En el vasto pecho herido de tu tierra,
donde la noche prolonga su infinito,
resuena el eco de un pueblo que gime,
y, en su gemido, la luz de la aurora.
Unidad, murmura la montaña,
como el río que, en sus brazos abiertos,
une rocas, raíces y corrientes.
Venezuela llama: “¡Todos somos uno!”
Y en la voz del viento, el mundo despierta.
Se alzan mares, océanos y cielos,
garantes de una patria que se reconstruye,
con la fuerza de su diáspora valiente.
Verdad es la estrella polar de la noche,
brilla en la frente de quienes recuerdan,
que la mentira jamás ha sembrado,
sino ruinas en un campo desolado.
En la balanza del tiempo, el alma pesa,
calcula sus movimientos como un danzante.
Cada decisión, un paso en la sinfonía,
hacia el cambio que se teje con cuidado.
Y en la rueda del cosmos, la adaptación,
como un águila que, en su giro, aprende,
ve el adversario, pero busca el horizonte,
donde la libertad se alza como un roble.
Hoy, el momento estalla como un volcán,
su lava grita en el pecho de quienes creen.
Es ahora o nunca, canta la patria herida,
su clamor, un himno que rompe cadenas.
Reconstruir es soñar con manos de barro,
modelar la esperanza en templos de aire,
y sobre las ruinas de la vieja opresión,
erigir una patria de carne y futuro.
Venezuela, el fulgor que no se apaga,
en tu sombra late el tambor del mañana.
¡Levántate, madre de selvas y montañas!
Que en tus hijos el futuro ya florece.
Un pueblo unido canta bajo tu cielo,
y el eco del cambio resuena en sus venas.
Venezuela, como un poema eterno,
se escribe, se vive, y nunca se olvida.
Antonio de la Cruz / La víspera de Nochevieja