Estados Unidos muy pocas veces ha mostrado interés político en América Latina (definiendo como tal todo aquello que está al sur del Río Grande). Hoy día ese concepto también incluye el Caribe y no excluye el interés de las grandes corporaciones norteamericanas dirigido más bien a buscar -y en varios casos obtener- el apoyo de Washington para la protección de sus intereses mercantiles.
Muy mentada es la anécdota -cierta o no- según la cual alguien le expresaba al presidente Franklin Delano Roosevelt, en la década de los años treinta del siglo XX, que el despiadado dictador nicaragüense Anastasio Somoza era un “hijo de p…” (son of a bitch), a lo cual el recordado mandatario norteamericano le respondió: «Sí, pero es nuestro hijo de p…».
Sea ello verdad o mentira, tampoco deja de ser evidente que el interés norteamericano por preservar su predominio en la región fuera para proteger los negocios de las grandes corporaciones que allí operan, más que la búsqueda y preservación de la democracia o el bienestar de los pueblos.
Dicho interés material aún se mantiene, pero no deja de ser cierto que en el contexto actual el énfasis sigue siendo el mismo y ahora su presentación pública ha variado.
También es verdad que en algunos momentos la política estadounidense, influida por los cambios que se venían gestando en América Latina, aconsejó a Washington la necesidad de introducir el concepto de cooperación como herramienta de mayor y mejor alcance para lograr acuerdos continentales favorables para todos y en especial para ellos.
A la luz de esta nueva realidad fue que el presidente Kennedy en 1961 lanzó la Alianza para el Progreso, cuando ya el virus del comunismo había alcanzado a Cuba y pronto se diseminaría.
Dicho plan, acogido con beneplácito por todos, resaltaba el concepto de que el progreso y el bienestar de las poblaciones requeriría una gestión planificada que se traduciría en el progreso de los pueblos y una mayor buena voluntad hacia Estados Unidos que ya percibían el ingreso de las izquierdas en el continente (Castro en Cuba, Allende en Chile, Velazco Alvarado en Perú. Goulart en Brasil, etc.)
Dicha Alianza para el Progreso logró sembrar un clima de cierta amistad entre América Latina y Estados Unidos expresado en algunos éxitos, siendo que el principal inconveniente era el de que los propios gobiernos beneficiarios se resistían a realizar los cambios estructurales necesarios para el éxito y, en varios casos, repartieron entre sus “enchufados” los 23.000 millones de dólares, mal invertidos y peor aprovechados hasta que el esquema cayó en el olvido.
Posteriormente, durante la presidencia de Richard Nixon, siendo Henry Kissinger su secretario de Estado, se anunció un renovado interés por nuestro continente, el cual no cristalizó porque contemporáneamente se adelantaba la histórica apertura con China cuyo interés e impacto cambió las prioridades de Estados Unidos y del mundo.
Fue así como la relación Estados Unidos – América Latina navegó entre amores, odios e indiferencias que garantizaban siempre nuestra condición de «patio trasero del hegemón».
Sin embargo, en nuestra América Latina fueron tomando cuerpo vientos de cambio imposibles de ignorar por Estados Unidos, de tal suerte que hoy el presidente Trump ha designado como su secretario de Estado al cubano-americano Marco Rubio, figura respetada en todo el continente. Para sorpresa de todos, a los pocos días de tomar posesión de su cargo anunció e hizo una gira a Centroamérica y apenas unas semanas más tarde desembarca en Jamaica, Guyana y Surinam, que apenas concluye cuando se escriben estas líneas.
Guyana: Escala crucial tanto para ese país como para su vecino, Venezuela. El jefe del Estado, Irfaan Ali, en rueda de prensa y en presencia de Rubio, reveló que entre los temas conversados estuvo el de la “amenaza a la integridad territorial”, reiterada por las autoridades venezolanas. Sin suavización de ninguna clase el secretario de Estado afirmó que su país garantizará la integridad y la soberanía de Guyana ante cualquier “aventura” que pudiese llevar a cabo el régimen de Caracas en la zona en disputa a la espera de la sentencia definitiva de la Corte Internacional de Justicia (La Haya), donde cursa un pleito entre ambos países por la validez del Laudo Arbitral de 1899, donde dicho contencioso se resolvió y a favor de Gran Bretaña, de la que Guyana es sucesora legal.
La advertencia es para poner en aviso a Maduro & Cía. que cualquier acto de fuerza que se pudiera tramar, o la espuria elección de un gobernador venezolano que se anuncia, o seguir con el cuento de que ya hubo una elección en 2023 en la que 10 millones de habitantes esequibanos se pronunciaron por la unión con Venezuela, será repelida con los recursos y equipos norteamericanos puestos a disposición de Georgetown. Si yo fuera Nicolás lo pensaría dos o más veces antes de arrastrar a Venezuela y su gente a un conflicto armado.
También se anunció la cooperación y seguridad de defensa norteamericana para el caso de que Venezuela repita o insista en el incidente naval ocurrido en la cercanía de una plataforma petrolera de la empresa Exxon/Mobil que opera bajo licencia guyanesa mar adentro muy cerca de las aguas aún no demarcadas.
Surinam : Esta nación -tan cercana como poco conocida por los venezolanos- acaba de anotarse un éxito diplomático importante al lograr que su canciller Albert Ramdin haya sido elegido como nuevo secretario general de la OEA en sustitución del uruguayo Luis Almagro. Suponemos que desde esa tribuna, además de los asuntos continentales comunes, también gestionará lo que crea más conveniente para su país que, de paso, también es petrolero y con una vocación de convertir esa suerte en monetaria.
Queda ahora por ver hasta cuándo Trump o Rubio ejercerán medidas de presión en contra de los responsables venezolanos de todo este desastre procurando, en lo posible, no infligir sufrimientos mayores al pueblo, que es la verdadera víctima de todo.