El pasado 10 de enero, Venezuela vivió otro episodio oscuro en su historia reciente. Nicolás Maduro, apoyado por su aparato represivo y una estructura corroída por la corrupción y el narcotráfico, se juramentó ilegalmente como presidente por otros seis años más, tras dar un golpe de Estado contra la Constitución y desconocer la soberanía popular que había decidido a favor del opositor Edmundo González.
Este acto marca no solo el aislamiento total del régimen, rechazado por Estados Unidos, la Unión Europea y gran parte de los países democráticos de América Latina, sino también un punto crítico que amenaza su supervivencia.
El régimen de Maduro, caracterizado por ser un sistema cerrado y aislado, enfrenta sanciones económicas severas, con un énfasis en la industria petrolera, que es la columna vertebral de sus finanzas, fuera del ilegal negocio del narcotráfico y el oro de sangre del arco minero.
Estas sanciones, sumadas al rechazo internacional, dejan a la dictadura ilegítimamente juramentada para un tercer período con limitadas herramientas para mantenerse a flote. Aunque intenta proyectar fuerza, su debilidad estructural es evidente luego del golpe del 10 de enero.
Sus esfuerzos por perpetuarse en el poder a través del relato del control absoluto le ha servido para manipular y destruir emocionalmente al venezolano agotado por el abuso que espera una salida inmediata. También para desviar el foco de atención sobre el golpe de Estado perpetrado contra la soberanía y principalmente su actual estado criminal de ilegitimidad. Maduro enfrenta un futuro incierto y posiblemente corto.
Su imperio rebasa los límites fronterizos del país que convirtió en guarida. La justicia norteamericana comenzó a hacer público documentos oficiales sobre sus alianzas con las FARC de Iván Márquez para facilitar el envío de grandes cantidades de cocaína hacia EEUU a cambio de armamento militar y enriquecimiento de sus miembros, según hace constar la oficina del exfiscal federal Geoffrey S Berman.
Su dependencia a tales redes ilícitas del narcotráfico solo ha agravado su percepción como una amenaza internacional, lo que lo expone aún más a futuras acciones encubiertas y sanciones adicionales. Su capacidad de gobernar bajo sanciones, aislamiento y una creciente oposición interna es fuertemente limitada.
De por si ya la crisis humanitaria, la inflación descontrolada y el hambre han deslegitimado al régimen ante la mayoría de los venezolanos mucho antes del 10E.
Con escaso respaldo internacional más allá de aliados cuestionables como Rusia, Irán y China, que ya no podrán ayudarlo como antes, el régimen -aún en el poder- pasa por un largo desierto y se encuentra más aislado que nunca. Lo de tomar las armas con Cuba y Nicaragua es solo un chiste barato de la desesperación.
Los constantes purgas internas y los rumores de traiciones entre los altos mandos militares y políticos reflejan un gobierno paranoico y dividido. Maduro teme más una insurgencia interna de alta traición al filo de la medianoche que un ataque anunciado desde las redes por Erick Prince.
Desde la perspectiva teórica del politólogo canadiense David Easton, autor del concepto de “La caja negra”, podríamos decir que el tercer acto de un régimen aislado es el de enfrentar presiones externas e internas que podrían desestabilizarlo rápidamente. Estas acciones de sabotaje interno, sanciones externas, facciones militares descontentas, desconfianza, distanciamiento de sus más poderosos aliados, imposibilidad de acceder a mercados internacionales; orquestadas desde el exterior o por actores internos, buscarán tarde o temprano minar la estructura del régimen, obligándolo a negociar o enfrentarse al colapso.
La caída de Maduro parece inevitable. La pregunta no es si sucederá, sino cuándo y cómo. La combinación de presiones internas, aislamiento externo y vulnerabilidad económica crea un cóctel explosivo que podría detonar con un simple acto disruptivo. Y cuando eso ocurra, el régimen no solo perderá el poder, sino que tendrá que enfrentarse a las consecuencias de sus crímenes ante la justicia internacional.
Créanlo o no, el tiempo de Maduro está contado.
Y aún Trump no ha llegado.
@damasojimenez