Antonio de la Cruz: La traición de las armas

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“Si hay alguna institución que se haya adecuado y haya avanzado en el proceso revolucionario del bolivarianismo del siglo XXI es la FANB”, Vladimir Padrino López

Una de las tragedias más siniestras de América Latina —y Venezuela es hoy su expresión más desoladora— es la conversión de la Fuerza Armada en castas políticas al servicio del poder y no de la nación. Nada degrada más a una República que la politización de los cuarteles. Es la historia de cómo los ejércitos, antaño formados para defender la soberanía y el orden constitucional, acaban rindiendo sus galones al caudillo de turno, no por lealtad, sino por miedo, conveniencia o simple servilismo.

En Venezuela, el ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, dejó escapar recientemente —como quien revela una culpa que ha querido esconder durante años— una frase que sintetiza esta tragedia: la Fuerza Armada Nacional Bolivariana ya no es un cuerpo profesional al servicio del país, sino un instrumento domesticado por el poder madurista —“ha sabido amoldarse adecuadamente a los cambios que la revolución bolivariana ha exigido”, el Estado mafioso—. Lo dijo sin querer, en un discurso acalorado. Pero en el desliz se revela la verdad que el régimen de Nicolás Maduro ha intentado sepultar bajo toneladas de propaganda: que la FANB ha sido instrumentalizada, corrompida y dividida.

Una institución rota por dentro

Pocos conocen con precisión las grietas internas del estamento militar venezolano. Según la organización Foro Penal, de los 920 presos políticos registrados en el país, 169 son militares. Han sido encarcelados por el simple hecho de pensar distinto, o de no plegarse ciegamente a la maquinaria de represión del régimen. Estos números, presentes de forma constante durante la última década, son la prueba más clara de que aún quedan militares fieles a sus principios. Bajo la superficie de la obediencia forzada, sobrevive un sustrato institucional que observa con alarma cómo la institución que juraron defender se ha convertido en algo ajeno e irreconocible.

Porque el madurismo, como todo régimen autoritario y criminal, que desconfía del profesionalismo, ha preferido el método cubano: convertir a los servicios de inteligencia en cancerberos de los cuarteles, instaurar la sospecha como doctrina de mando y repartir privilegios no por méritos sino por lealtad partidista. El G2 cubano —símbolo de la vigilancia estalinista que sobrevive en el Caribe— ha sido importado a Venezuela como guía y perro guardián.

Un ejército sin alma

Así, la FANB ha dejado de ser un ejército. Es, en el mejor de los casos, una suma de grupos desarticulados, de generales en pugna por negocios ilícitos, de facciones con lealtades cruzadas. Y en el peor, una maquinaria represiva al servicio de un Estado mafioso en decadencia. El Ejército ha sido despojado de doctrina; la Armada, relegada a funciones logísticas; la Aviación, invisible. Y la Guardia Nacional, reconvertida en policía política, no responde a una sola cadena de mando, sino a disputas internas que se resuelven no en los salones del Ministerio de Defensa, sino en los pasillos del Palacio de Miraflores.

¿Quién manda hoy sobre la FANB? La respuesta es tan compleja como inquietante. Maduro tiene al ministro de la Defensa, Padrino López, pero Diosdado Cabello tiene a su propio grupo. Se aferra a la Guardia Nacional como último bastión de su menguante poder. Los cubanos vigilan, pero no mandan. Y los hermanos Rodríguez, con su astucia palaciega, mueven hilos civiles con ecos militares. Es un ejército sin alma, dividido, vigilado, corrompido. Y en esa fractura, en esa ausencia de una jefatura clara y profesional, se encierra una bomba de tiempo.

La decadencia que precede al colapso

Toda dictadura prolongada termina convirtiendo a sus ejércitos en custodios de su propia decadencia. En lugar de ser garantía de la democracia, las Fuerzas Armadas se convierten en su verdugo. Pero también —y esto la historia lo ha demostrado una y otra vez— en su posibilidad de redención. Porque cuando los militares recuerdan que su deber no es con una organización criminal ni con un hombre ni un partido, sino con la Constitución, entonces se abren las compuertas del cambio.

Venezuela vive hoy bajo un régimen mafioso que ya no gobierna: administra el miedo, reparte silencios, vigila a sus propios centuriones. Y sin embargo, en esa misma FANB rota, vigilada, politizada, persiste un germen de dignidad. Esos militares institucionales, silenciosos, apartados, excluidos de las orgias del poder, son los que quizás —cuando llegue el momento— impedirán que el país se hunda del todo en la barbarie.

La pregunta, en todo caso, no es si los cuarteles despertarán. Es si lo harán a tiempo.

@antdelacruz_ / Director Ejecutivo Inter América Trends