Ángel Lombardi Boscán: Bondad, morada de lo sagrado

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Para Mito

“La base de un cerebro sano es la bondad”. Richard Davidson, psicólogo estadounidense. 

La bondad, una de las cualidades más positivas que tiene el ser humano, se encuentra en el subsuelo. En Venezuela es sinónimo de «come flor», pendejo, huevón, ingenuo, tonto, estúpido y paremos de contar. Y resulta que sin bondad no hay auténtica humanidad.

En la Historia, la bondad es un asunto marginal. Jesús, paradigma de la bondad, fue crucificado. Los santos, que trabajan desde la bondad, mueren martirizados. Unas velas prendemos por ellos, sabiendo que su piedad no es la misma piedad del verdugo. El bondadoso es siempre sospechoso.

Son gente anormal, y hasta outsiders. Que generan suspicacias entre la mayoría por sus comportamientos raros. Indudablemente que la bondad no es popular y tampoco goza de buena prensa. El bondadoso es contrario al interés egoísta que manda.

Un político bondadoso está condenado a ser un perdedor. Puede aparentar, aunque esa sinceridad, es completamente ficticia. En el mundo realista de los Príncipes de Maquiavelo no caben los ingenuos y buenas gentes. 

En el Colegio Gonzaga, dónde los jesuitas y hermanas practican la bondad, nos recomendaban actuar a contracorriente y ayudar al prójimo.  Tarea noble que la sociedad y sus normas consuetudinarias contradicen. 

Eso de que el venezolano está hecho para «joder al otro» lo escucho con mucha frecuencia entre mis vecinos. Además, en tiempos de tragedia tiende a popularizarse esto aún más. El venezolano percibe que el crimen si paga.

Voltaire le dedicó a la bondad y al optimismo todo un libro. Su título es: Cándido (1759). «Todo sucede para bien en este, el mejor de los mundos posibles» según el filósofo Leibniz, un racionalista declarado. Sólo que la catástrofe, una fatalidad sin control, lleva al protagonista a moderar su fanático optimismo. Usualmente, el optimista es una persona que confía en los otros, y si no tiene suerte en sus elecciones, la termina pasando mal. 

La bondad y generosidad, son actos supremos de solidaridad. Cuando son genuinos: son heroicos. Cuando son una impostura: son despreciables. Hay ricos muy bondadosos, los llaman filántropos, pero nunca dejan de decir lo buenos que son. No siguen el precepto cristiano: “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”, San Mateo, capítulo 6, versículos 3 y 4.

Tampoco renunciarían a toda su fortuna o la compartirían con los más necesitados. La codicia es la fuente principal de la perversidad, me comentó mi padre en una de nuestras muchas y positivas conversaciones. Y el bondadoso sin malicia es una presa fácil. Carne de cañón inmolada. Su empatía y sensibilidad le condenan.

Sólo que si exiliamos la bondad no quedaría nada de lo que humanamente es nuestra principal baza para soportar la existencia y tener vidas prósperas. Ya no en un sentido estrictamente material y ostentoso («vanidad de vanidades, todo es vanidad», Eclesiastés) sino de una plenitud pequeña e íntima. 

DR. ANGEL RAFAEL LOMBARDI BOSCAN

@LOMBARDIBOSCAN