Libertad de George W. Bush, entre otras cosas, dejó claro que ni los terroristas ni quienes los protegieran estarían a salvo de ser atacados.
Lo que estas y otras doctrinas tienen en común es que comunican a múltiples audiencias los intereses críticos de Estados Unidos y lo que está dispuesto a hacer para promoverlos. Las doctrinas están destinadas a tranquilizar a amigos y aliados, disuadir a enemigos reales o potenciales, movilizar a la burocracia encargada de los asuntos de seguridad nacional y educar al público.
Aunque no se ha presentado explícitamente una Doctrina Trump, una ha comenzado a tomar forma. Podría llamarse la doctrina de “mirar para otro lado”, la de “no ver el mal, no oír el mal, no hablar del mal”, o la de “no es asunto nuestro”.

Sea cual sea la etiqueta, esta doctrina señala que Estados Unidos ya no intentará influir ni reaccionar ante la forma en que los países se comportan dentro de sus fronteras. La administración se ha abstenido de criticar al presidente turco Recep Tayyip Erdoğan por arrestar a su principal oponente político, al primer ministro israelí Benjamín Netanyahu por sus repetidos intentos de debilitar el poder judicial del país, o al veterano primer ministro húngaro Viktor Orbán, quien ha socavado constantemente las instituciones democráticas en su país.
Aunque Trump ha criticado la política exterior del presidente ruso Vladímir Putin y la política económica del presidente chino Xi Jinping, no ha cuestionado la represión que ambos ejercen sobre sus propios pueblos. La administración Trump también ha recortado o desmantelado muchos de los instrumentos tradicionalmente usados para promover la sociedad civil y los movimientos democráticos en todo el mundo, incluidos la Voz de América, la Agencia para el Desarrollo Internacional y el Fondo Nacional para la Democracia.
Lo más cercano a una declaración pública de la nueva doctrina ocurrió en Arabia Saudita el 13 de mayo. Trump habló con admiración de lo que describió como la gran transformación de ese país, agregando que “no ha venido de intervencionistas occidentales… dándoles conferencias sobre cómo vivir y cómo gobernar sus propios asuntos… En los últimos años, demasiados presidentes estadounidenses han estado afligidos por la noción de que es nuestro deber mirar dentro del alma de los líderes extranjeros y usar la política estadounidense para impartir justicia por sus pecados”.

Las acciones de Trump, sobre todo su búsqueda de acuerdos comerciales con gobiernos autoritarios en el Golfo y mucho más allá, subrayan la importancia de estas palabras. A diferencia de Reagan, Carter, Bush, Barack Obama y Joe Biden, Trump ha dejado claro que Estados Unidos no tiene interés en defender los derechos humanos y la democracia, denunciar los abusos autoritarios ni presionar por la liberación de disidentes políticos.
Es cierto que la doctrina de “mirar para otro lado” evita el tipo de extralimitación que caracterizó la presidencia de Bush, cuando el afán por expandir la democracia llevó a la costosa e imprudente invasión de Irak. También facilita que EE. UU. trabaje constructivamente con gobiernos que aplican políticas internas que normalmente serían un obstáculo para los lazos comerciales o la cooperación en cuestiones bilaterales, regionales o globales críticas.
Pero los inconvenientes de este nuevo enfoque contrarrestan estas ventajas. La Doctrina Trump aumenta las probabilidades de que los gobiernos inclinados a hacerlo redoblen su represión interna y sus esfuerzos por socavar la democracia, una forma de gobierno que suele estar asociada no solo con una mayor libertad personal, sino también con mercados libres respaldados por el Estado de derecho y una política exterior menos agresiva. Promover la democracia, por tanto, beneficia a los inversores estadounidenses y reduce el riesgo de que Estados Unidos se vea envuelto en conflictos extranjeros costosos o prolongados.

La Doctrina Trump también aleja a Estados Unidos de muchos de sus tradicionales amigos y aliados, la mayoría de los cuales, no por coincidencia, son democracias. Tal distanciamiento socava la influencia estadounidense.
Dicho esto, la capacidad de Estados Unidos para llevar a cabo una política exterior que apoye la libertad en el extranjero depende en gran medida de su disposición a predicar con el ejemplo. Ningún país puede hablar sin actuar, y la violación por parte de la administración Trump de muchas de las normas y prácticas que sustentan la democracia socavaría su capacidad de defenderla en otros lugares, si es que tuviera esa intención.
Ninguna doctrina es totalmente coherente: durante la Guerra Fría, Estados Unidos a menudo apoyó a anticomunistas que no eran precisamente demócratas, y la doctrina de Trump no es la excepción. Existe un sesgo interesado y derechista. Su administración ha criticado a gobiernos europeos y ha dejado clara su preferencia por fuerzas de ultraderecha, incluido el nacionalista Karol Nawrocki, quien ganó la presidencia de Polonia. A pesar de reducir los compromisos exteriores de Estados Unidos, Trump también ha llevado a cabo una campaña contra Groenlandia y Canadá.
Pero estos son casos excepcionales. El eje central de la Doctrina Trump –no permitir que el comportamiento antidemocrático interfiera con los negocios– es claro.
Durante mucho tiempo, Estados Unidos intentó cambiar el mundo, irritando a algunos e inspirando a otros. Esos días han quedado atrás, en algunos aspectos para bien, pero en su mayoría para mal. Estados Unidos ha cambiado. Está empezando a parecerse a muchos de los países y gobiernos que antes criticaba. Es tan trágico como irónico.

Richard Haass, presidente emérito del Consejo de Relaciones Exteriores/ asesor principal de Centerview Partners/ académico distinguido de la Universidad de Nueva York / autor del boletín semanal Home & Away en Substack.