Si la Virgen fuera Andina,
su manto bordado de cuatros, arpas y maracas
llevaría en los pliegues el eco
de un río que canta en el auyantepuy.
Y San José, hombre de los llanos,
con sus manos labradas de viento,
moldearía con maíz y esperanza
la cuna de un sueño nacido.
El niño, Jesús venezolano,
crecería entre montes y cujíes,
con la risa del Caribe en los labios
y la fuerza del Orinoco en el alma.
Su paso, danza de aguinaldos,
despertaría la luz entre sombras,
y en cada mirada se alzaría
la promesa de un pueblo unido.
Porque en nuestras calles brilla la fe,
en las gaitas resuena la lucha,
y en cada hallaca tejemos la historia
de un país que nunca se rinde.
La Navidad, con su lámpara ardiente,
ilumina el sendero de regreso,
donde la familia, rota y dispersa,
se abraza de nuevo en la mesa.
Militar, policía, hijo del pueblo,
tus manos no fueron forjadas
para empuñar el miedo ni la rabia.
Tus manos, como las de San José,
son puentes de justicia y amparo,
y tu pecho resguarda el honor
de una nación que espera en la aurora.
En esta tierra, humilde pesebre,
Jesús nace cada diciembre,
recordándonos que la fuerza
no está en el oro ni en la espada,
sino en el amor que construye,
en la fe que atraviesa los siglos,
y en la esperanza que incendia las almas.
Oh, Venezuela, pesebre del mundo,
con tus montañas que rezan al cielo
y tus llanos que abrazan la noche,
en esta Navidad renace tu estrella,
y el niño, nuestro niño,
Jesús venezolano,
camina entre nosotros,
pidiendo un país de luz y verdad.
Antonio de la Cruz
La víspera de Navidad 2024