A Juan Pablo Guanipa
Esta mañana, mientras el café sube lento
y las noticias zumban como insectos en el celular,
pienso —sin buscarlo—
en lo torpe que se vuelve el poder
cuando se le acaban los disfraces.
Un país que alguna vez fingió elecciones,
diálogos, discursos con comas ensayadas,
ahora se arrastra por el escenario
con el maquillaje corrido
y los parlamentos olvidados.
Y justo entonces —
detienen a un hombre.
Juan Pablo Guanipa.
No por lo que hizo,
sino por lo que representa:
la obstinada silueta
de un país que no quiso rendirse.
No es una detención judicial.
Es una confesión.
El régimen dice, sin tapujos:
“Ya no necesitamos convencer.
Solo resistir.”
Y mientras el telón cuelga deshilachado,
caen tres notas como monedas en un vaso vacío:
Primero, la abstención convocada
como un acto de dignidad:
una negativa elegante
a asistir al simulacro.
Después, Chevron empacando en silencio,
cerrando el quiosco diplomático
de la última ilusión económica.
Y luego, la extradición de un nombre
que pocos pronuncian:
Joseph St. Clair,
un rehén que cayó del tablero
en dirección norte.
No es azar.
Es coreografía.
Un régimen cada vez más solo
se aferra a las formas
como un náufrago a la madera
de su propia ruina.
Aún celebran elecciones
como los aristócratas terminales
celebraban cenas:
sin hambre, sin invitados,
pero con los cubiertos dispuestos.
Y cuando incluso el rito ya no alcanza,
vuelven al miedo.
Pero el miedo, como el gas,
pierde presión con el tiempo.
Anne Applebaum escribió sobre las zonas grises,
esos lugares donde la democracia
es solo una palabra en cursiva,
y el consenso se parece demasiado
a la resignación.
Venezuela ya cruzó ese umbral.
Lo que vemos ahora no es un gobierno,
sino una barricada,
un vestigio militar que no lidera,
sino que se encierra.
La verdadera pregunta no es
qué hará el mundo.
Es qué hará la gente
que ya habló con claridad
una día de julio,
y a la que hoy le piden silencio.
Porque la historia —
esa terca contadora de finales—
nos lo recuerda siempre:
cuando un régimen necesita encerrar a sus oponentes
para ganar una elección,
es que ya ha perdido
la guerra más importante:
la de la legitimidad.
@antdelacruz_