La elección del nuevo Papa, que comenzará este 7 de mayo, será un evento que no solo captará la atención de los 1.3 mil millones de católicos en el mundo, sino que trascenderá fronteras y llegará hasta el último rincón de la esfera global. El cónclave, tradicionalmente un acto religioso, ha adquirido una nueva dimensión que abarca la política, la diplomacia y, por supuesto, la cultura 2.0, donde todo parece tener cabida, desde la espiritualidad más sagrada hasta la banalidad de la última moda en memes y selfies.
En este contexto, no es de extrañar que Donald Trump haya subido a sus redes una imagen generada por inteligencia artificial donde aparece vestido de Papa. Este gesto, tan propio de un hombre acostumbrado a resaltar con provocaciones, no hace más que confirmar que la crisis y los momentos delicados son, hoy más que nunca, un caldo de cultivo perfecto para el sensacionalismo mediático, las reacciones desmedidas y las encuestas de marketing.
La era de las redes sociales ha relegado a los grandes medios de comunicación en una intensa persecución en la búsqueda de memes e imágenes altisonantes y selfies de celebridades desconocidas que generen comentarios fatuos y rápidos, sin importar que la verdad fue condenada al olvido como chatarra inútil en el fondo de un gigantesco “dumpster”. El periodismo tal como se le conoce ahora no es otra cosa que una cacería de reacciones sin sentido, donde lo importante ya no es informar, sino captar la atención de una audiencia sin foco ni rumbo, alimentada por una máquina de odio y adulación sin escrúpulos. Es el nuevo mercado de la atención a 100 mil imágenes por minuto.
Y en ese contexto, la imagen de Trump como papa ha sido interpretada por muchos como una ironía: un acto de sarcasmo o una «normalización» de la irreverencia que siempre ha caracterizado a una figura polémica y polarizante, a quien le importa más a cuantos ha llegado que de lo que piensen sobre él.
¿Lo hizo como una crítica velada a su ambición de poder? ¿Una provocación más en su constante guerra con las instituciones tradicionales? No es difícil imaginar que, en un contexto donde los medios ya están centrados en la elección del nuevo Papa, Trump simplemente buscó desviar la atención hacia su figura, robándose el protagonismo a días del cónclave.
Para muchos, la imagen de Trump ha sido vista como un acto de blasfemia, una falta de respeto hacia la figura papal, especialmente en un momento de luto por las recientes exequias del papa Francisco o por el acto tan solemne como el que estamos a punto de escuchar. Pero, ¿a quienes fue dirigido este mensaje? ¿A los 133 cardenales, los actuales influencers de la Iglesia Católica, que se encerrarán en el Vaticano el próximo 7 de mayo? El meme, explosivo como pocos, logró romper la escasa tolerancia de estos días y alimentar la narrativa de los sectores que ven a Trump como un «defensor de la cristiandad occidental», en contraposición a los que perciben al Vaticano como un hervidero «progresista». Este cónclave, en el fondo, no solo enfrentará a los cardenales, sino a dos visiones del mundo: la de los progresistas de las ideas del difunto Francisco y la de los conservadores de Trump que quieren revertir los cambios, como sea.
La batalla ideológica que se librará en el Vaticano no es más que una continuación de la guerra fría global, donde cualquier espacio se convierte en trinchera. El meme de Trump, sin duda, es un ataque deliberado contra las élites progresistas, representadas por sectores sembrados por el Papa Francisco. De hecho Trump se presentó a sí mismo como un «anti-papa», un símbolo de la resistencia conservadora contra el Vaticano izquierdista.
Si el cónclave elige un Papa conservador, Trump podría hacerlo ver como una «victoria simbólica» en su lucha contra el globalismo. Si, por el contrario, gana un reformista, el meme servirá para galvanizar su base contra lo que su legado de apenas 100 días ha denominado como la «Iglesia woke». En 100 días de gestión, Trump ha demostrado que no está dispuesto a ceder el foco de atención, y su irreverencia política parece haber encontrado su espacio en el cónclave por estos días.
De los 133 cardenales llamados al cónclave, hay 11 estadounidenses menores de 80 años con derecho a voto. Entre ellos, figuras como Wilton Gregory, alineado con la tendencia de Francisco, o Timothy Dolan, cercano a sectores conservadores. Pero sin duda, uno de los más polémicos es Raymond Burke, una de las voces más críticas contra las reformas del Papa Francisco, un defensor de valores tradicionales y aliado de Trump, a quien bendijo antes de las elecciones de 2016. Los medios del Vaticano lo ven como una figura clave en la alianza entre el catolicismo ultraconservador y la derecha populista estadounidense, aunque todo indica que carece de poder real dentro del Colegio Cardenalicio.
El tema de las nuevas tecnologías, especialmente la inteligencia artificial, también podría convertirse en uno de los debates más relevantes del cónclave. Recordemos que el Papa Francisco mostró un interés particular por la IA en los últimos años, y los cardenales podrían discutir sobre cómo esta herramienta, tan presente en nuestra vida cotidiana, podría ser gestionada, en un intento tardío, por el futuro de la humanidad.
Mientras tanto, la creatividad digital no cesa: ya se han creado videos de los favoritos “il papabili al cónclave”, al estilo de la parrilla de la Fórmula 1, o los créditos iniciales de Friends, y hasta juegos como Namethecardinal.com, que desafían a los usuarios a reconocer a los cardenales electores. La IA, ese monstruo moderno, se ha convertido en una poderosa herramienta para generar contenido viral, incluso dentro de la esfera religiosa, lo que nos lleva a preguntarnos si un día seremos esclavos de nuestras propias creaciones digitales.
Lo cierto es que este 2025 queda claro que la IA no solo es un poderosa motor de desinformación, con mayor poder de atención y convocatoria que la verdad de los hechos. Los fakes animados y sin sentido tienen mayor poder hipnótico que la realidad y sus millones de víctimas, no artificiales, humanas.
Y, mientras tanto, los cardenales, aislados por días del mundo digital, probablemente enfrentarán el mayor castigo de todos: el sufrimiento de desconectarse completamente. Ni WhatsApp, ni Instagram, ni Facebook, ni Twitter… solo ellos, la política, la ideología, y su voto, a la espera del humo blanco de la chimenea del Vaticano, el único indicio de que habrá un nuevo Papa.
@damasojimenez