Antonio de la Cruz: La militarización del caos 

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La Fuerza Armada Nacional ya no defiende un Estado: administra su descomposición. Tras la crisis poselectoral del 28 de julio de 2024, lo que alguna vez fue una institución al servicio de la soberanía nacional ha sido desplazada por un aparato fragmentado, degradado y funcional al poder autoritario.

En lugar de ejercer un mando vertical con sentido de cuerpo, las Fuerzas Armadas de Venezuela integran hoy un mosaico de lealtades cruzadas, en el que convergen generales marginados, milicianos improvisados, organismos de inteligencia superpuestos y mandos subordinados no al Estado de derecho, sino a la voluntad operativa de Diosdado Cabello. Este teniente retirado, ascendido simbólicamente a capitán por Nicolás Maduro en 2013, sin haber hecho carrera militar relevante, ha consolidado su influencia como arquitecto de una estructura paralela de poder armado, diseñada para controlar el territorio, castigar la disidencia y proteger las rentas ilegales del régimen.

Un ejército sin centro ni doctrina

La lógica de control territorial prima sobre cualquier doctrina de defensa. En estados estratégicos como Zulia, Apure y Táchira, las fuerzas regulares han sido desplazadas por alianzas entre cuerpos policiales, funcionarios locales del PSUV, colectivos armados, milicianos, y grupos irregulares como el ELN y disidencias de las FARC. La purga de alcaldes, tanto oficialistas como opositores, en rutas clave del narcotráfico, no responde a la lucha contra la corrupción, sino a un reordenamiento del botín.

Cabello ha promovido una fuerza híbrida que combina elementos del Sebin, la DGCIM, la Policía Nacional Bolivariana y las milicias populares. Esta estructura opera con autonomía táctica y sin control institucional, en lo que recuerda a las formaciones paramilitares institucionalizadas por el régimen de Daniel Ortega en Nicaragua, usadas para reprimir sin comprometer directamente al Ejército. Pero el modelo más inquietante es Siria: un Estado descompuesto en feudos armados funcionales a un poder central en decadencia, donde el ejército quedó relegado frente a redes de milicias como los Shabiha, encargadas de sostener el orden a cambio de impunidad y saqueo.

Indignación, deserciones y señales de fractura

La respuesta de la FANB ha sido ambigua. Hay deserciones —más de 140 oficiales en el último año—, arrestos arbitrarios y desapariciones de militares sin cargos claros. El ministro de Defensa, Vladimir Padrino López, intenta calmar los ánimos con un discurso meritocrático que ya nadie cree. Su autoridad está erosionada, y su rol parece limitado a sobrevivir dentro de una maquinaria que lo ha superado.

El descontento también crece en la tropa, que observa con indignación cómo civiles ligados al poder —como el hijo del exgobernador Reyes Reyes— reciben grados militares sin haber pasado por un solo cuartel. Para muchos, es la profanación definitiva de la meritocracia castrense.

El espejo de El Nula

En El Nula (estado Apure), la militarización del caos encontró su primer eco social. Tras años de silencio impuesto por la guerrilla y los cuerpos de seguridad, la población civil enfrentó una operación conjunta de fuerzas estatales que saqueó negocios locales. Esta vez, la gente respondió. No con armas, sino con resistencia cívica y denuncias públicas. Como señala la periodista Sebastiana Barráez, cuando el Estado deja de proteger, la sociedad deja de obedecer.

Exportación de la represión

El caso del asesinato del capitán Ronald Ojeda en Chile, presuntamente ordenado por operadores vinculados a Cabello, marca un punto de quiebre. La represión se ha vuelto extraterritorial. El régimen no solo persigue disidentes: busca eliminarlos, incluso fuera de sus fronteras. Si la justicia chilena confirma las acusaciones, estaríamos ante un precedente peligroso para América Latina: el uso del aparato estatal para ejecuciones extrajudiciales internacionales.

¿Qué sigue?

La FANB ya no es una institución con mando legítimo, sino un campo de batalla entre facciones. No se trata de si habrá un golpe o una fractura visible, sino de cuánto tiempo más puede sostenerse un sistema donde el monopolio de las armas ha sido privatizado, ideologizado y degradado.

Como ocurrió en Siria, el riesgo no es el colapso súbito, sino la estabilización del caos como forma de gobierno. La pregunta ya no es si queda institucionalidad en Venezuela, sino cuánto tiempo más seguirá fingiendo el mundo que todavía la hay.

@antdelacruz_