«Es terrible vivir con terror«, Morgan Freeman en Sueños de Libertad
El proceso que vive Venezuela es continuo, nunca se ha detenido, así es la historia, las fechas y pausas metodológicas solo sirven para tratar de buscar la verdad en un tiempo y en un espacio determinado. Por eso, en una de sus tantas entrevistas, el Premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, afirmaba que la llegada del chavismo al poder era eso, parte de un proceso.
Es lo que difícilmente explica el comportamiento del venezolano en este momento difícil de su historia. Decía el profesor de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales de la Universidad del Zulia, Rafael Portillo, que la dependencia de la renta petrolera, hace un siglo aproximadamente, ha creado una cultura de la dependencia en la sociedad venezolana, acentuada hace 26 años por un régimen que vendió el sueño de la reivindicación social que nunca se cumplió.
La extrema dependencia de los ingresos petroleros generó un sociedad cómoda creyente del “lo merezco todo”, poco exigente, con falta de apego y cuidado del bien social, con leyes que garantizaban (cosa que no es cierto) más derechos que deberes, como decía el sacerdote SJ, Mikel de Viana (1952-2022): “¿Qué persona se puede formar con un Constitución Nacional con más derechos que deberes?”. Con trabajadores sin sentido de pertenencia, personas con escasa solidaridad que el tiempo se encargó, en medio de la crisis, de confirmar cuando se ve a “los venezolanos atacando a los mismos venezolanos, sin ningún tipo de escrúpulo, ni solidaridad”.
Las redes sociales y la Inteligencia Artificial, convertidas ahora en los falsos mitos de la democracia, la libertad y la verdad, se han encargado de sacar las más profundas aberraciones humanas de un venezolano que navega sin rumbo. Y los pocos que creen en ellas solo sueñan a través de esos canales y software, porque la realidad muestra un país que vive en la burbuja del “primero yo, segundo yo, tercero yo”. Una sociedad inmadura, que enaltece las fortunas malhabidas, incapaz de pensar más allá del modelo que ya feneció, pero que sigue dominando sus mentes y que si el régimen cae algún día, aspiran volver a la Venezuela del antes de Hugo Chávez.
La estampida que experimentó Venezuela poco después de la llegada de Hugo Chavéz solo refleja un país que difícilmente asume retos, por ejemplo, la de vivir en otros países en los que la realidad es otra muy diferente, en donde la exigencia y la responsabilidad son de otros niveles y dimensiones. Ahora que el gobierno de Donald Trump aprieta las tuercas de la inmigración (sin escrúpulo alguno), los que regresan, porque “se cansaron”, no se dan cuenta que la aparente burbuja del “mejoramiento de la situación”, es resultado no de la productividad, sino de las remesas que ellos mismos inyectaron a la economía y de los pocos ingresos generados por Chevron y otras petroleras internacionales, y sus contratistas.
Pero en Venezuela la pasividad es la norma, la conformidad es la realidad. Las grandes luchas solo existen en el mundo virtual de las redes. Los cambios no pueden ser impulsados por antiguos líderes políticos sin moral a quienes se les olvidó su nefasto rol cuando sus partidos obraron con ineficiencia, corrupción y prepotencia; al igual que los comunicadores sociales palangristas, que ayudaron a las élites políticas, militares y empresariales, a desencadenar la trágica historia que hoy se escribe con sangre.
Venezuela es víctima de sus propios hijos, de aquellos que gritaron a los cuatro vientos que “el país necesitaba una bota” y otros que añoran los tiempos de Marcos Pérez Jiménez, y que fueron incapaces de asumir su propio destino, para construir un modelo postpetrolero, verdaderamente productivo, preparado para asumir los nuevos retos en un mundo más complejo, dominado por la tecnología y el conocimiento, que no dependa 100% de “la vaca lechera” del petróleo.
Claro está que el país de la escasez de productos básicos, humillada, inmigrante, de los apagones constantes, se redimensionó porque ahora casi una tercera parte de su población huyó hacia otras latitudes, creando una economía muy reducida, de gente que añora al “país melón”, el de la mayonesa Mavesa, el de los embutidos Oscar Mayer, el de la Malta Polar, el de las mejores hamburguesas del mundo, incapaz de superar sus propias limitaciones humanas y sociales, y ser el hombre responsable y ciudadano, como decía de Viana.
Ahora van a regresar quienes no asimilaron el país a donde se marcharon: vuelven porque en Venezuela hay más camionetas de lujo, restaurantes llenos de comensales, playas y hoteles abarrotados los fines de semana y en los períodos de asueto. Sueñan con el país burbuja, con una economía reducida, cuyos hijos no ven la destrucción de sus hospitales, universidades y su infraestructura de servicios. Los incapaces de soñar y de construir el país postpetrolero, que supere las aberraciones impuestas por una nomenclatura mediocre, corrupta y sanguinaria, que solo toco el botón de los ingresos del petróleo para controlar a su sociedad cómplice y dependiente de la dádiva.
Nada es gratis, detrás de los míseros bonos que mensualmente el régimen le da a una población domesticada por el “dame aunque sea fallo”, está la explotación de sus necesidades y de sus deficiencias humanas, que permiten que los controlen. Es mentira que los cambios vienen, que exista una oposición crítica, organizada y luchadora, solo hay hordas que buscan comerse una tajada de la gran torta, que vende su alma por 30 monedas y poco le importa que el país esté perdido en el limbo.