Que nos acusen de traición,
cuando los brazos se quiebren al peso del silencio,
cuando el polvo de la derrota se asiente en nuestras manos
y ya no quede un grito que rasgue la piel de la injusticia.
Ahí, sí, señálenos.
Cuando miremos con ojos secos
cómo la tierra que soñó con alas
es aplastada por botas sin alma,
cuando dejemos de creer que la libertad
es una brisa posible entre estas montañas
y este mar que nos abraza y nos duele,
entonces, condenen nuestro abandono.
Pero no,
no les daremos ese banquete de sombras.
No nos resignamos,
porque resignarse sería abrir la puerta al olvido,
sería entregar a la patria al abismo del nunca.
Nosotros, que cargamos el mismo dolor
como una piedra que arde en el pecho,
que bebemos la misma rabia,
como un vino amargo de siglos,
y que amamos esta tierra
como se ama lo que siempre te duele,
les decimos mil y una veces:
no les daremos el gusto.
Que tiemble el suelo bajo nuestros pasos,
que el cielo escuche nuestro canto torpe
y nuestras manos sin armas,
porque hasta el final,
sí, hasta el último aliento,
defenderemos este sueño de patria
que nunca, nunca será ceniza.
Antonio de la Cruz
Thanksgiving, 2024