Cupertino Flores: Sin dolientes

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Venezuela se desdibujó como nación, su concepción  estructural de Estado está desapareciendo a pasos agigantados. Es la consecuencia del pacto militar de Hugo Chávez, su camarilla castrense y  la dictadura cubana de los hermanos Fidel y Raúl Castro.

Las soluciones solo existen  en algunas mentes trasnochadas y en las redes sociales que sueñan con una salida virtual, porque en la realidad no existe. El chavismo aupado por la dictadura cubana entendió que las manipulaciones de los resultados electorales   y de las estructuras del sistema democrático, causan un revuelo que el tiempo se encarga de diluir.

Los 25 años de dictadura,  los primeros  se disfrazaron de democracia mientras consolidaban el gran objetivo autócrata y de control de la estructura del Estado, han materializado un modelo que en algunos episodios de la historia aparentan grietas en su nomenclatura, pero la experiencia solo ha demostrado que son ajustes en sus placas tectónicas.

Ante esa realidad se observa una sociedad civil que solo espera una dádiva o que alguien les resuelva su destino. La “normalidad” que refleja el país es cierta, y eso sirvió para justificar la decisión del gobierno de Donald Trump  de suspender el Permiso Temporal  (TPS), que benefició a los cientos de venezolanos que optaron por vivir en Estados Unidos de América (EUA),  porque en el país fallido no ven opciones.

Sí, es cierto que hubo fallas en la aplicación del TPS, pero la mayoría de los que optaron por ese beneficio, lo hicieron con sobradas razones. La injusticia se combate con justicia, no con fuerza porque en un par de años los males vuelven a reproducirse. Una funcionaria de seguridad del gobierno de Trump dijo recientemente que los vecindarios de su país ahora iban a estar más seguros porque deportaron a un puñado de supuestos miembros del Tren de Aragua, es decir  ¿cuatro gatos son los culpables de la delincuencia en EUA? Es ridículo pensar que este es el origen de todos los males, por eso las soluciones circunstanciales operan temporalmente y no resuelven los problemas de fondo.

Pero ese informe de “normalidad” elaborado por el gobierno de Trump obvia que la mejora de la microeconomía que se ha generado en los últimos años, es producto de las remesas y el lavado de dinero. No es resultado de la productividad de su aparato industrial, y como bien lo dicen los análisis, los sectores con posibilidades de crecer son el de los alimentos y las medicinas ( importados en su mayoría), básicamente  porque las personas tienen que comer y curarse para sobrevivir.  

Cada venezolano es libre de pensar y vivir como quiere. Su concepción de felicidad también es relativa,  por eso es que el país muestra una cara rumbera, de una dudosa mejora, de camionetas de alta gamma, de fines de semana en la playa o en los andes. Obviamente, y así lo nieguen, el efecto Chevron fue evidente, oxigenó al régimen de Nicolás Maduro, alimentó el consumo interno y creó una polémica sobre los que apoyan la medida de Trump de suspender su licencia 41, y los que no porque consideran que afecta a las mayorías.

Un ciudadano común decía, “a mi que me importa si Chevron se queda o se va, total mi situación es crítica, porque si voy al hospital debo llevar el alcohol, el algodón y la hoja para que me hagan el récipe;  la luz se me va dos veces al día, el agua no llega, el precio de la comida y las medicinas sube todo el tiempo y en dólares, los sueldos y pensiones son paupérrimos ¿entonces, que me importa si está o no?

A siete meses de las elecciones presidenciales en las que los resultados favorecieron a la oposición, la situación no ha cambiado. Maduro y su nomenclatura siguen en el poder, disfrutando de sus mieles y los negocios corruptos que parecen nunca acabar. Las sanciones, los desconocimientos, las críticas y la solidaridad con María Corina Machado y Edmundo González, no han servido de nada. Es la lección aprendida por el chavismo, contra viento y marea se ha mantenido en el poder y poco importa lo que opinen o hagan los demás.

Oposición sólida y coherente no existe, lentamente el país se desliza hacia una sociedad pasiva, de cómplices, en la que los malos se convierten, con el tiempo, en buenos, como ocurre con el corrupto y cómplice del comandante eterno, Hugo Chávez,  Rafael Ramírez (presidente durante una década de Petróleos de Venezuela y ahora columnista del diario El Nacional) o la ex fiscal justificadora de los desmanes del chavismo, Luisa Ortega Díaz, y la lista es larga  de militares y civiles, de  profesores de las universidades que impartían enseñanzas sobre las leyes y la ética y luego fueron cómplices del régimen.

Destrabar el juego en Venezuela no es fácil porque los protagonistas manipulan la verdad. Las convicciones son circunstanciales. Las instituciones llamadas a pensar el país no  lo hacen porque sus propios hijos se encargaron de enterrarlas, por ejemplo las universidades, y quienes las controlan tienen sus pensamientos ocupados en sus cuotas de poder o negocios. 

Incluso Trump, el salvador, está manejando la situación de acuerdo con sus intereses. Ha enfocado su guerra hacia la gente buena  (son mayoría) que huyó, de lo que sea, hacia su país, buscando futuro para sus hijos y sus familias, y  ahora su gobierno se ha encargado de estigmatizarla con “El Tren de Aragua”, un monstruo creado para justificar sus desmanes, los envíos a Guantánamo o a las cárceles de Nayib Bukele.

Cualquier inmigrante venezolano al que quieran expulsar le colocan el calificativo de pertenecer al Tren de Aragua o ser ilegal. Con Trump la ley se fue de viaje. La mentira es lo que vale, en una sociedad norteamericana que acogió un discurso superficial, en el que los males a vencer son los cárteles de la droga, los inmigrantes y los socios comerciales con los que ahora se inició una guerra comercial.

Pero ¿realmente estos son los verdaderos males que agobian a la sociedad norteamericana o son solo parte del espectáculo politiquero para ocultar los verdaderos negocios que persiguen quienes están detrás de Trump, como el fondo de inversiones “Blackrock”?  

A esta visión obtusa, la llaman “correr la arruga”, porque la crisis que vive EUA es más profunda, incluso, es “víctima de su propio invento”, porque la globalización, el impulso de organismos multilaterales, la dolarización de la economía mundial y la cultura masiva que colocó prácticas sociales como el consumo de las narcóticos, como algo normal, fue diseñada por ellos.

El desprecio y  el atropello generalizado a los venezolanos, no le duele a nadie. El inmigrante se ha convertido en botín de guerra. No hay gobierno ni instituciones nacionales que lo defienda. En los grupos sociales que operan en EUA, por ejemplo, son los mismos conciudadanos los encargados de difamarlos y aplaudir los desmanes. Claro está que entre los emigrantes hay malos, pero la mayoría son los buenos, incluso hay ejemplos de jóvenes que “andaban en malos pasos”, pero el experimentar en otros contextos los ha llevado a ser mejores personas, demostrando que es un problema de reglas y oportunidades. Ahora mantienen a sus familias y amigos en Venezuela. 

Cupertino Flores