José Lombardi: Del Consenso al Conflicto Global

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La humanidad ha transitado en un incesante y contradictorio vaivén entre el amor y el conflicto, algo común a nuestra naturaleza. Sin embargo, a medida que nos desarrollamos y aprendemos de la experiencia, impulsados en las últimas décadas por la ciencia y la tecnología, deberíamos ser más civilizados. Pero esta expectativa racional, lamentablemente no se ha materializado, especialmente en los tiempos actuales.

Cuando pensábamos que los movimientos antihumanistas estaban en extinción, especialmente después de las lecciones que nos dejó la Segunda Guerra Mundial, la creación de los Derechos Humanos y/o la Organización de las Naciones Unidas (ONU), nos hemos quedado perplejos. En cuestión de días, el presidente de la nación más poderosa del mundo—un país que hasta hace poco era ejemplo de libertad, institucionalidad y democracia—ha decidido, a golpe de decretos, retroceder siglos de avances civilizatorios, especialmente en materia de derechos humanos.

La barbarie vuelve a nuestra realidad. No porque antes estuviera erradicada, pero sí porque existía la percepción de que avanzábamos en la dirección correcta: un camino lento, pero que garantizaba un destino de bienestar común para la humanidad.

Por ahora, todos estos sueños humanistas parecen haberse derrumbado. Hoy, lo que se pretende imponer es el egoísmo en su máxima expresión, esa mentalidad promovida en redes sociales donde «primero yo, segundo yo y tercero yo». Toda una estrategia bien articulada por un grupo de políticos, empresarios y organizaciones civiles, que, de la mano del poder, buscan imponer una agenda antihumanista cargada de odio y exclusión. En el fondo, se esconden intereses particulares, donde la lógica es que mientras más personas sean descartadas, más grande será el botín.

Amparados en el discurso democrático y religioso, especialmente el cristiano, estos actores han utilizado el poder de la tecnología y las redes sociales para manipular al ser humano, aniquilando su capacidad de pensamiento crítico y opacando su lado más bondadoso.

Sus lemas «Ley y Orden» y «yo primero». Poco a poco buscan transformar este pensamiento en ideología, y cuando ese punto se alcance, todo estará consumado. Las ideologías terminan siendo impuestas, y su lógica se reduce a una sola pregunta: «¿Estás conmigo o contra mí?»

Este cuestionamiento no deja espacio para el pensamiento libre, sino que abre paso a la imposición, que a su vez justifica el infame eslogan de «Ley y orden», que en la práctica se convierte en ley y orden para mis adversarios, impunidad y desorden para mis aliados.

Por todo esto, no se puede descansar en defender a la democracia como el mejor sistema político para la convivencia en paz. La democracia no es una ideología, es o debería ser un sistema de vida, donde todos cabemos, sin importar nuestra forma de pensar o actuar, garantizando un mínimo de derechos que nos dignifiquen como seres humanos.

Olvidar se nos hace fácil, repasemos las características del nazismo, tal como fueron descritas en Mein Kampf (Mi lucha), el manifiesto de Hitler: Supremacía racial y antisemitismo, Nacionalismo extremo y expansionismo, Liderazgo absoluto, Militarismo y culto a la guerra, Economía dirigida y autarquía, Propaganda y control total de la sociedad, Eliminación de opositores y represión.

Hoy, los grupos sociales y políticos, especialmente los Estados con valores democráticos, deben cerrar filas con sus instituciones para intentar restablecer un equilibrio antes de que sea demasiado tarde. Muchas voces ya han lanzado la alerta, y es urgente identificar y combatir las amenazas que erosionan la democracia y la dignidad humana como lo son: la Polarización, las Redes sociales y la información algorítmica, el Populismo, la Crisis económicas y desigualdad, Desinstitucionalización de la política.

Los verdaderos líderes, aquellos con visión trascendente y valores humanistas, tienen la responsabilidad de desmontar este entramado. Y deberán hacerlo con estrategias claras y contundentes: Reconstrucción del consenso, Fortalecimiento de las instituciones democráticas, Educación en pensamiento crítico, Regulación de plataformas digitales, Iniciativas de diálogo multisectorial y Educación cívica y humanista.

El mundo enfrenta una encrucijada donde la radicalización amenaza con destruir los principios de convivencia democrática. La historia ha demostrado que las sociedades pueden encontrar soluciones cuando existe la voluntad política y ciudadana para construir consensos.

El reto de nuestro tiempo es trascender las diferencias ideológicas y promover un nuevo pacto social basado en el respeto, la inclusión y el diálogo. La política no debe ser una arena de guerra, sino un espacio para construir un futuro común.

Jose Lombardi

@lombardijose